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Mensaje por Reika_chan Dom Abr 03, 2011 3:23 am

Aviso:
-Esta historia pertenece a la escritora Sherrilyn Kenyon (Yo solo are una
adaptación
),
por lo tanto esta historia no me pertenece al igual que los personajes de
Naruto, que son propiedad de Masashi Kishimoto.


Hola chicas, bueno ayer encontré esta historia de la escritora Sherrilyn
Kenyon, alguna de ustedes la ha de conocer al igual que sus novelas ♥♥ (y si no la conocen mejor XD así
les gustara mas esta historia y e_e no sabrán el final XDDD), en fin me encontré con esta
novela, “un amante de ensueños”,
que por cierto me gusto mucho ♥♥,
su narrativa es excelente, al igual que
la historia. Espero que les guste tanto como me gusto a mí, y decidí adaptarlo
a un naruhina XD como un regalo para TODAS/OS ustedes (ojala que
no lo conozcan, así será más interesante XD, y No sabran EL FINAL kukuku).
PARA SABER.
Un poco de Biografía de Sherrilyn
Kenyon


Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) Kay%20Kenyon


Sherrilyn Kenyon

Seudónimos: Kinley MacGregor
Otros nombres: Kinley MacGregor
País: Estados Unidos
Nacimiento: Columbus, 1965
Web Oficial: Ver (esta en ingles XD)
Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) Document_edit
También conocida como Kinley MacGregor, Sherrilyn Kenyon
es una de las más famosas escritoras dentro del género del romance
paranormal. Es autora de siete sagas de libros y también es guionista de
comics adaptados por Marvel y también con estilo Manga.

Su estilo es original e irónico. Su saga de los Cazadores oscuros ha sido todo un fenómeno superventas.
libros y obras de Sherrilyn Kenyon
El fantasma de la noche
Mentiras susurrdas
Aquerón
Atrapando un sueño
La luna de la medianoche
El diablo puede llorar
El cazador de sueños
El guerrero: La hermandad de la espada III
Disfruta de la noche
El juego de la noche
El retorno del guerrero. La Hermandad de la Espada II
Bailando con el diablo
El abrazo de la noche
Caballero oscuro. La Hermandad de la Espada I


Autora:
Sherrilyn Kenyon
Título: UN AMATE DE
ENSUEÑOS

Género:
Romance/erótico
Personaje:
Naruto Usumaki, Hinata Hiuga.
Clasificación:
+18



Prólongo
Una antigua leyenda griega.
Poseedor de una fuerza suprema y de un valor sin parangón, fue bendecido por los dioses, amado por los mortales y deseado por todas las mujeres que posaban los ojos en él. No conocía la ley, y no acataba ninguna.
Su habilidad en la batalla, y su intelecto superior rivalizaban con los de Aquiles, Ulises y Heracles. De él se escribió que ni siquiera el poderoso Ares en persona podía derrotarle en la lucha cuerpo a cuerpo.
Y, por si el don del poderoso dios de la guerra no hubiera sido suficiente, también se decía que la misma diosa Afrodita le besó la mejilla al nacer, y se aseguró de que su nombre fuese siempre guardado en la memoria de los hombres.
Bendecido por el divino toque de Afrodita, se convirtió en un hombre al que ninguna mujer podía negarle el uso de su cuerpo. Porque, llegados al sublime Arte del Amor… no tenía igual. Su resistencia iba más allá de la de cualquier mero mortal. Sus ardientes y salvajes deseos no podían ser domados.
Ni negados.
De cabello y piel dorados, y con los ojos de un guerrero, de él se comentaba que su sola presencia era suficiente para satisfacer a las mujeres, y que con un solo roce de su mano les proporcionaba un indecible placer.
Nadie podía resistirse a su encanto.
Y proclive como era a provocar celos de otros, consiguió que le maldijeran. Una maldición que jamás podría romperse.
Como la del pobre Tántalo, su condena fue eterna: nunca encontraría la satisfacción por más que la buscase; anhelaría las caricias de aquélla que le invocara, pero tendría que proporcionarle un placer exquisito y supremo.
De luna a luna, yacería junto a una mujer y le haría el amor, hasta que fuese obligado a abandonar el mundo.
Pero se ha de ser precavida, porque una vez se conocen sus caricias, quedan impresas en la memoria. Ningún otro hombre será capaz de dejar a esa mujer plenamente satisfecha. Porque ningún varón mortal puede ser comparado a un hombre de tal apostura. De tal pasión. De una sensualidad tan atrevida.
Guárdate del Maldito.
Naruto de Macedonia.
Sostenlo sobre el pecho y pronuncia su nombre tres veces a medianoche, bajo la luz de la luna llena. Él vendrá a ti y hasta la siguiente luna, su cuerpo estará a tu disposición.
Su único objetivo será complacerte, servirte.
Saborearte.
Entre sus brazos aprenderás el significado de la palabra «paraíso».


Última edición por Reika_chan el Dom Abr 17, 2011 5:27 pm, editado 5 veces
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Mensaje por kathleen1100 Dom Abr 03, 2011 6:24 am

Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 992842 se ve interesante conti
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Mensaje por Gabriela alejandra Lun Abr 04, 2011 10:49 am



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Mensaje por Reika_chan Lun Abr 04, 2011 3:09 pm

Capítulo 1

–Cielo, necesitas que te echen un buen
polvo.

Hinata
Alexander se estremeció al escuchar el grito de Sakura en mitad del pequeño
café de Nueva Orleáns, donde se encontraban apurando los restos del almuerzo,
consistente en judías rojas con arroz. Desgraciadamente para ella, la voz de su
amiga poseía un encantador timbre agudo que podía hacerse oír incluso en mitad
de un huracán.



Y que en
esta ocasión, fue seguido de un repentino silencio en el atestado local.

Al echar un
vistazo a las mesas cercanas, Hinata percibió que los hombres dejaban de
hablar, y se giraban para observarlas con mucho más interés del que a ella le
gustaría.

¡Jesús!
¿Aprenderá alguna vez Sakura a hablar en voz baja? O peor aún, ¿qué será lo
próximo que haga, quitarse la ropa y bailar desnuda sobre las mesas?

Otra vez.

Por enésima
vez desde que se conocieron, Hinata deseaba que Sakura pudiese sentirse
avergonzada. Pero su vistosa, y a menudo extravagante, amiga no conocía el
significado de dicha palabra.

Se tapó la
cara con las manos e hizo lo que pudo por ignorar a los curiosos mirones. Un
deseo irrefrenable de deslizarse bajo la mesa, acompañado de una urgencia aún
mayor de darle una buena patada a Sakura, la consumían.

–¿Por qué no
hablas un poquito más alto, sakura? –murmuró–. Supongo que los hombres de
Canadá no habrán podido escucharte.

–Oh, no lo
sé –dijo el guapísimo camarero moreno al detenerse junto a su mesa–.
Seguramente se dirigen hacia aquí mientras hablamos.

Un calor
abrasador tomó por asalto las mejillas de Hinata ante la diabólica sonrisa que
le dedicó el camarero, obviamente en edad de acudir a la universidad.

–¿Puedo
ofrecerles algo más, señoras? –preguntó, y después miró directamente a Hinata–.
O para ser más exactos, ¿hay algo que pueda hacer por usted, señora?



¿Qué tal una
bolsa con la que taparme la cabeza y un garrote para golpear a Sakura?

–Creo que ya
hemos acabado –contestó Hinata con las mejillas ardiendo. Definitivamente,
mataría a Sakura por esto–. Sólo necesitamos la cuenta.

–Muy bien,
entonces –dijo sacando la nota, y escribiendo algo en la parte superior del
papel. La colocó justo delante de Hinata–. Puede hacerme una llamadita si
necesita cualquier cosa.

Una vez el
camarero se marchó, Hinata se dio cuenta de que había anotado su nombre y su
teléfono en la parte superior del papel.

Sakura le
echó un vistazo y soltó una carcajada.

–Espera y
verás –le dijo Hinata, reprimiendo una sonrisa mientras calculaba el importe de
la mitad de la cuenta con su Palm Pilot–. Me las pagarás.

Sakura
ignoró la amenaza y se dedicó a buscar el dinero en su bolso adornado con
cuentas.

–Sí, sí. Eso
lo dices ahora. Si yo estuviese en tu lugar, marcaría ese número. Es monísimo
el chico.

–Jovencísimo –corrigió Hinata–. Y creo que voy a pasar. Lo último que necesito es que me encierren por corrupción de menores.

Sakura paseó la mirada por el preciso lugar donde el camarero esperaba, con una cadera
apoyada en la barra.

–Sí, pero don Soy Igualito a Brad Pitt, que está ahí enfrente, bien lo merece. Me
pregunto si tendrá algún hermano mayor…

–Y yo me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar Sasuke por saber que su mujer se ha pasado todo el almuerzo comiéndose
con los ojos a un chaval.


Sakura resopló mientras dejaba el dinero sobre la mesa.

–No me lo estoy comiendo. Lo estoy evaluando para ti. Después de todo, era de tu vida sexual de lo que hablábamos.

–Bueno, mi vida sexual es sensacional y no le interesa a la gente que nos rodea. –Y
tras soltar el dinero en la mesa, cogió el último trozo de queso y se encaminó hacia la puerta.


–No te enfades –le dijo Sakura mientras salía tras ella a la calle, atestada de
turistas y de los clientes habituales de los establecimientos de Jackson Square.


Las notas de jazz de un solitario saxofón se escuchaban por encima de la cacofonía
de voces, caballos y motores de automóviles; una oleada de calor típico de Louisiana las recibió al salir a la calle.


Intentado no hacer caso del aire, tan espeso que dificultaba la respiración, Hinata se
abrió camino entre la multitud y los tenderetes ambulantes, dispuestos a lo largo de la valla de hierro que rodeaba Jackson Square.


–Sabes que es cierto –le dijo Sakura una vez la alcanzó–. Quiero decir, ¡Dios mío, Hinata!, ¿cuánto hace? ¿Dos años?

–Cuatro –contestó ella con aire ausente–. ¿Pero a quién le interesa llevar la cuenta?

–¿Cuatro años sin tener relaciones sexuales? –repitió Sakura incrédula.

Varios mirones se detuvieron, curiosos, para observar alternativamente a Sakura y a Hinata.

Ajena–como era habitual en ella– a la atención que despertaban, Sakura continuó sin detenerse.

–No me digas que tú has olvidado que estamos en plena Era de la Electrónica. O sea, vamos a ver, ¿alguno de tus pacientes sabe que llevas tanto tiempo sin echar un polvo?

Hinata acabó de tragarse el trozo de queso y le dedicó a su amiga una desagradable y furiosa mirada. ¿Es que la intención de Sakura era la de gritar a todo pulmón, en plena Vieux Carre, sus asuntos personales a todo humano y caballo que pasara por la zona?

–Baja la voz –le dijo, y añadió con sequedad–, no creo que sea de la incumbencia de mis pacientes si soy o no la reencarnación de la Virgen. Y con respecto a la Era de la Electrónica, no quiero tener una relación con algo que viene acompañado de una etiqueta con advertencias y unas pilas.


Sakura soltó un bufido.

–Sí, vale, oyéndote hablar se diría que la mayoría de los hombres deberían venir acompañados de una etiqueta con esta advertencia: –alzó las manos para enmarcar la siguiente afirmación Atención, por favor, Alerta Psíquica. Yo, macho-man, soy propenso a sufrir horribles cambios de humor, y a poner caras largas, y poseo la habilidad de decir la verdad a una mujer sobre su peso, sin previo aviso.

Hinata soltó una carcajada. Había soltado de carretilla, en innumerables ocasiones, ese discursito sobre las etiquetas que deberían llevar los hombres.

–Ah, ya lo entiendo, Doctora Amor –dijo Sakura imitando la voz de la doctora Ruth1–. Usted se limita a sentarse y escuchar cómo sus pacientes le largan todos los detalles íntimos de sus encuentros sexuales, mientras usted vive como un miembro vitalicio del “Club de las Bragas de Teflón”. –bajando la voz, Sakura añadió:– No puedo creer que después de todo lo que has escuchado en tus sesiones, nada haya conseguido revolucionar tus hormonas.

Hinata le lanzó una mirada divertida.

1Doctora Ruth: Conocida sexóloga estadounidense, famosa por sus programas de consejos en radio y televisión. (N. de la T.) 2 Hee Haw: Comedia de humor protagonizada
por un burro hecho por animación, llamado Hee Haw, y ambientada en una granja.
(N. de la T.)


–Bueno, a ver, soy una sexóloga. No me beneficiaría mucho que mis pacientes se dedicaran a hacerme experimentar la petit mort mientras echan fuera todos sus problemas. En serio, Sakura, perdería el título.

–Pues no entiendo cómo puedes aconsejarles, cuando ni siquiera te acercas a un hombre.

Haciendo una mueca, Hinata comenzó a caminar hacia el lado opuesto de la plaza, justo frente a la Oficina de Información Turística, donde Sakura había instalado su puestecillo para echar las cartas y leer las líneas de las manos. Cuando llegó al tenderete –una mesa cubierta con una faldilla de color morado intenso–,suspiró.

–Sabes que no me importaría quedar con un hombre que se mereciera que me depilara las
piernas. Pero la mayoría resulta ser una pérdida de tiempo tan evidente que prefiero sentarme en el sofá y ver las reposiciones de Hee Haw
2.

Sakura le dedicó una expresión irritada.

–¿Qué tenía de malo Shino?

–Mal aliento.

–¿Y lee?

–Le encantaba hurgarse en la nariz. Especialmente durante la cena.

–¿Kiba?

Hinata miró a Sakura y ésta alzó las manos.

–Vale, quizás tuviera un pequeño problema con lo de las apuestas. Pero es que todos necesitamos distraernos con algo.
Hinata la miró furiosa.

–Eh, Madam Sakura, ¿ya has regresado de almorzar? –le preguntó Tente desde el puestecillo situado justo al lado del suyo, en el que vendía objetos de loza y dibujos, hechos por ella.

Unos años más joven que ellas, Tente tenía una larga melena castaño y siempre llevaba ropas que a Hinata le hacían pensar que estaba delante de un hada. Su vestimenta de hoy consistía en una liviana falda blanca, que hubiese resultado obscena de no ser por los leotardos rosados que llevaba debajo, y una preciosa camisa de estilo medieval.

–Sí,ya he vuelto –le contestó Sakura mientras se arrodillaba para abrir la tapa del ncarrito de la compra que todas las mañanas aseguraba a la verja de hierro con una de esas cadenas que se usan para las bicicletas–. ¿Algo interesante durante mi ausencia?

–Unpar de chicos cogieron una de tus tarjetas, y dijeron que regresarían después de comer.

–Gracias–dijo Sakura guardando el monedero en el carro, sacó la caja de puros azul donde guardaba el dinero y las cartas de tarot –siempre envueltas en un pañuelo de seda negra–, y un delgado, pero gigantesco, libro con tapas de cuero marrón que Hinata no había visto nunca.

Sakura se colocó su enorme pamela de paja, se dio la vuelta y se puso en pie.

–¿Tus artículos tienen los precios marcados? –preguntó a Tente.

–Sí –le contestó ésta mientras cogía su monedero–. Sigo diciendo que trae mala suerte; pero al menos, si alguien quiere saber lo que valen cuando no estoy, puede averiguarlo.

Una motocicleta de aspecto desastroso frenó a cierta distancia.

–¡Eh,Tente! –gritó el conductor–. Mueve el culo. Tengo hambre.

La chica le saludó sin hacer caso a la orden.

–No me agobies o comerás tú sólo –le contestó mientras caminaba sin prisas hacia
él, y se subía a la parte trasera de la moto


3 Tulane:Universidad situada en Nueva Orleáns. (N. de la T.)

Hinata movió la cabeza mientras les observaba. Tente necesitaba que alguien le
aconsejara sobre sus citas, mucho más que ella. Les siguió con la mirada
mientras pasaban delante del Café du Monde.


–¡Oh! Un beignet sería un estupendo postre.

–La comida no puede sustituir al sexo –le dijo Sakura mientras colocaba las cartas
y el libro sobre la mesa–. ¿No es eso lo que siempre dices…?


–De acuerdo, el punto es tuyo. Pero, Sakura, en serio, ¿a qué viene este repentino
interés en mi vida sexual? Mejor dicho, en mi falta de ella.


Sakura cogió el libro.

–A que tengo una idea.

El escalofrío que sintió ante las palabras de Sakura le llegó hasta los huesos, y
eso que el calor era agobiante. Y ella no se asustaba fácilmente. Bueno, a no
ser que su amiga estuviera involucrada con una de sus ideas típicas de “mamá
gallina”.


–¿No será otra sesión de espiritismo?

–No, esto es mejor.

En su interior, Hinata se encogió y comenzó a preguntarse qué sería de su vida en
esos momentos si hubiese tenido una compañera de habitación normal el primer
año en Tulane
3, en lugar de Sakura Quiero Ser Una
Gitana Traviesa. De algo estaba segura: no estaría discutiendo de su vida
sexual en medio de una calle llena de gente.


En ese momento, se fijó en lo diferentes que eran. Ella soportaba el húmedo calor
con un ligero vestido sin mangas de seda color crema, de Ralph Lauren, y
llevaba el pelo oscuro recogido en un sofisticado moño. En contraste, Sakura
llevaba una larga y vaporosa falda negra con un ceñido top de tirantes morado
que apenas le cubría sus generosos senos. El pelo rosa y rizado, que le llegaba
a los hombros, estaba recogido con un pañuelo de seda negra, con motas
semejantes a las de un leopardo. El atuendo se completaba con unos enormes
pendientes de plata, en forma de luna llena, que colgaban prácticamente hasta
los hombros. Sin mencionar el yacimiento de plata que se había colocado en
ambas muñecas, en forma de ciento cincuenta pulseras. Pulseras que tintineaban
cada vez que se movía.


La gente siempre había reparado en sus diferencias físicas, pero ella sabía que
Sakura escondía una mente astuta y una gran inseguridad bajo su «exótico»
atuendo. Por dentro, se parecían mucho más de lo que cualquiera podía imaginar.

Excepto en la extraña creencia que Sakura había desarrollado por el ocultismo.

Y en su insaciable apetito sexual.

Acercándose a ella, Sakura dejó el libro en las manos –poco dispuestas a cogerlo– de Hinata
y comenzó a pasar hojas. Se las arregló para no dejarlo caer.


Y para no poner los ojos en blanco por la exasperación que la invadía.

–Encontré esto el otro día, en esa vieja librería que hay junto al Museo de Cera. Estaba
cubierto por una montaña de polvo; intentaba encontrar un libro sobre
psicometría cuando de repente vi éste, ¡Voilà! –dijo señalando triunfalmente a la página.


Hinata miró el dibujo y se quedó con la boca abierta.

Jamás había visto algo parecido.

El hombre del dibujo era fascinante, y la pintura estaba realizada con asombroso
detalle. Si no fuese por las marcas dejadas en la página al haber sido impresa,
se diría que se trataba de una fotografía actual de alguna antigua estatua
griega.


No, se corrigió a si misma: de un
dios griego. Estaba claro que ningún mortal podía jamás tener esa pinta tan
fantástica.


Gloriosamente
desnudo, el tipo exudaba poder, autoridad y una aplastante y salvaje
sexualidad. Aunque su pose pareciera ser casual, daba la sensación de estar
contemplando un depredador listo para ponerse en acción en cualquier momento.


Las venas se le marcaban en aquel cuerpo perfecto que prometía poseer una fuerza
inigualable, diseñada específicamente para proporcionar placer a una mujer.


Con la boca seca, Hinata observó los músculos, que tenían las proporciones
adecuadas para su altura y su peso. Contempló la profunda hendedura que
separaba los duros pectorales y bajó hasta el estómago –esculpido con forma de
tableta de chocolate–, que suplicaba ser acariciado por una mano femenina.


Y entonces llegó al ombligo.

Y después a…

Bueno,no se les había ocurrido tapar aquello con una hoja de parra. ¿Y por qué
deberían haberlo hecho? ¿Quién, en su sano juicio, iba a querer ocultar unos
atributos masculinos tan estupendos? Y siguiendo con aquella línea de
pensamiento, ¿quién necesitaría un artilugio con pilas teniendo aquello en su casa?


Se humedeció los labios y volvió a la cara.

Mientras contemplaba los afilados y apuestos contornos del rostro, y los labios –con una
diabólica sonrisa apenas esbozada–, le asaltó la imagen de una ligera brisa
agitando esos rubios mechones, aclarados por el sol, que se ensortijaban
alrededor del cuello, especialmente diseñado para cubrirlo de húmedos besos. Y
de aquellos penetrantes ojos de color azul metálico, mientras alzaba una lanza
sobre la cabeza, y gritaba.


El sofocante aire que le rodeaba se estremeció ligeramente de forma repentina, y
le acarició las partes de su cuerpo expuestas a la brisa.


Casi podía escuchar el profundo timbre de la voz del tipo, y sentir cómo aquellos
musculosos brazos la envolvían y la atraían hacia un pecho duro como una roca,
mientras su cálido aliento le rozaba la oreja.


Percibía unas manos fuertes y expertas que vagaban por su cuerpo, y le proporcionaban un
deleite exquisito, mientras buscaban sus más recónditos lugares.


Un escalofrío le recorrió la espalda y el cuerpo comenzó a palpitarle en zonas
donde nunca había pensado que aquello pudiese ocurrir. Sentía un dolor fiero y
exigente que jamás había experimentado.


Parpadeó y volvió a mirar a Sakura, para ver si también ella se había visto afectada del
mismo modo. Pero si así era, no daba señales de ello.


Debía estar alucinando. ¡Exacto! Las especias de las judías le habían llegado al
cerebro y lo habían convertido en papilla.


–¿Qué opinas de él? –le preguntó Sakura, mirándola por fin a los ojos.

Hinata se encogió de hombros, en un esfuerzo por olvidar la hoguera que abrasaba su
cuerpo. Pero sus ojos volvieron a demorarse en las perfectas formas del hombre.

–Se parece a un paciente que tuvo cita ayer.

Bueno,no era exactamente cierto… el chico que había estado en su consulta era
medianamente atractivo, pero nada que ver con el hombre del dibujo.


¡Jamás había visto algo así en toda su vida!

–¿De verdad? –los ojos de Sakura adquirieron un matiz oscuro que pronosticaba el
comienzo de su sermón sobre las oportunidades de conseguir una cita y la
intervención del destino.


–Sí–dijo cortando a Sakura antes de que pudiese comenzar a hablar–. Me dijo que
era una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.


4 Beca Rhodes: Beca otorgada a un estudiante sobresaliente para estudiar en la Universidad de
Oxford, Inglaterra. (N. de la T.)


Sakura abrió la boca, muda de asombro. Cogió el libro, quitándoselo a Hinata de las
manos, y lo cerró con fuerza mientras la miraba furiosa.


–Siempre conoces a las personas más extrañas.

Hinata alzó una ceja.

–Ni se te ocurra decirlo –dijo Sakura mientras ocupaba su sitio habitual tras la
mesa. Colocó el libro a su lado–. Te lo advierto; esto –dijo, dando dos
golpecitos al libro– es lo que estás buscando.


Hinata miró fijamente a su amiga mientras pensaba en lo absolutamente convincente que
parecía Madam Sakura –autoproclamada Señora de la Luna–, sentada tras sus
cartas de tarot, con aquella mesa morada, y el misterioso libro bajo las manos.
En ese momento, casi podía creer que Sakura era en realidad una esotérica
gitana.


Si creyera en esas cosas.

–Vale–dijo Hinata dándose por vencida–. Deja de hablar con rodeos y dime qué tienen
que ver ese libro y ese dibujo con mi vida sexual.


El rostro de Sakura adoptó una expresión bastante seria.

–El tipo que te he enseñado… Naruto… es un esclavo sexual griego que está obligado
a cumplir los deseos de aquélla que le invoque, y a adorarla.


Hinata se rió con ganas. Sabía que estaba siendo muy maleducada, pero no pudo
evitarlo. ¿Cómo demonios iba creer Sakura, una licenciada en historia antigua y
en física, premiada con la beca Rhodes
4, y
con un doctorado en filosofía, en algo tan ridículo, aun con todas sus
excentricidades?


–No te rías. Lo digo en serio.

–Ya
lo sé, eso es lo que me hace gracia –se aclaró la garganta y se serenó–. Vale,
¿qué tengo que hacer?, ¿quitarme la ropa y bailar desnuda en Pontchartrain a
medianoche? –un leve intento de sonrisa curvó sus labios, sin importarle que
los ojos de Sakura se oscurecieran a modo de aviso–. Tienes razón, me encargaré
de conseguir una buena sesión de sexo, pero no creo que sea con un espléndido
esclavo sexual griego.


El libro se cayó de la
mesa.


Sakura
dio un grito, se levantó de un salto y tiró la silla.


Hinata jadeó.

–Lo empujaste con el
codo, ¿verdad?


Sakura
negó con la cabeza muy despacio; tenía los ojos abiertos como platos.


–Confiésalo, sakura.

–No
fui yo –dijo con una expresión mortalmente seria–. Creo que lo ofendiste.


Moviendo
la cabeza ante aquella necedad, Hinata sacó del bolso las gafas de sol y las
llaves. Bien, estupendo, esto se parecía a la época de la facultad, cuando
Sakura le habló de usar una Ouija, y lo amañó todo para que le dijese que se
iba a casar con un dios griego cuando cumpliera los treinta años, y que iba a
tener seis hijos con él.


Hasta
el día de hoy, Sakura se negaba a admitir que había sido ella la que dirigiera
el puntero.


Y,
en este preciso momento, hacía demasiado calor bajo el implacable sol de agosto
como para discutir.


–Mira,
necesito regresar al despacho. Tengo una cita a las dos en punto y no quiero
coger un atasco –le dijo mientras se ponía las Ray-Ban–. ¿Vendrás entonces esta
noche?


–No
me lo perdería por nada del mundo. Llevaré el vino.


–Bien, te veo a las ocho. –E hizo una
larga pausa para añadir:– Dile a Sasuke que hola y que gracias por dejarte
visitarme por mi cumpleaños.


Sakura la observó
alejarse y sonrió.


–Espera
a ver tu regalo –susurró, y recogió el libro del suelo. Pasó la mano por la
suave tapa de cuero repujado, y quitó unas motas de polvo.


Volvió
a abrirlo y observó de nuevo el maravilloso dibujo; aquellos ojos habían sido
dibujados con tinta negra, y aun así, daban la impresión de ser de un profundo
azul cobalto.


Por
una sola vez su hechizo iba a funcionar. Estaba segura.


–Te
gustará Hinata, Naruto –murmuró dirigiéndose al hombre mientras recorría con
los dedos su cuerpo perfecto–. Pero debo advertirte algo: acabaría con la
paciencia de un santo. Y traspasar sus defensas va a resultar más duro que
abrir una brecha en la muralla de Troya. No obstante, si alguien puede
ayudarla, ése eres tú.


Sintió
que el libro desprendía una súbita oleada de calor bajo su mano, y supo
instintivamente que era la forma que Naruto elegía para darle la razón.


Hinata
pensaba que estaba loca a causa de sus creencias, pero siendo la séptima hija
de una séptima hija, y con la sangre gitana que corría por sus venas, Sakura
sabía que había ciertas cosas en la vida que desafiaban cualquier explicación.
Ciertas corrientes de energía misteriosa que pasaban desapercibidas, esperando
que alguien las canalizara.


Y esa noche habría luna
llena.


Devolvió
el libro a la seguridad del carrito de la compra y lo cerró con llave.
Estaba segura que había sido cosa del destino que el
libro llegara hasta ella. Había sentido su llamada tan pronto como se acercó a
la estantería donde yacía.

Puesto que
llevaba dos años felizmente casada, supo que no estaba destinado a ella. La
usaba para llegar donde lo necesitaban.

Hasta Hinata.

Su sonrisa
se ensanchó. Cómo sería tener a este increíblemente apuesto esclavo sexual
griego a tu disposición y disponer de él durante todo un mes…

Sí. Éste era, definitivamente, un regalo de cumpleaños
que Hinata recordaría durante el resto de su vida.
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Mensaje por kathleen1100 Mar Abr 05, 2011 7:38 am

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Mensaje por the_best_girl Miér Abr 06, 2011 7:03 pm

me encanto espero que lo continues pronto me muero por saber que va a pasar.
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Mensaje por Gabriela alejandra Jue Abr 07, 2011 7:06 am



Contiiiii!!!!!!!!!








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Mensaje por Reika_chan Vie Abr 08, 2011 3:51 pm

Capítulo 2
Unas horas más tarde, Hinata suspiró al abrir la puerta de su dúplex y poner el pie en el suelo encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa de alas abatibles, que decoraba el rincón adyacente a la escalera, y cerró la puerta tras ella, echando el pestillo. Las llaves fueron a parar al lado de la correspondencia.
Mientras se quitaba a tirones los zapatos negros de tacón, el silencio le golpeó los oídos y se le formó un nudo en la garganta. Todas las noches la misma rutina tranquila: entrar a un hogar vacío, clasificar el correo, leer un libro, llamar a Sakura, comprobar el contestador e irse a la cama.
Sakura tenía razón, la vida de Hinata era una aburrida y escueta investigación sobre la monotonía.
A los veintinueve años, Hinata estaba muy cansada de su vida.
¡Demonios!, incluso Lee –el incansable buscador de tesoros nasales– comenzaba a parecer atractivo.
Bueno, quizás Lee no. Y menos su nariz, pero seguro que había alguien ahí afuera, en algún lugar, que no era un cretino.
¿O no?
Mientras subía las escaleras, decidió que vivir de forma independiente no era tan espantoso. Al menos, tenía mucho tiempo para dedicar a sus entretenimientos favoritos.
O también podría buscar nuevos pasatiempos, pensaba mientras caminaba por el pasillo que llevaba a su dormitorio. Algún día, encontraría un entretenimiento divertido.
Cruzó la habitación y dejó caer los zapatos junto a la cama. No tardó nada en cambiarse de ropa.
Acababa de recogerse el pelo en una coleta cuando sonó el timbre.
Bajó de nuevo las escaleras para dejar pasar a Sakura.
Tan pronto como abrió la puerta, su amiga le soltó enojada:
–No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad?
Hinata echó un vistazo a los vaqueros llenos de agujeros y después se fijó en su enorme camiseta de manga corta.
–¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto? –Y entonces lo vio; en la enorme cesta de mimbre que Sakura utilizaba para llevar las compras–. ¡Uf! No. Ese libro otra vez, no.
Con una expresión ligeramente irritada, Sakura le contestó:
–¿Sabes cuál es tu problema, Hinatita?
Hinata miró al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda. Desafortunadamente, no la escucharon.
–¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no arrojo mi gordo y pecoso cuerpo sobre cualquier hombre que conozco?
–Que no tienes ni idea de lo encantadora que eres en realidad.
Mientras Hinata se quedaba allí plantada, muda de asombro ante el poco frecuente comentario, Sakura llevó el libro a la salita de estar y lo colocó sobre la mesita de café. Sacó el vino de la cesta y se dirigió a la cocina.
Hinata no se molestó en seguirla. Había encargado una pizza antes de salir del trabajo, y sabía que Sakura estaría buscando unas copas.
Empujada por un resorte invisible, Hinata se acercó a la mesita donde estaba el libro.
Espontáneamente, extendió la mano y tocó la suave cubierta de cuero. Podría jurar que había sentido una caricia en la mejilla.
Qué ridiculez.
No crees en esta basura.
Hinata pasó la mano por el cuero y notó que no había título, ni ninguna otra inscripción. Abrió la tapa.
Era el libro más extraño que había visto en su vida. Las páginas parecían haber formado parte, originariamente, de un rollo de pergamino, que más tarde había sido transformado en un libro
El amarillento papel se arrugó bajos sus dedos al pasar la primera página; en ella había un elaborado símbolo hecho a mano, formado por la intersección de tres triángulos y la atrayente imagen de tres mujeres unidas por varias espadas.
Hinata frunció el ceño esforzándose por recordar si aquello podía ser una especie de antiguo símbolo griego.
Aún más intrigada que antes, pasó unas cuantas páginas y descubrió que estaba completamente en blanco, excepto aquellas tres hojas…
Qué extraño…
Debía de haber sido algún tipo de cuaderno de bocetos de un pintor, o de un escultor, decidió. Eso sería lo único que explicase que las páginas estuviesen en blanco. Algo tuvo que suceder antes de que el artista tuviera oportunidad de añadir algo más al libro.
Pero eso no acababa de explicar por qué las páginas parecían mucho más antiguas que la encuadernación…
Retrocedió hasta llegar al dibujo del hombre, y observó con atención la inscripción que había sobre él, pero no pudo sacar nada en claro. Al contrario que Sakura, ella evitó las clases de lenguas antiguas en la facultad como si fueran veneno; y si no hubiese sido por su amiga, jamás habría superado aquella parte fundamental en su currículum.
–Definitivamente, creo que es griego –dijo sin aliento cuando volvió a mirar al hombre.
Era sorprendente. Absolutamente perfecto e incitante.
Increíblemente fascinante.
Cautivada por completo, se preguntó cuánto tiempo se tardaría en hacer un dibujo tan perfecto. Alguien debía haber pasado años dedicado a la tarea; porque aquel tipo parecía estar preparado para saltar del libro y meterse en su casa.
Sakura se detuvo en la entrada y observó cómo Hinata miraba fijamente a Naruto. Nunca la había visto tan extasiada desde que la conocía.
Bien.
Quizás Naruto pudiese ayudarla.
Cuatro años eran demasiado tiempo.
Pero Kiba había sido un cerdo narcisista y desconsiderado. Se había comportado de un modo tan cruel con Hinata y con sus sentimientos, que incluso la había hecho llorar la noche que perdió la virginidad.
Y ninguna mujer merecía llorar. No cuando estaba con alguien que había prometido cuidar de ella.
Naruto sería definitivamente bueno para Hinata. Un mes con él y olvidaría todo lo referente a Kiba. Y, una vez que descubriera lo bien que sabía el sexo compartido y real, se liberaría de la crueldad de Kiba para siempre.
Pero, primero, tenía que conseguir que su testaruda amiguita fuese un poco más obediente.
–¿Has encargado la pizza? –le preguntó mientras le ofrecía una copa de vino.
Hinata la cogió con un gesto distraído. Por alguna razón, no podía apartar los ojos del dibujo.
–¿Hinata?
Parpadeó y se obligó a mirar hacia arriba.
–¿Hum?
–Te pillé mirando –bromeó Sakura.
Hinata se aclaró la garganta.
–¡Oh, por favor!, no es más que un pequeño dibujo en blanco y negro.
–Cielo, en ese dibujo no hay nada pequeño.
–Sakura, eres mala.
–Completamente cierto. ¿Más vino?
Y como si hubiesen estado esperando el momento preciso, sonó el timbre.
–Yo voy –dijo Sakura, colocando el vino en la mesita del teléfono para dirigirse al recibidor.
Unos minutos después, volvió a la salita. Hasta Hinata llegó el maravilloso aroma de la enorme pizza de pepperoni y sus pensamientos dejaron a un lado el libro. Y al hombre cuya imagen parecía haberse grabado en su subconsciente.
Pero no resultó fácil.
De hecho, cada minuto que pasaba parecía más difícil.
¿Qué demonios le pasaba? Era la Reina de Hielo. Ni siquiera Brad Pitt o Brendan Fraser despertaban sus deseos. Y a ellos los veía en color.
¿Qué había de extraño en aquel dibujo?
¿En él?
Mordisqueó la pizza y se cambió de asiento. Se acomodó en un sillón en la otra punta de la sala, a modo desafío personal. Sí. Demostraría a Sakura y al libro que ella dominaba la situación.
Después de cuatro porciones de pizza, dos pastelitos de chocolate, cuatro copas de vino y una película, se reían a más no poder tumbadas en el suelo sobre los cojines del sofá mientras veían Dieciséis velas.
–«Dices que es tu cumpleaños» –comenzó Sakura a cantar, y acto seguido golpeó el suelo como si de unos bongos se tratara– «También es el mío».
Hinata le golpeó la cabeza con un cojín y le dio la risa tonta al comprobar los efectos del vino.
–¿Hinata? –dijo Sakura burlona–. ¿Estás achispada?
Hinata volvió a reírse.
–Más bien, agradablemente contenta. Maravillosamente contenta.
Sakura se rió de ella y le deshizo la coleta.
–Entonces, ¿estás dispuesta a hacer un pequeño experimento?
–¡No! –gritó Hinata con énfasis, sujetándose los mechones de pelo tras las orejas–. No quiero utilizar la Ouija, ni hacer lo del péndulo y te juro que si veo una sola carta del Tarot o una runa, te vomitaré encima los pastelitos.
Mordiéndose el labio, Sakura cogió el libro y lo abrió.
Las doce menos cinco.
Sostuvo el dibujo para que Hinata lo observara y señaló aquel increíble cuerpo.
–¿Qué opinas de él?
Hinata lo miró y sonrió.
–Está para relamerse, ¿verdad?
Bueno, definitivamente la cosa iba progresando. No conseguía recordar la última vez que Hinata le había dedicado un cumplido a un hombre. Movió juguetonamente el libro frente al rostro de su amiga.
–Venga, Hinata. Admítelo. Deseas a este bombón.
–Si te digo que no le dejaría salir de mi cama ni a cambio de unas galletas saladas, ¿me dejarías en paz?
–Puede. ¿A qué más renunciarías por mantenerlo en tu cama?
Hinata puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza sobre un cojín.
–¿A comer sesos de mono a la plancha?
–Ahora soy yo la que va a vomitar.
–No estás prestando atención a la película.
–Lo haré si pronuncias este hechizo tan cortito.
Hinata alzó las manos y suspiró. Sabía que no merecía la pena discutir con Sakura… tenía aquella expresión. No se detendría hasta salirse con la suya, ni aunque cayese un meteorito sobre ellas en ese mismo momento.
Además, ¿qué había de malo? Ya hacía mucho tiempo que sabía que ninguno de los estúpidos rituales y encantamientos de Sakura funcionaban.
–Vale, si así te sientes mejor, lo haré.
–¡Sí! –gritó Sakura y la agarró de un brazo para ponerla en pie–. Necesitamos salir al porche.
–Muy bien, pero no voy a cortarle el cuello a un pollo, ni voy a beber nada asqueroso.
Con la sensación de ser una niña a la que habían dejado dormir en casa de una amiga, y que acababa de perder en el juego de Verdad-Atrevimiento, dejó que Sakura la precediera a través de la puerta corredera de cristal que daba al porche. El aire húmedo llenó sus pulmones, escuchó a los grillos cantar y descubrió miles de estrellas brillando sobre su cabeza. Hinata supuso que era una noche perfecta para invocar a un esclavo sexual.
Se rió por lo bajo.
–¿Qué quieres que haga? –le preguntó a Sakura–. ¿Pedir un deseo a un planeta?
Sakura negó con la cabeza y la colocó en mitad de un rayo de luna que se colaba entre los árboles y el alero del tejado. Le ofreció el libro.
–Apóyalo en el pecho y abrázalo con fuerza.
–¡Oh, nene! –dijo Hinata con fingido deseo mientras envolvía amorosamente el libro con sus brazos y lo acercaba a su pecho, como si de un amante se tratara–. Me pones tan cachonda… No puedo esperar a hundir mis dientes en ese maravilloso cuerpo que tienes.
Sakura se rió.
–Para. ¡Esto es serio!
–¿Serio? Por favor. Estoy aquí fuera en mitad del porche, el día de mi trigésimo cumpleaños, descalza, con unos vaqueros a los que mi madre les prendería fuego y abrazando un estúpido libro para invocar a un esclavo sexual griego que está en el más allá –miró a Sakura–. Sólo conozco una manera de hacer que esto sea aún más ridículo…
Sosteniendo el libro con una sola mano, extendió los brazos a ambos lados, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a rogar al oscuro cielo:
–¡Oh! Fabuloso esclavo sexual, llévame contigo y hazme todas las cosas escandalosas que sepas. Te ordeno que te levantes –dijo, alzando las cejas.
Sakura resopló.
–Así no es como debes hacerlo. Tienes que decir su nombre tres veces.
Hinata se enderezó.
–Esclavo sexual, esclavo sexual, esclavo sexual.
Con los brazos en jarras, Sakura le lanzó una furiosa mirada.
–Naruto de Macedonia.
–¡Oh! Lo siento –dijo Hinata volviendo a apretar el libro sobre el pecho, y cerrando los ojos–. Ven y alivia el dolor que siento en mis partes bajas, ¡Oh! Gran Naruto de Macedonia, Naruto de Macedonia, Naruto de Macedonia –se giró para mirar a Sakura–. ¿Sabes? Esto es un poco difícil de pronunciar tres veces seguidas, y tan rápido.
Pero su amiga no le prestaba la más mínima atención. Estaba muy ocupada mirando por todos lados, esperando la aparición de un apuesto extraño.
Hinata acababa de poner otra vez los ojos en blanco, cuando un ligero soplo de viento cruzó el patio y un suave aroma a sándalo las envolvió. Volvió a inhalar para recrearse de nuevo en el agradable olor antes de que se evaporara, y entonces la brisa desapareció, dejando de nuevo el caluroso y húmedo bochorno, típico de una noche de agosto.
De repente, se escuchó un débil sonido procedente del patio trasero, y las hojas de los arbustos se movieron.
Arqueando una ceja, Hinata contempló como las plantas se mecían. Y entonces, el diablillo que había en ella cobró vida.
–¡Oh, Dios mío! –farfulló y señaló a un arbusto del patio trasero–. ¡Sakura, mira allí!
Sakura se giró a toda prisa ante el nerviosismo de Hinata. Un enorme seto se mecía como si hubiese alguien detrás.
–¿Naruto? –le llamó Sakura, y dio un paso hacia delante.
El arbusto se inclinó y, súbitamente, un siseo y un miau rompieron el silencio, un segundo antes de que dos gatos cruzaran el patio como una exhalación.
–Mira, Lanie. Es el señor Don Gato que viene a poner fin a mi celibato –sostuvo el libro con un brazo y se llevó el dorso de la mano a la frente, en un simulacro de desmayo–. ¡Oh, ayúdeme Señora de la Luna! ¿Qué voy a hacer con las atenciones de tan desacertado pretendiente? Ayúdeme rápido, antes de que me mate a causa de la alergia.
–Dame ese libro –le espetó Sakura quitándoselo de un tirón. Regresó a la casa mientras pasaba las páginas–. ¡Joder!, ¿qué he hecho mal?
Hinata abrió la puerta para que Sakura pasara al fresco interior de la sala.
–No hiciste nada mal, cielo. Esto es absurdo. ¿Cuántas veces tengo que decirte que hay un viejecillo sentado en la parte trasera de un almacén, escribiendo toda esta porquería? Apostaría a que ahora mismo está partiéndose de la risa por lo imbéciles que hemos sido.
–Quizás era necesario hacer algo más. Me juego lo que sea a que hay algo en los primeros párrafos que no puedo interpretar. Debe ser eso.
Hinata cerró la puerta de cristal y suplicó un poco más de paciencia.
Y me llama testaruda, ¡a mí!
El teléfono sonó en ese instante y, al contestarlo, Hinata escuchó la voz de Sasuke preguntado por Sakura.
–Es para ti –dijo alargándole el auricular.
Sakura lo cogió.
–¿Sí? –se mantuvo en silencio unos minutos. Hinata podía escuchar la voz nerviosa de Sasuke. Por la repentina palidez del rostro de su amiga, dedujo que algo había pasado.
–Vale, vale. Llegaré enseguida. ¿Estás seguro de que te encuentras bien? Vale, te quiero. Voy de camino… no hagas nada hasta que yo llegue.
Hinata sintió un horrible nudo en el estómago. Una y otra vez, volvía a ver al policía en la puerta de su dormitorio, y a escuchar su desapasionada voz: Siento mucho informarle…
–¿Qué pasa? –preguntó Hinata.
–Sasuke se ha caído jugando a baloncesto y se ha roto un brazo.
Dejó escapar el aliento más tranquila. Gracias Señor, no ha sido un accidente de coche.
–¿Se encuentra bien?
–Dice que sí. Sus amigos le llevaron a un médico de guardia que le hizo una radiografía antes de que se marcharan. Me dijo que no me preocupara, pero creo que es mejor que vuelva a casa.
–¿Quieres que te lleve en mi coche?
Sakura negó con la cabeza.
–No, has tomado demasiado vino; yo he bebido menos. Además, estoy segura de que no es nada serio. Pero ya sabes lo aprensiva que soy. Quédate aquí y disfruta de lo que queda de película. Te llamaré mañana por la mañana.
–Vale. Avísame si es grave.
Sakura cogió el bolso y sacó las llaves. Se detuvo a mitad de camino y le alargó el libro a Hinata.
–¡Qué demonios! Quédatelo. Supongo que en los próximos días te ayudará a reírte a carcajadas cada vez que te acuerdes de lo idiota que soy.
–No eres idiota. Simplemente, un poco excéntrica.
–Eso es lo que decían de Mary Todd Lincoln5. Hasta que la encerraron.
Hinata cogió el libro, riéndose a carcajadas, y observó como Sakutra caminaba hacia su coche.
–Ten cuidado –gritó desde la puerta–. Y gracias por el regalo, y por lo que esté por venir.
Sakura le dijo adiós con la mano antes de subirse a su Jeep Cherokee de color rojo brillante y alejarse.
Con un suspiro de cansancio, Hinata cerró la puerta, echó el pestillo y arrojó el libro al sofá.
–No te vayas a ningún lado, esclavo sexual.
Hinata se rió de su propia estupidez. ¿Acabaría alguna vez Sakura con todas aquellas majaderías?
Apagó el televisor y llevó los platos sucios al fregadero. Mientras lavaba las copas, vio un repentino fogonazo.
Durante un segundo, pensó que se trataba de un relámpago.
Hasta que se dio cuenta de que había sido dentro de la casa.
–¿Qué dem…?
Soltó la copa y fue hacia la salita de estar. Al principio no vio nada. Pero según se acercaba a la puerta, percibió una presencia extraña. Algo que le puso la piel de gallina.
Entró en la estancia con mucho cuidado y vio una figura alta, de pie delante del sofá. Era un hombre. Un hombre muy apuesto. ¡Un hombre desnudo!

Gomene por la tardanaza
Razz es que tenia muchas cosas que hacer, la proxima prometo subirlo mas rapido aah, dejenme al menos 5 comentarios o no subire la conti XD juajua suena a amenaza ñañañaña asi lo XD
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Mensaje por Gabriela alejandra Sáb Abr 09, 2011 11:08 am

te perdonamos pero porfavor da la contiii!!!!!

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me encantooo Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 461190

no me hagas esperar tanto Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 846398
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Mensaje por the_best_girl Sáb Abr 09, 2011 8:25 pm

bueno con este post ya son tres comentarios asi que solo faltan ds, espero la conti esta buenosimo cada vez mas interesante.
me muero por saber que va a pasar.
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Mensaje por Reika_chan Dom Abr 10, 2011 4:49 am

Hola, bueno no pude esperar los 5 post XD me emocione y les trigo el siguiente capitulo, a que les va a gustar Twisted Evil , en fin les dejo que lean
Pd: ahora si,
Arrow para el proximo capitulo 5 comentarios o no ahi capi XD hahaha paresco chantajista, e,e lo soy, XD naaa

Capítulo 3

Hinata hizo lo que cualquier mujer que se encuentra a un hombre desnudo en su salita de estar hubiese hecho: gritar.
Y después, salir corriendo hacia la puerta.
Sólo que se olvidó de los cojines que habían amontonado en el suelo y que aún estaban allí. Se tropezó con unos cuantos y cayó de bruces.
¡No! Gritó mentalmente mientras aterrizaba de forma poco elegante y dolorosa. Tenía que hacer algo para protegerse.
Temblando de pánico, se abrió paso entre los cojines mientras buscaba un arma. Al sentir algo duro bajo la mano lo cogió, pero resultó ser una de sus zapatillas rosas con forma de conejo.
¡Joder! Por el rabillo del ojo vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la cogió; entonces se giró para enfrentar al intruso.
Más rápido de lo que ella hubiese podido esperar, el hombre cerró sus cálidos dedos alrededor de su muñeca y la inmovilizó con mucho cuidado.
–¿Te has hecho daño? –le preguntó.
¡Santo Dios!, su voz era profundamente masculina y tenía un melodioso y marcado acento que sólo podía describirse como musical. Erótico. Y francamente estimulante.
Con todos los sentidos embotados, Hinata miró hacia arriba y…
Bueno…
Para ser honestos, sólo vio una cosa. Y lo que vio hizo que las mejillas le ardieran más que un gumbo6 cajún. Después de todo, cómo no iba a verlo si estaba al alcance de su mano. Y además, con semejante tamaño.

6 Cajun Jumbo: Plato típico de Nueva Orleáns, muy picante. (N. de la T.)

Al momento, el tipo se arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo de los ojos y pasó las manos por su cabeza en busca de una posible herida.
Hinata se recreó con la visión de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar otra cosa que no fuese aquella increíble piel, sintió la urgencia de gemir ante la intensa sensación que los dedos de aquel tipo le estaban provocando en el pelo. Le ardía todo el cuerpo.
–¿Te has golpeado la cabeza? –le preguntó él.
De nuevo, ese magnífico y extraño acento que reverberaba a través de su cuerpo, como una caricia cálida y relajante.
Hinata miró con mucha atención aquella extensión de piel dorada por el sol, que parecía pedirle a gritos a su mano que la tocara.
¡El tipo prácticamente resplandecía!
Fascinada, deseó verle el rostro y comprobar por sí misma que era tan increíble como el resto de su cuerpo.
Cuando alzó la mirada más allá de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta. Y la botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos.
¡Era él!
¡No!, no podía ser.
Esto no podía estar sucediéndole a ella, y él no podía estar desnudo en su sala de estar con las manos enterradas en su pelo. Este tipo de cosas no pasaban en la vida real. Especialmente a las personas equilibradas como ella.
Pero aun así…
–¿Naruto? –preguntó sin aliento.
Tenía la poderosa y definida constitución de un gimnasta. Sus músculos eran duros, prominentes y magníficos, y muy bien definidos; tenía músculos hasta en lugares donde ni siquiera sabía que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos; en el pecho, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas.
Cualquier músculo que se le antojara, se abultaba con una fuerza ruda y totalmente masculina.
Hasta aquello había comenzado a abultarse.
El pelo le caía a la buena de Dios en una melena ondulada, y le enmarcaba un rostro sin rastro de barba, que parecía haber sido esculpido en granito. Increíblemente guapo y cautivador, sus rasgos no resultaban femeninos ni delicados. Pero definitivamente, robaban el aliento.
Los sensuales labios se curvaban en una leve sonrisa que dejaba a la vista un par de hoyuelos con forma de media luna, en cada una de sus bronceadas mejillas.
Y sus ojos.
¡Dios mío!
Tenían el celestial azul claro de un perfecto día de verano, rodeados de un borde azul oscuro que resaltaba sus iris. Resultaban abrasadores de tan intensos, y reflejaban inteligencia. Hinata tenía la sensación de que aquellos ojos podían realmente resultar letales.
O al menos, devastadores.
Y ella se sentía realmente devastada en esos momentos. Cautivada por un hombre demasiado perfecto para ser real.
Vacilante, extendió la mano para colocarla sobre su brazo. Se sorprendió mucho cuando no se evaporó, demostrando que no era una alucinación etílica.
No, ese brazo era real. Real, duro, y cálido. Bajo aquella piel que su mano tocaba, un poderoso músculo se flexionó, y el movimiento hizo que su corazón comenzara a martillearle con fuerza.
Atónita, no podía hacer otra cosa que mirarlo.
Naruto alzó una ceja, intrigado. Nunca antes una mujer había salido huyendo de él. Ni lo había dejado de lado después de haberlo invocado.
Todas las demás habían esperado ansiosas a que él tomara forma y se habían lanzado directamente a sus brazos, exigiéndole que las complaciera.
Pero ésta no…
Era distinta.
En sus labios cosquilleaba una sonrisa mientras deslizaba los ojos por el cuerpo de aquella mujer. Una abundante melena negra le caía hasta la mitad de la espalda, y sus ojos tenían el color gris pálido del mar justo antes de una tormenta, con motitas de color plata que brillaban con calidez e inteligencia.
La pálida y suave piel estaba cubierta de pequeñas pecas. Era tan adorable como su suave e insinuante voz.
No es que eso importase demasiado.
Sin tener en cuenta cuál fuese su apariencia, él estaba allí para servirla sexualmente. Para perderse al saborear aquel cuerpo, y tenía toda la intención de hacer precisamente eso.
–Vamos –le dijo sujetándola por los hombros–. Déjame ayudarte.
–Estás desnudo –murmuró Hinata mirándole de arriba abajo, totalmente perpleja, mientras se ponían en pie–. Estás muy desnudo.
Él le colocó unos cuantos mechones oscuros tras las orejas.
–Lo sé.
–¡Estás desnudo!
–Sí, creo que ya lo hemos dejado claro.
–Estás tan contento, y desnudo.
Confundido, Naruto frunció el ceño.
–¿Qué?
Ella miró su erección.
–Estás contento –le dijo con una intencionada mirada–. Y estás desnudo.
Así le llamaban entonces en este siglo. Debería recordarlo.
–¿Y eso te hace sentir incómoda? –le preguntó, asombrado por el hecho de que a una mujer le preocupara su desnudez, cosa que jamás había sucedido anteriormente.
–¡Bingo!
–Bueno, conozco un remedio –dijo Naruto, bajando el timbre de su voz mientras miraba la camisa de Hinata y los endurecidos pezones que se marcaban a través de la tela. No podía esperar más para ver esos pezones.
Para saborearlos.
Se acercó para tocarla.
Hinata se alejó un paso con el corazón desbocado. Esto no era real. No podía serlo. Estaba borracha y tenía alucinaciones. O quizás se había golpeado la cabeza con la mesita del sofá y estaba desangrándose, muriéndose poco a poco.
¡Sí, eso era! Eso tenía sentido.
Por lo menos, tenía más sentido que aquel palpitante estremecimiento que hacía que su cuerpo ardiera. Un estremecimiento que le pedía que se lanzara al cuello de aquel tipo.
Y de justos era decir que tenía un bonito cuello.
Cuando tengas una fantasía, muchacha, es que definitivamente estás agotada. Seguramente habrás estado trabajando más de la cuenta, y estás empezando a llevarte a casa los sueños de tus pacientes.
Naruto se acercó a ella y le encerró el rostro entre sus fuertes manos. Hinata no podía moverse. Se limitó a dejar que le alzara la cabeza hasta que pudo mirar de frente aquellos penetrantes ojos, que con toda seguridad podrían leerle el alma. La hipnotizaban como los de un mortífero depredador sosegando a su presa.
Hinata se estremeció bajo su abrazo.
Y entonces, unos ardientes y exigentes labios cubrieron los suyos. Hinata gimió en respuesta. Había escuchado hablar toda su vida de besos que hacían flaquear las rodillas de las mujeres, pero ésta era la primera vez que le sucedía a ella.
¡Oh! Aquel hombre olía estupendamente, daba gusto tocarle y, además, sabía muchísimo mejor.
Por propia iniciativa, sus brazos envolvieron aquellos amplios y fuertes hombros. El calor del pecho del hombre se introdujo en su cuerpo, incitándola con la erótica y sensual promesa de lo que vendría a continuación. Y mientras tanto, él se dedicaba a embelesarla con sus labios con tanta maestría como un vikingo con la intención de arrasarlo todo a su paso.
Cada centímetro de su magnífico cuerpo estaba íntimamente pegado al suyo, acariciándola con la intención de despertar todos sus instintos femeninos. ¡Oh Dios! Su presencia la estimulaba como ningún otro hombre lo había hecho jamás. Deslizó la mano por los esculturales músculos de su espalda y suspiró cuando sintió que se movían bajo su mano.
Hinata decidió en aquel preciso instante que si era un sueño, definitivamente no quería que sonara el despertador.
Ni el teléfono
Ni…
Las manos de Naruto acariciaron su espalda antes de agarrarla por las nalgas y acercar más sus caderas, mientras su lengua seguía danzando en su boca. El aroma a sándalo inundaba sus sentidos.
Con el cuerpo derretido, exploró los duros y firmes músculos de su espalda desnuda, mientras los largos mechones de él le rozaban las manos en una erótica caricia.
Naruto sintió que su cabeza daba vueltas con el cálido roce de Hinata, con la sensación de sus brazos envolviéndolo mientras sus propias manos recorrían su suave y pecosa piel, un deleite para el hambriento.
Cómo le gustaban los sonidos inarticulados con los que ella provocativamente le respondía. Mmm, estaba deseando oírla gritar de placer. Ver cómo su cabeza caía hacia atrás mientras su cuerpo se convulsionaba espasmo tras espasmo envolviendo su miembro.
Hacía muchísimo tiempo que no sentía las caricias de una mujer. Mucho tiempo desde que no gozaba del más mínimo contacto humano.
Sentía un deseo candente que le recorría todo el cuerpo; si ésta fuese su primera vez, devoraría a Hinata como a un trozo de chocolate. La tumbaría y gozaría de ella como un hambriento invitado a un banquete.
Pero tenía que esperar a que se acostumbrara un poco a él.
Muchos siglos atrás, había aprendido que las mujeres siempre se desvanecían tras su primera unión. Definitivamente, no quería que ésta se desmayara.
Al menos todavía.
No obstante, no podía esperar un minuto más para poseerla.
La tomó en brazos y se encaminó hacia la escalera.
En un principio, Hinata no reaccionó, perdida como estaba en la sensación de aquellos fuertes brazos que la rodeaban con pasión; su mente estaba totalmente centrada en el hecho de que un hombre la hubiera levantado del suelo y no hubiese gruñido por el esfuerzo. Pero al pasar junto a la enorme piña que decoraba el pasamanos de la escalera, salió de su ensimismamáento con un sobresalto.
–¡Eh, tío! –le soltó agarrándose a la piña de caoba tallada como si se tratara de un salvavidas–. ¿Dónde crees que me llevas?
Él se detuvo y la miró con curiosidad. En ese momento, Hinata fue consciente de que un hombre tan alto y poderoso como aquél, podría hacer lo que le apeteciese con ella y sería inútil intentar detenerlo.
Un estremecimiento de terror la sacudió.
Sin embargo, por muy peligrosa que la situación fuese, una parte de ella no estaba asustada. Algo en su interior le decía que ese hombre jamás le haría daño intencionadamente.
–Te llevo a tu dormitorio, donde podemos acabar lo que hemos empezado –dijo llanamente, como si estuviesen hablando del tiempo.
–Me parece que no.
Él encogió aquellos hombros, maravillosamente amplios.
–¿Prefieres las escaleras entonces?, ¿o quizás el sofá? –se detuvo y echó un vistazo alrededor de su casa, como si estuviese considerando las opciones–. No es mala idea, en realidad. Hace mucho que no poseo a una mujer en un…
–¡No, no, no! El único sitio donde vas a poseerme es en tus sueños. Y ahora déjame en el suelo antes de que me enfade de verdad.
Para su asombro, él obedeció.
Comenzó a sentirse un poco mejor una vez que sus pies tocaron tierra firme y subió dos escalones.
Ahora estaban frente a frente, y casi a la misma altura; bueno, si es que alguien podía estar alguna vez a la altura de un hombre con semejante autoridad e innato poder.
De pronto, el impacto de su presencia la golpeó con intensidad.
¡Era real!
¡Cielos!, Sakura y ella habían conseguido convocarlo y traerlo a este mundo.
Con el rostro impasible y sin la más ligera muestra de que la situación lo divirtiera, la miró directamente a los ojos.
–No entiendo por qué estoy aquí. Si no quieres sentirme dentro de ti, ¿por qué me has convocado?
Estuvo a punto de gemir al escuchar sus palabras. Y más aún cuando la visión de su cuerpo dorado, esbelto y poderoso introduciéndose en ella le pasó por la mente.
¿Qué se sentiría cuando un hombre tan increíblemente delicioso te hacía el amor durante toda la noche?
Estaba claro que Naruto sería delicioso en la cama. No cabía duda. Con la destreza y agilidad que caracterizaban sus movimientos, no hacía falta decir lo fenomenalmente bien que…
Hinata se puso tensa ante el rumbo de sus pensamientos. ¿Qué pasaba con este hombre?

Jamás en su vida había sentido un deseo sexual como el que sentía en esos momentos. ¡Nunca! Literalmente hablando, lo tumbaría en el suelo y se lo comería entero.
No tenía sentido.
Se había acostumbrado, con el paso de los años, a que le describieran innumerables encuentros sexuales de la forma más gráfica; algunos de sus pacientes incluso intentaban conmocionarla o excitarla.
Ni una sola vez habían conseguido su propósito.
Pero cuando se trataba de Naruto, lo único que tenía en mente era cogerlo, echarlo en el suelo y subírsele encima.
Ese pensamiento, tan impropio de ella, le devolvió la sensatez.
Abrió la boca para responder su pregunta, y no dijo nada. ¿Qué iba a hacer con este hombre?
Aparte de aquello.
Movió la cabeza con incredulidad.
–¿Qué se supone que voy a hacer contigo?
Los ojos de él se oscurecieron por la lujuria e intentó tocarla de nuevo.
¡Oh, sí!, le pedía su cuerpo, por favor, tócame por todos sitios.
–¡Para! –espetó, dirigiéndose tanto a Naruto como a sí misma; se negaba a perder el control. La cordura gobernaría la situación, no las hormonas. Ya había cometido ese error una vez, y no estaba dispuesta a repetirlo.
Subió de un salto un escalón más y lo miró directamente a los ojos. ¡Jesús, María y José!, era fantástico. El cabello rubio le caía en ondas hasta la mitad de la espalda, donde estaba sujeto por una tira de cuero marrón. Excepto tres finas trenzas acabadas en pequeñas cuentas de cristal, que oscilaban con cada uno de sus movimientos.
Las cejas, de color castaño oscuro, se arqueaban sobre unos ojos fascinantes a la par que terroríficos. Y esos ojos la estaban mirando con más pasión de la que debieran.
En ese momento desearía poder matar a Sakura, sin ninguna duda.
Pero no tanto como le gustaría meterse en la cama con este hombre y clavar los dientes en esa piel dorada.
¡Déjalo ya!
–No entiendo lo que sucede –dijo al fin. Tenía que pensar; descubrir lo que debía hacer–. Necesito sentarme un minuto y tú… –deslizó los ojos sobre el magnífico cuerpo–. Tú necesitas taparte.
Naruto puso una expresión crispada. Era la primera vez en toda su existencia que alguien le decía eso.
De hecho, todas las mujeres a las que había conocido antes de la maldición, no habían hecho otra cosa que intentar arrancarle la ropa. Lo más rápido posible. Y después de la maldición, sus invocadoras habían dedicado días enteros a contemplar su desnudez mientras pasaban las manos por su cuerpo, saboreando su presencia.
–Quédate aquí un momento –le dijo Hinata antes de subir a toda prisa las escaleras.
Naruto observó el vaivén de sus caderas mientras subía los peldaños y su miembro se endureció al instante. Echó un vistazo a su alrededor con los dientes apretados, en un intento por ignorar el ardor que sentía en la entrepierna. La clave estaba en la distracción; al menos hasta que ella claudicara.
Lo cual no tardaría en ocurrir. Ninguna mujer podía negarse por mucho tiempo el placer de tenerlo.
Con una amarga sonrisa ante aquella idea, contempló la casa.
¿En qué lugar y en qué época se encontraba?

No sabía cuánto tiempo había estado atrapado. Lo único que recordaba era el sonido de las voces a lo largo del tiempo, el sutil cambio de los acentos y de los dialectos según pasaban los años.
Mirando la luz que se encontraba sobre su cabeza, frunció el ceño. No había ninguna llama. ¿Qué era esa cosa? Los ojos se le llenaron de lágrimas, irritados, y desvió la vista.
Eso debía ser una bombilla, decidió.
«Oye, necesito cambiar la bombilla. Hazme el favor de darle al interruptor que está junto a la puerta, ¿vale?»
Mientras recordaba las palabras del dueño de la librería, miró hacia la puerta y vio lo que supuestamente debía ser el interruptor. Naruto se alejó de las escaleras y apretó el pequeño dispositivo. De inmediato, las luces se apagaron. Volvió a encenderlas.
Sonrió sin proponérselo. ¿Qué otras maravillas le aguardaban en esta época?
–Aquí tienes.
Naruto miró a Hinata que estaba en la parte superior de la escalera. Le arrojó un largo rectángulo de tela verde oscuro. La sostuvo sobre el pecho mientras la incredulidad lo dejaba perplejo.
¿Había dicho en serio lo de cubrirle?
Qué extraño. Frunciendo más el ceño, se envolvió las caderas con la tela.
Hinata esperó hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a Dios, por fin estaba tapado. No era de extrañar que los victorianos insistieran tanto en el asunto de las hojas de parra. Era una pena no tener unas cuantas en el patio. Lo único que crecía allí eran unos cuantos acebos, y dudaba mucho que él apreciara sus hojas.
Hinata se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá.
–Ayúdame, Sakura –suspiró–. Me las pagarás por esto.
Y entonces, él se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su presencia.
Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, Hinata le miró cautelosamente.
–Así que… ¿para cuánto tiempo has venido?
¡Oh, qué buena pregunta, Hinata! ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le pides un autógrafo ya que te pones? ¡Jesús!
–Hasta la próxima luna llena –sus gélidos ojos dieron muestras de un pequeño deshielo. Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en décimas de segundo. Se inclinó sobre ella para tocarle la cara. Hinata se incorporó de un salto y puso la mesita del café como barrera de separación.
–¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte durante todo un mes?
–Sí.
Conmocionada, Hinata se pasó la mano por los ojos. No podía entretenerlo durante un mes. ¡Un mes entero, con todos sus días! Tenía obligaciones, responsabilidades. Hasta tenía que buscar un pasatiempo.
–Mira –le dijo–. Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluido.
Sabía, por la expresión de su rostro, que a él no le importaban sus palabras. En absoluto.
–Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocada. Te aseguro que no elegí venir.
Sus palabras consiguieron herirla.
–Bueno, cierta parte de ti no siente lo mismo –le dijo mientras dedicaba una furiosa mirada a aquella parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como una vara.
Él suspiró al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía bajo la toalla.
–Desafortunadamente, tengo tanto control sobre esto como sobre el hecho de estar aquí.
–Bueno, la puerta está ahí –dijo señalándola–. Ten cuidado de que no te golpee el trasero al cerrarse.
–Créeme; si pudiese irme, lo haría.
Hinata titubeó ante sus palabras, ante su significado.
–¿Quieres decir que no puedo ordenarte que te marches?, ¿ni que regreses al libro?
–Creo que la expresión que usaste fue: bingo.
Hinata guardó silencio.
Naruto se puso de pie lentamente y la miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado, ésta la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadoras habían sabido lo que él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en sus brazos, utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer.
Jamás en su vida, mortal o inmortal, había encontrado a una mujer que no le deseara físicamente.
Era…
Extraño.
Humillante.
Casi embarazoso.
¿Sería un indicio de que la maldición se debilitaba?, ¿de que quizás pudiera liberarse?
No. En el fondo sabía que no era cierto, aun cuando su mente se esforzaba en aferrarse a la idea. Cuando los dioses griegos decretan un castigo, lo hacen con un estilo y con un ensañamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar.
Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había luchado contra la condena. Una época en la que había creído que podría liberarse. Pero después de dos mil años de encierro y tortura despiadada, había aprendido algo: resignación.
Se merecía este infierno personal y, como el soldado que una vez había sido, aceptaba el castigo.
Sentía un nudo en la garganta y tragó para intentar deshacerlo. Extendió los brazos a los lados y ofreció su cuerpo a Hinata.
–Haz conmigo lo que desees. Sólo tienes que decirme cómo puedo complacerte.
–Entonces deseo que te marches.
Naruto dejó caer los brazos.
–En eso no puedo complacerte.
Frustrada, Hinata comenzó a caminar nerviosa de un lado a otro. Finalmente, sus hormonas habían regresado a la normalidad y, con la cabeza más despejada, se esforzó por encontrar una solución. Pero por mucho que la buscaba, no parecía haber ninguna.
Un dolor punzante se instaló en sus sienes.
¿Qué iba a hacer un mes –un mes entero– con él?
De nuevo, una visión de Naruto tumbado sobre ella, con el pelo cayéndole a ambos lados del rostro, formando un dosel alrededor de sus cuerpos mientras se introducía totalmente en ella, la asaltó.
–Necesito algo… –a Naruto le falló la voz.
Hinata se dio la vuelta para mirarle, con el cuerpo aún suplicándole que cediera a sus deseos.
Sería tan fácil rendirse ante él… Pero no podía cometer ese error. Se negaba a usar a Naruto de ese modo. Como si…
No, no iba a pensar en eso. Se negaba a pensar en eso.
–¿Qué? –preguntó ella.
–Comida –contestó Naruto–. Si no vas a utilizarme de forma apropiada, ¿te importaría si como algo?
La expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó su rostro le indicó a Hinata que no le gustaba tener que pedir.
Entonces cayó en la cuenta de algo; si para ella esto resultaba extraño y difícil, ¿cómo demonios se sentiría él después de haber sido arrancado de donde quiera que estuviese, para ser arrojado a su vida como si fuese un guijarro lanzado con un tirachinas? Debía ser terrible.
–Por supuesto –le dijo mientras se ponía en movimiento para que él la siguiera–. La cocina está aquí –lo guió por el corto pasillo que llevaba a la parte trasera de la casa.
Abrió el frigorífico y se apartó para que él echara un vistazo.
–¿Qué te apetece?
En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a medio metro de distancia.
–¿Ha quedado algo de pizza?
–¿Pizza? –repitió Hinata asombrada. ¿Cómo sabría él lo que era una pizza?
Naruto se encogió de hombros.
–Me dio la impresión de que te gustaba mucho.
A Hinata le ardieron las mejillas mientras recordaba el tonto jueguecito al que se dedicaron mientras comían. Sakura había hecho otro comentario acerca de reemplazar el sexo con la comida, y ella había fingido un orgasmo al saborear el último trozo de pizza.
–¿Nos escuchaste?
Con una expresión hermética, él contestó en voz baja.
–El esclavo sexual escucha todo lo que se dice en las proximidades del libro.
Si las mejillas le ardieran un poco más, acabarían explotando.
–No quedó nada –dijo rápidamente, desando meter la cabeza en el congelador para enfriársela–. Tengo un poco de pollo que me sobró de ayer, y también pasta.
–¿Y vino?
Ella asintió con la cabeza.
–Está bien.
El tono despótico que utilizó Naruto hizo estallar su furia. Era uno de esos tonillos usados por un típico Tarzán que en el fondo quería decir: Yo soy el macho, nena. Tráeme la comida. Y había conseguido que le hirviera la sangre.
–Mira, tío, no soy tu cocinera. Como te pases conmigo te daré de comer Alpo7.
Él arqueó una ceja.
7 Alpo: Marca de comida enlatada para perros. (N. de la T.)
–¿Alpo?
–Olvídalo –aún irritada, sacó el pollo y lo preparó para meterlo en el microondas.
Naruto se sentó a la mesa con ese aura de arrogancia tan masculina que acababa con todas sus buenas intenciones. Deseando tener una lata de Alpo, Hinata sirvió un poco de pasta en un cuenco.
–De todos modos, ¿cuánto tiempo has estado encerrado en ese libro? ¿Desde la Edad Media? –al menos su forma de actuar correspondía a la de la época.
Él permaneció sentado, tan quieto como una estatua. Nada de mostrar sus emociones. Si no lo hubiese conocido mejor, habría pensado que se trataba de un androide.
–La última vez que fui convocado fue en el año 1895.
–¿En serio? –Hinata se quedó con la boca abierta mientras metía el cuenco en el microondas– ¿En 1895? ¿Estás hablando en serio?
Él asintió con la cabeza.
–¿En qué año te metieron en el libro?, la primera vez quiero decir.
La ira se adueñó de su rostro con tal intensidad que Hinata se asustó.
–Según tu calendario, en el año 149 a.C.
Hinata abrió los ojos de par en par.
–¿En el año 149 antes de Cristo? ¡Jesús, María y José! Cuando te llamé Naruto de Macedonia era cierto. Eres de Macedonia.
Él asintió con un gesto brusco.
Los pensamientos de Hinata giraban como un torbellino mientras cerraba el microondas y lo ponía en marcha. Era imposible. ¡Tenía que ser imposible!
–¿Cómo te metieron en el libro? A ver, según tengo entendido, los antiguos griegos no tenían libros, ¿verdad?
–Originalmente fui encerrado en un rollo de pergamino que más tarde fue encuadernado como medida de protección –dijo con un tono sombrío y el rostro impasible–. Y con respecto a qué fue lo que hice para que me castigaran: invadí Alexandria.
Hinata frunció el ceño. Aquello no tenía ni pizca de sentido; como el resto de todo lo que estaba sucediendo.
–¿Y por qué ibas a merecerte un castigo por invadir una ciudad?
–Alexandria no era una ciudad, era una sacerdotisa virgen del dios Príapo.
Hinata se tensó ante el comentario, y ante la magnitud del castigo que implicaba «invadir» a una mujer. Encerrar al autor de la invasión para toda la eternidad era un poco excesivo.
–¿Violaste a una mujer?
–No la violé –contestó mirándola con dureza–. Fue de mutuo consentimiento, te lo aseguro.
Vale, ése era un tema sensible para él. Se percibía claramente en su gélida conducta. No le gustaba hablar del pasado. Tendría que ser un poquito más sutil en su interrogatorio.
Naruto escuchó el extraño timbre, y observó cómo Hinata apretaba un resorte que abría la puerta de la caja negra donde había introducido su comida.
Ella sacó el humeante cuenco de comida y lo colocó ante él, junto con un tenedor plateado, un cuchillo, una servilleta de papel y una copa de vino. El cálido aroma se le subió a la cabeza e hizo que el estómago rugiera de necesidad.
Se suponía que debía estar perplejo por el modo tan rápido en que ella había cocinado, pero después de haber oído hablar de artefactos con nombres extraños como tren, cámara, automóvil, fonógrafo, cohete y ordenador, Naruto dudaba que cualquier cosa pudiese tomarlo por sorpresa.
En realidad, no quedaba ningún sentimiento en él, aparte del deseo; hacía mucho que había desterrado todas sus emociones.
Su existencia no era más que una sucesión de fragmentos temporales a lo largo de los siglos. Su única razón de ser era la de obedecer los deseos sexuales de sus invocadoras.
Y, si algo había aprendido en los dos últimos milenios, era a disfrutar de los escasos placeres que podía obtener en cada invocación.

Con ese pensamiento, cogió una pequeña porción de comida y saboreó la deliciosa sensación de los tibios y cremosos tallarines sobre su lengua. Era una pura delicia.
Dejó que el aroma de las especias y del pollo invadiera su cabeza. Había pasado una eternidad desde la última vez que probó la comida. Una eternidad sufriendo un hambre atroz. Cerró los ojos y tragó. Acostumbrado como estaba a la privación en lugar de a los alimentos, su estómago se cerró ante el primer bocado. Naruto apretó con fuerza el cuchillo y el tenedor mientras luchaba por alejar el terrible dolor.
Pero no dejó de comer. No lo haría mientras hubiese comida en el cuenco. Había esperado demasiado tiempo para poder aplacar su hambre y no estaba dispuesto a detenerse ahora.
Después de unos cuantos bocados más, los retortijones disminuyeron y le permitieron disfrutar plenamente de la comida.
Una vez su estómago se calmó, tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para comer como un humano y no zamparse la comida a puñados, tal era el hambre que le devoraba las entrañas.
En momentos como éste, le resultaba muy difícil recordar que aún era humano, y no una bestia desbocada y feroz que había sido liberada de su jaula.
Hacía siglos que había perdido la mayor parte de su condición humana. Y estaba decidido a conservar lo poco que le quedaba.
Hinata se apoyó en la encimera y lo observó mientras comía. Lo hacía lentamente, de forma casi mecánica. No dejaba entrever si le gustaba la comida, pero aún así, continuaba comiendo.
Lo que realmente le sorprendió fueron los exquisitos modales europeos que demostraba. Ella nunca había sido capaz de comer de ese modo, y fue entonces cuando comenzó a preguntarse dónde habría aprendido a utilizar el cuchillo para mantener la pasta en el tenedor, y evitar que se cayera.
–¿Había tenedores en al antigua Macedonia? –le preguntó.
Naruto dejó de comer.
–¿Disculpa?
–Me preguntaba cuándo se inventó el tenedor. ¿Ya lo utilizaban en…?
¡Estas desvariando! Le gritó su mente.
¿Y quién no lo haría en esta situación? Mira al tipo. ¿Cuántas veces crees que alguien ha actuado como un imbécil y ha acabado devolviendo la vida a una estatua griega? ¡Especialmente una estatua con ese cuerpo!
No muy a menudo.
–Creo que se inventó a mediados del sigo XV.
–¿En serio? –preguntó ella–. ¿Tú estabas allí?
Con una expresión ilegible, alzó los ojos y a su vez le preguntó:
–¿A qué te refieres, al momento en que inventaron el tenedor o al siglo XV?
–Al siglo XV, por supuesto. –Y pensándolo mejor, añadió:– No estabas allí cuando se inventó el tenedor, ¿verdad?
–No. –Naruto se aclaró la garganta y se limpió la boca con la servilleta–. Fui convocado en cuatro ocasiones durante ese siglo. Dos veces en Italia, una en Francia y otra en Inglaterra.
–¿De verdad? –Intentó imaginarse cómo debía ser el mundo en aquella época–. Apuesto a que has visto todo tipo de cosas a lo largo de los siglos.
–No tantas.
–¡Oh, venga ya! En dos mil años…
–He visto mayormente dormitorios, camas y armarios.
Su tono seco hizo que Hinata se detuviera y él continuó comiendo. Una imagen de Kiba se le clavó el corazón. Ella sólo había conocido a un imbécil egoísta y despreocupado. Pero parecía que Naruto tenía más experiencia en ese terreno.
–Cuéntame entonces, ¿qué haces mientras estás en el libro, te tumbas y esperas que alguien te convoque?
Él asintió.
–¿Y qué haces para pasar el tiempo?
Naruto se encogió de hombros y Hinata cayó en la cuenta de que, en realidad, no demostraba poseer un gran número de expresiones.
Ni de palabras.
Se acercó a la mesa y se sentó en un taburete frente a él.
–A ver, de acuerdo con lo que me has dicho tenemos que estar juntos durante un mes, ¿qué tal si nos dedicamos a charlar para hacerlo más agradable?
Naruto levantó la mirada, sorprendido. No podía recordar la última vez que alguien quiso conversar con él, excepto para darle ánimos o hacerle sugerencias que lo ayudaran a incrementar el placer que les proporcionaba. O para pedirle que volviera a la cama.
Había aprendido a una edad muy temprana que las mujeres sólo querían una cosa de él: esa parte de su cuerpo enterrada profundamente entre sus muslos.
Con esa idea en la mente, paseó lentamente la mirada por el cuerpo de Hinata, deteniéndose en sus pechos, que se endurecieron bajo su prolongado escrutinio.
Indignada, Hinata cruzó los brazos sobre el pecho y esperó a que él la mirara a los ojos. Naruto casi soltó una carcajada. Casi.
–A ver –dijo él utilizando sus mismas palabras–. Hay cosas que hacer con la lengua mucho más placenteras que charlar: como pasártela por los pechos desnudos y por la garganta –bajó la mirada hacia el lugar donde, aproximadamente, quedaría su regazo a través de la mesa–. Sin mencionar otras partes que podría visitar.
Por un instante, Hinata se quedó sin habla. Y después le encontró la gracia al asunto. Y un momento más tarde empezó a ponerse muy cachonda.
Como terapeuta, había oído cosas mucho más sorprendentes que ésa, se recordó.
Sí, claro, pero no lo había dicho una persona con la que ella quería hacer otras cosas aparte de hablar.
–Tienes razón, hay otras muchas cosas que se pueden hacer con una lengua; como, por ejemplo, cortarla –le dijo, y se regodeó en la sorpresa que reflejaron sus ojos–. Pero soy una mujer a la que le gusta mucho hablar, y tú estás aquí para complacerme, ¿verdad?
Su cuerpo se tensó de forma muy sutil, como si se resistiera a aceptar su papel.
–Es cierto.
–Entonces, cuéntame lo que haces mientras estás en el libro.
Hinata sintió como sus ojos la atravesaban con una intensidad tan abrasadora que la dejó intrigada, desconcertada y un poco asustada.
–Es como estar encerrado en un sarcófago –contestó él en voz baja–. Oigo voces, pero no puedo ver la luz ni ninguna otra cosa. No puedo moverme. Simplemente me limito a esperar y a escuchar.
Hinata se horrorizó ante la simple idea. Recordaba el día, mucho tiempo atrás, en que se había quedado encerrada accidentalmente en el armario de las herramientas de su padre. La oscuridad era total y no había modo de salir. Aterrorizada, había sentido que se le oprimían los pulmones y que la cabeza empezaba a darle vueltas por el miedo. Chilló y pataleó contra la puerta hasta que tuvo las manos llenas de moratones.
Finalmente, su madre la escuchó y la ayudó a salir.

Desde entonces, Hinata sentía una ligera claustrofobia debido a la experiencia. No podía imaginarse lo que sería pasar siglos enteros en un lugar así.
–Es horrible –balbució.
–Al final te llegas a acostumbrar. Con el tiempo.
–¿De verdad? –no estaba muy segura, pero dudaba que fuese cierto.
Cuando su madre la sacó del armario, descubrió que sólo había estado encerrada media hora; pero a ella le había parecido una eternidad. ¿Qué se sentiría al pasar realmente una eternidad encerrado?
–¿Has intentado escapar alguna vez?
La mirada que le dedicó lo decía todo.
–¿Qué sucedió? –preguntó Hinata.
–Obviamente, no tuve suerte.
Se sentía muy mal por él. Dos mil años encerrado en una cripta tenebrosa. Era un milagro que no se hubiera vuelto loco. Que fuera capaz de sentarse con ella y hablar.
No era de extrañar que le hubiese pedido comida. Privar a una persona de todos los placeres sensoriales era una tortura cruel y despiadada.
Y entonces supo que iba a ayudarlo. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero tenía que haber algún modo de liberarlo.
–¿Y si encontráramos el modo de sacarte de ahí?
–Te aseguro que no hay ninguno.
–Eres un tanto pesimista, ¿no?
La miró divertido.
–Estar atrapado durante dos mil años tiene ese efecto sobre las personas.
Hinata lo observó mientras acababa la comida, con la mente en ebullición. Su parte más optimista se negaba a escuchar su fatalismo, exactamente igual que la terapeuta que había en ella se negaba a dejarlo marchar sin ayudarlo. Había jurado aliviar el sufrimiento de las personas, y ella se tomaba sus juramentos muy en serio.
Quien la sigue, la consigue.
Y aunque tuviese que atravesar océanos o cruzar el mismo infierno, ¡encontraría el modo de liberarlo!
Mientras tanto, decidió hacer algo que dudaba mucho que alguien hubiese hecho por él antes: iba a encargarse de que disfrutara de su libertad en Nueva Orleáns. Las otras mujeres lo habían mantenido encerrado en los confines de sus dormitorios o de sus vestidores, pero ella no estaba dispuesta a encadenar a nadie.
–Bien, entonces digamos que esta vez vas a ser tú el que disfrute, tío.
Él alzó la mirada del cuenco con repentino interés.
–Voy a ser tu sirvienta – continuó Hinata–. Haremos cualquier cosa que se te antoje. Y veremos todo lo que se te ocurra.
Mientras tomaba un sorbo de vino, curvó los labios en un gesto irónico.
–Quítate la camisa.
–¿Cómo? –preguntó Hinata.
Naruto dejó a un lado la copa de vino y la atravesó con una lujuriosa y candente mirada.
–Has dicho que puedo ver lo que quiera y hacer lo que se me antoje. Bien, pues quiero ver tus pechos desnudos y después quiero pasar la lengua por…

–¡Oye grandullón!, ¡relájate! –le dijo Hinata con las mejillas ardiendo y el cuerpo abrasado por el deseo–. Creo que vamos a dejar claras unas cuantas reglas que tendrás que cumplir estés aquí. Número uno: nada de eso.
–¿Y por qué no?
Sí, le exigió su cuerpo entre la súplica y el enfado. ¿Por qué no?
–Porque no soy ninguna gata callejera con el rabo alzado para que cualquier gato venga, me monte y se largue.
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Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) Empty Re: Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA )

Mensaje por kathleen1100 Dom Abr 10, 2011 5:53 am

conti ya quisiera ser hinata Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 992842
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Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) Empty Re: Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA )

Mensaje por Gabriela alejandra Dom Abr 10, 2011 1:21 pm


MUY GRACIOSO Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 641550

contiii porfavor !!!!!!!!!!! Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 788514


te estaa quedandoo GENIAL Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 758770




SOY TU FAN!! Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 89757

ESPERO NO TARDESS DEMASIADOOO Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 93292
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Mensaje por the_best_girl Dom Abr 10, 2011 8:03 pm

para que no te quejes seis comentarios, espero que siigas subiendo asi se me olvidaba,
+3 un punto por cada capitulo + el prologo.

cada vez se pone interesante, por favor no te taldes en subirlo.

CONTI....

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Mensaje por naome_uchiha Lun Abr 11, 2011 1:04 pm

muy bueno.. espero conti conti... Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 261274

o si no.. Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 856194
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Mensaje por Reika_chan Lun Abr 11, 2011 1:25 pm

Hola gente bonita XD ahora el siguiente capi, que por cierto les va a encantar, jujuju Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 992842 esta algo subidito, y no saben Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 592355 las cosillas que pasaran mas adelante, yo quiero un naruto asi Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 427950 .
Pd:
Gabriela Alejandra dijo SOY TU FAN!! Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 89757
bueno, no es a mi a quien deberias decir eso sino a Sherrilyn Kenyon, quien es la escritra de esta historia, dios esa mujer tiene una imaginacion que uuuuuuuff Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 427950 .


Capítulo 4
Naruto alzó una ceja ante la cruda e inesperada analogía. Pero más que las palabras, lo que le sorprendió fue el tono amargo de su voz. Debieron utilizarla en el pasado. No era de extrañar que se asustase de él.
Una imagen de Penélope le pasó por la mente y sintió una punzada de dolor en el pecho, tan feroz que tuvo que recurrir a su firme entrenamiento militar para no tambalearse.
Tenía muchos pecados que expiar. Algunos habían sido tan grandes que dos mil años de cautiverio no eran más que el principio de su condena.
No es que fuese un bastardo de nacimiento; es que, tras una vida brutal, plagada de desesperación y traiciones, había acabado convirtiéndose en uno.
Cerró los ojos y se obligó a alejar esos pensamientos. Eso era, nunca mejor dicho, historia antigua y esto era el presente. Hinata era el presente.
Y estaba en él por ella.
Ahora entendía lo que Sakura quería decir cuando le habló sobre Hinata. Por eso le convocaron. Para mostrarle a Hinata que el sexo podía ser divertido.
Nunca antes se había encontrado en una situación semejante.
Mientras la observaba, sus labios dibujaron una lenta sonrisa. Ésta sería la primera vez que tendría que perseguir a una mujer para que lo aceptara. Anteriormente, ninguna había rechazado su cuerpo.
Con la inteligencia de Hinata y su testarudez, sabía que llevársela a la cama sería un reto comparable al de tender una emboscada al ejército romano.
Sí, iba a saborear cada momento.
Igual que acabaría saboreándola a ella. Cada dulce y pecoso centímetro de su cuerpo.
Hinata tragó saliva ante la primera sonrisa genuina de Naruto. La sonrisa suavizaba su expresión y lo hacía aún más devastador.
¿Qué demonios estaría pensando para sonreír así?
Por enésima vez, sintió que se le subían los colores al pensar en su crudo discursito. No lo había hecho a propósito; en realidad no le gustaba desnudar sus sentimientos ante nadie, especialmente ante un desconocido.
Pero había algo fascinante en este hombre. Algo que ella era percibía de forma perturbadora. Quizás fuese el disimulado dolor que reflejaban de vez en cuando esos celestiales ojos azules, cuando lo pillaba con la guardia baja. O tal vez fuesen sus años como psicóloga, que le impedían tener un alma atormentada en su casa y no prestarle ayuda.
No lo sabía.
El reloj de pared del recibidor de la escalera, dio la una.
–¡Dios mío! –dijo asombrada por la hora–. Tengo que levantarme a las seis de la mañana.
–¿Te vas a la cama?, ¿a dormir?
Si el humor de Naruto no hubiese sido tan huraño, el espanto que mostró su rostro habría hecho reír a Hinata de buena gana.
–Tengo que irme.
Él frunció el ceño…
¿Dolorido?
–¿Te ocurre algo? –preguntó ella.
Naruto negó con la cabeza.
–Bueno, entonces voy a enseñarte el sitio donde vas a dormir y…
–No tengo sueño.
A Hinata le sobresaltaron sus palabras.
–¿Qué?
Naruto la miró, incapaz de encontrar las palabras exactas para describirle lo que sentía. Llevaba atrapado tanto tiempo en el libro, que lo único que quería hacer era correr o saltar. Hacer algo para celebrar su repentina libertad de movimientos.
No quería irse a la cama. La idea de permanecer tumbado en la oscuridad un solo minuto más…
Se esforzó por volver a respirar.
–He estado descansando desde 1895 –le explicó–. No estoy muy seguro de los años que han transcurrido, pero por lo que veo, han debido ser unos cuantos.
–Estamos en el año 2002 –le informó Hinata–. Has estado «durmiendo» durante ciento siete años. –No, se corrigió ella misma. No había estado durmiendo.
Él le había dicho que podía escuchar cualquier conversación que tuviera lugar cerca del libro; lo que significaba que había permanecido despierto durante su encierro. Aislado. Solo.
Ella era la primera persona con la que había hablado, o estado cerca, después de cien años.
Se le hizo un nudo en el estómago al pensar en lo que debía haber soportado. Aunque la prisión de su timidez nunca había sido tangible para ella, sabía lo que era escuchar a la gente y no ser parte de ellos. Permanecer como una simple espectadora.
–Me gustaría poder quedarme despierta –dijo, reprimiendo un bostezo–. De verdad; pero si no duermo lo suficiente, mi cerebro se convierte en gelatina y se queda sin batería.
–Te entiendo. Al menos entiendo lo esencial, aunque no sé que son la gelatina ni la batería.
Hinata todavía percibía su desilusión.
–Puedes ver la televisión.
–¿Televisión?
Cogió el cuenco vacío y lo limpió antes de regresar con Naruto a la sala de estar. Encendió el televisor y lo enseñó a cambiar los canales con el mando a distancia.
–Increíble –susurró él mientras hacía zapping por primera vez.
–Sí, es algo muy útil.
Eso lo mantendría ocupado. Después de todo, los hombres sólo necesitaban tres cosas para ser felices: comida, sexo y un mando a distancia. Dos de tres deberían mantenerlo satisfecho un rato.
–Bueno –dijo mientras se dirigía a las escaleras–. Buenas noches.
Al pasar a su lado, Naruto le tocó el brazo. Y, aunque su roce fue muy ligero, Hinata sintió una descarga eléctrica.
Con el rostro inexpresivo, sus ojos dejaban ver todas las emociones que lo invadían. Hinata percibió su sufrimiento y su necesidad; pero sobre todo, captó su soledad.
No quería quedarse solo.
Humedeciéndose los labios –se le habían secado de forma repentina–, dijo algo increíble.
–Tengo otro televisor en mi habitación. ¿Por qué no ves allí lo que quieras, mientras yo duermo?
Naruto le dedicó una sonrisa tímida.
Fue tras ella mientras subían las escaleras, totalmente sorprendido por el hecho de que Hinata lo hubiera comprendido sin palabras. Había tenido en cuenta su necesidad de compañía, sin preocuparse de sus propios temores.
Eso le hizo sentir algo extraño hacia ella. Una rara sensación en el estómago.
¿Ternura?
No estaba seguro.
Hinata lo llevó hasta una enorme habitación presidida por una cama con dosel, situada en la pared opuesta a la puerta de entrada. Enfrente de la cama había una cómoda y, sobre ella, una ¿cómo lo había llamado Hinata?, ¿televisión?
Observó cómo Naruto paseaba por su dormitorio, mirando las fotografías que había en las paredes y sobre los muebles; fotografías de sus padres y de sus abuelos, de Sakura y ella en la facultad, y una del perro que tuvo cuando era pequeña.
–¿Vives sola? –le preguntó.
–Sí –dijo, acercándose a la mecedora que estaba junto a la cama. Su camisón estaba sobre el respaldo. Lo cogió y después miró a Naruto y a la toalla verde que aún llevaba alrededor de sus esbeltas caderas. No podía dejar que se metiera en la cama con ella de aquella guisa.
Seguro que puedes.
No, no puedo.
¿Por favor?
¡Shh! Parte irracional de mí, cállate y déjame pensar.
Aún guardaba los pijamas de su padre en el dormitorio que había pertenecido a sus progenitores; allí estaban todas sus pertenencias y para Hinata, era un lugar sagrado. Teniendo en cuenta la anchura de los hombros de Naruto, estaba segura de que las camisas no le servirían, pero los pantalones tenían cinturas ajustables y, aunque le quedasen cortos, al menos no se le caerían.
–Espera aquí –le dijo–. No tardaré nada.
Después de verla marcharse como una exhalación, Naruto se acercó a los ventanales y apartó las cortinas de encaje blanco. Observó las extrañas cajas metálicas –que debían ser automóviles– mientras pasaban por delante de la casa con aquel zumbido tan extraño que no cesaba un instante, semejante al ruido del mar. Las luces iluminaban las calles y todos los edificios; se parecían a las antorchas que había en su tierra natal.
Qué insólito era este mundo. Extrañamente parecido al suyo y, aun así, tan diferente.
Intentó asociar los objetos que veía con las palabras que había escuchado a lo largo de las décadas; palabras que no comprendía. Como televisión y bombilla.
Y por primera vez desde que era niño, sintió miedo. No le gustaban los cambios que percibía, la rapidez con la que las cosas habían evolucionado en el mundo.
¿Cómo sería todo la siguiente vez que lo convocaran?
¿Podrían las cosas cambiar mucho?
O lo que era más aterrador, ¿y si jamás volvían a invocarlo?
Tragó saliva ante aquella idea. ¿Y si acababa atrapado durante toda la eternidad? Solo y despierto. Alerta. Sintiendo la opresiva oscuridad en torno a él, dejándolo sin aire en los pulmones mientras su cuerpo se desgarraba de dolor.
¿Y si no volvía a caminar de nuevo como un hombre? ¿O a hablar con otro ser humano, o a tocar a otra persona?
Esta gente tenía cosas llamadas ordenadores. Había escuchado al dueño de la librería hablar sobre ellos con los clientes. Y unos cuantos le habían dicho que, probablemente, los ordenadores sustituirían un día a los libros.
¿Qué sería de él entonces?
Vestida con su camisola de dormir rosa, Hinata se detuvo en la habitación de sus padres, junto a la puerta de espejo del vestidor, donde guardó los anillos de boda el día posterior al funeral. Podía ver el débil resplandor del diamante marquise8 de medio quilate.

8 Diamante Marquise: Diamante tallado en forma romboidal. (N. de la T.)

El dolor hizo que se le formara un nudo en la garganta; luchó contra las lágrimas que pugnaban por brotar de sus ojos.
Con veinticuatro años recién cumplidos en aquella época, había sido lo suficientemente arrogante como para pensar que era una persona madura y capaz de hacer frente a cualquier cosa que la vida le pusiera por delante. Se había creído invencible. Y en un segundo, su vida se derrumbó.
La muerte le arrebató todo aquello que una vez tuvo: la seguridad, la fe, su creencia en la justicia y, sobre todo, el amor sincero de sus padres y su apoyo emocional.
A pesar de toda su vanidad juvenil, no había estado preparada para que le arrebataran por completo a toda su familia.
Y, aunque habían pasado cinco años, aún los echaba de menos. El dolor era muy profundo. El viejo dicho aquél, según el cual era mejor haber conocido el amor antes de perderlo, era un enorme fraude. No había nada peor que perder a las personas que te quieren y te cuidan en un accidente sin sentido.
Incapaz de enfrentar su ausencia, Hinata había sellado la habitación tras el funeral, y lo había dejado todo tal y como estaba.
Abrió el cajón donde su padre guardaba los pijamas y tragó saliva. Nadie había tocado estas cosas desde la tarde que su madre las dobló y las guardó.
Todavía recordaba la risa de su madre. Las bromas sobre el conservador estilo de su padre, que siempre elegía pijamas de franela.
Peor aún, recordaba el amor que se profesaban.
Lo que daría ella por encontrar la pareja perfecta, como les había sucedido a ellos. Habían estado casados veinticinco años antes de morir, y su amor había permanecido intacto desde el día que se conocieron.
No podía recordar un solo momento en que su madre no sonriera ante una broma de su padre. Siempre iban cogidos de la mano como dos adolescentes, y se robaban besos cuando creían que nadie los veía.
Pero ella los veía.
Y ahora lo recordaba.
Quería ese tipo de amor. Pero por alguna razón, no había encontrado a un hombre que la dejase sin aliento. Un hombre que consiguiera que se le desbocara el corazón y que sus sentidos se tambalearan.
Un hombre sin el cual la vida no tuviese sentido.
–¡Oh, mamá! –balbuceó, deseando que sus padres no hubiesen muerto aquella noche.
Deseando…
No sabía qué. Lo único que quería era conseguir algo que le hiciese pensar en el futuro. Algo que le hiciese feliz; de la misma forma que su padre había hecho feliz a su madre.
Mordiéndose el labio, Hinata cogió el pantalón de cuadros azul marino y blanco, y salió corriendo de la habitación.
–Aquí tienes –dijo arrojándole la prenda a Naruto y saliendo a toda prisa hacia el cuarto de baño, en mitad del pasillo. No quería que él fuese testigo de sus lágrimas. No volvería a mostrarse vulnerable delante de un hombre.
Naruto cambió la toalla por los pantalones y se fue tras Hinata. Había cerrado de un portazo la puerta más cercana a la habitación donde él se encontraba.
–Hinata –la llamó mientras abría la puerta con suavidad.
Se quedó paralizado al verla llorar. Estaba en mitad de un cuarto de aseo extraño, con dos lavamanos incrustados en la pared y una encimera blanca en la cual se apoyaba. Se había tapado la boca con una toalla, en un intento de sofocar sus desgarradores sollozos.
A pesar de su severa educación y de los dos mil años de autocontrol, Naruto se vio arrastrado por una oleada de compasión. Hinata lloraba como si alguien le hubiese roto el corazón.
Y eso lo hacía sentirse incómodo. Inseguro.
Apretando los dientes, alejó aquellos insólitos sentimientos. Si algo había aprendido durante su infancia era a no ahondar en los problemas de los demás, porque nunca traía nada bueno. No había que cuidar de nadie más que de uno mismo. Cada vez que había cometido el error de interesarse por alguien, lo había pagado con creces.
Además, en esta ocasión no había tiempo. Nada de tiempo.
Cuanto menos tuviese que ver con las emociones y la vida de Hinata, más fácil le resultaría volver a soportar su confinamiento.
Y, entonces, las palabras de Hinata lo golpearon con fuerza, justo en mitad del pecho. Ella lo había definido a la perfección: no era más que un gato dedicado a conseguir placer y después marcharse.
Se aferró con fuerza al tirador de la puerta. No era un animal. Él también tenía sentimientos.
O, al menos, solía tenerlos.
Antes de que pudiese reconsiderar sus acciones, entró en la estancia y la abrazó. Hinata le rodeó la cintura con los brazos y se apoyó en él como si se tratara de un salvavidas, mientras enterraba la cara en su pecho desnudo y sollozaba. Todo su cuerpo temblaba.
Algo muy extraño se abrió paso en el interior de Naruto. Un profundo anhelo que no sabía muy bien como definir.
Jamás en su vida había consolado a una mujer que lloraba. Se había acostado con tantas que no podía recordarlo; pero nunca, jamás, había abrazado a una mujer como estaba abrazando a Hinata. Ni después de hacer el amor. Una vez acababa con su pareja de turno, se levantaba, se limpiaba y buscaba algo con qué entretenerse hasta que fuese requerido de nuevo.
Incluso antes de la maldición, jamás había demostrado ternura por nadie. Ni por su esposa.
Como soldado, había sido entrenado desde que tenía uso de razón para mostrarse feroz, frío y duro.
«Vuelve con tu escudo, o sobre él». Ésas fueron las palabras de su madrastra el día que lo agarró del pelo y lo echó de su casa para que comenzara el entrenamiento militar, a la tierna edad de siete años.
Su padre había sido aún peor. Un legendario comandante espartano que no toleraba muestras de debilidad. Ni de emoción. El tipo se había encargado, látigo en mano, de que la infancia de Naruto llegase a su fin, enseñándolo a ocultar el dolor. Nadie podía ser testigo de su sufrimiento.
Hasta el día de hoy, aún podía sentir el látigo sobre la piel desnuda de su espalda, y escuchar el sonido que hacía el cuero al cortar el aire entre golpe y golpe. Podía ver la burlona mueca de desprecio en el rostro de su padre.
–Lo siento –murmuró Hinata sobre su hombro, devolviéndole al presente.
Ella alzó la cabeza para poder mirarle. Tenía los ojos grises brillantes por las lágrimas y parecían resquebrajar la capa que recubría su corazón, congelado desde hacía siglos por necesidad y por obligación.
Incómodo, Naruto se alejó de ella.
–¿Te sientes mejor?
Hinata se limpió las lágrimas y se aclaró la garganta. No sabía por qué había ido Naruto tras ella, pero había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien la consoló mientras lloraba.
–Sí –murmuró–. Gracias.
Él no respondió.
En lugar de ser el hombre tierno que la abrazaba instantes antes, había vuelto a ser el Señor Estatua; todo su cuerpo estaba rígido y no daba muestras de emoción.
Dejando escapar un suspiro iracundo, y pasó a su lado.
–No me habría puesto así si no estuviese tan cansada y quizás todavía un poco achispada. Necesito dormir.
Sabía que él iría tras ella, así que volvió resignadamente a su habitación y se metió en la cama de madera de pino, acurrucándose bajo el grueso edredón. Sintió cómo el colchón se hundía bajo el peso de Naruto un instante después.
Su corazón se aceleró ante la repentina calidez del cuerpo del hombre junto al suyo. Y la cosa empeoró cuando él se acurrucó a su espalda y le pasó una larga y musculosa pierna sobre la cintura.
–¡Naruto! –gritó con una nota de advertencia al sentir su erección contra la cadera–. Creo que sería mejor que te quedaras en tu lado de la cama, mientras yo me quedo en el mío.
No pareció prestar atención a sus palabras, puesto que inclinó la cabeza y dejó un pequeño rastro de besos sobre su pelo.
–Pensaba que me habías llamado para aliviar el dolor de tus partes bajas –le susurró en el oído.
Con el cuerpo al rojo vivo debido a su proximidad, y al aroma a sándalo que le embotaba la cabeza, Hinata se sonrojó al escucharle repetir las palabras que le dijera a Sakura.
–Mis partes bajas se encuentran en perfecto estado, y muy felices tal y como están.
–Te prometo que yo conseguiré que estén mucho, mucho más felices.
¡Oh!, no le cabía la menor duda.
–Si no te comportas, te echaré de la habitación.
Entonces lo miró y vio la incredulidad reflejada en los ojos azules.
–No entiendo por qué vas a echarme –le dijo.
–Porque no voy a utilizarte como si fueses un muñeco sin nombre, que no tiene más razón de ser que servirme. ¿De acuerdo? No quiero tener ese tipo de intimidad con un hombre al que no conozco.
Con una mirada preocupada, Naruto se apartó finalmente de ella y se tumbó en la cama.
Hinata respiró profundamente para intentar que su acelerado corazón se relajara, y poder apagar el fuego que le hacía hervir la sangre. Resultaba muy duro decirle que no a este hombre.
¿Crees realmente que vas a ser capaz de dormir con este tipo a tu lado? ¿Es que tienes una piedra por cerebro?
Cerró los ojos y recitó su aburrida letanía. Tenía que dormir. No había sitio para los «y si…» ni para los «pero…». Ni tampoco para Naruto.
Él colocó las almohadas de modo que le sirvieran de respaldo, y miró a Hinata. Ésta iba a ser, en su excepcionalmente larga vida, la primera vez que pasara una noche junto a una mujer sin hacerle el amor.
Era inconcebible. Ninguna lo había rechazado antes.
Ella se dio la vuelta en aquel momento y le dio un mando a distancia, como el que le había enseñado en la sala. Apretó un botón y encendió la televisión, después bajó el volumen de la gente que hablaba.
–Esto es para la luz –dijo apretando otro botón. De inmediato, las luces se apagaron, dejando que fuera el televisor el que iluminara débilmente las sombras de la habitación–. No me molestan los ruidos, así es que no creo que me despiertes –le dio el mando a distancia–. Buenas noches, Naruto de Macedonia.
–Buenas noches, Hinata –susurró él, observando cómo su sedoso cabello se extendía sobre la almohada, mientras se acurrucaba para dormir.
Dejó el mando a un lado y, durante un buen rato, se dedicó a mirarla mientras la luz procedente del televisor parpadeaba sobre los relajados ángulos de su rostro.
Supo el momento exacto en el que se durmió, por la uniformidad de su respiración. Sólo entonces se atrevió a tocarla. Se atrevió a seguir con la yema de un dedo la suave curva de su pómulo.
Su cuerpo reaccionó con tal violencia que tuvo que morderse el labio para no soltar una maldición. El fuego se había extendido por su sangre.
Había conocido numerosos dolores durante toda su vida: primero el dolor de estómago cuando necesitaba comer, después la sed de amor y respeto, y por último el dolor exigente de su miembro cuando ansiaba la humedad resbaladiza del cuerpo de una mujer. Pero jamás, jamás, había experimentado algo semejante a lo que sentía ahora.
Era un hambre tan voraz, una sensación tan potente, que amenazaba hasta su cordura.
Sólo podía pensar en separarle los cremosos muslos y hundirse profundamente en ella. En deslizarse dentro y fuera de su cuerpo una y otra vez, hasta que ambos alcanzaran el clímax al unísono.
Pero eso jamás llegaría a suceder.
Se alejó de ella a una distancia prudente, desde donde no pudiese oler su suave aroma femenino, ni sentir el calor de su cuerpo bajo el edredón.
Podría proporcionarle placer durante días, sin detenerse, pero él jamás encontraría la paz.
–Maldito seas, Príapo –gruñó. Era el dios que le había maldecido, hundiéndolo en este miserable destino–. Espero que Hades te esté dando lo que te mereces.
Una vez aplacada su ira, suspiró y se dio cuenta que las Parcas y las Furias se estaban encargando de lo propio con él.
Hinata se despertó con una extraña sensación de calidez y seguridad. Un sentimiento que no había experimentado desde hacía años.
De pronto, sintió un beso muy dulce sobre los párpados, como si alguien estuviese acariciándola con los labios. Unas manos fuertes y cálidas le tocaban el pelo.
¡Naruto!
Se incorporó tan rápido que se golpeó con su cabeza. Hasta sus oídos llegó el gemido de dolor de Naruto. Frotándose la frente, abrió los ojos y vio que él la observaba con el ceño fruncido y obviamente molesto.
–Lo siento –se disculpó mientras se sentaba–. Me sobresaltaste.
Naruto abrió la boca y se tocó los dientes con el pulgar para comprobar si el golpe los había aflojado.
Aquello fue peor aún para Hinata, puesto que no pudo evitar contemplar el roce de su lengua sobre los dientes. Y la visión de esos blanquísimos dientes, increíblemente rectos, que a ella le gustaría tener mordisqueándole…
–¿Qué quieres para desayunar? –le preguntó para alejarse un poco de sus pensamientos.
La mirada de él descendió hasta el profundo escote en V de su camisola. Siguiendo la dirección de sus ojos, Hinata se dio cuenta de que, desde donde él estaba sentado, podría ver todo su cuerpo hasta llegar a las embarazosas braguitas de Mickey Mouse.
Antes de que pudiera moverse, Naruto tiró de ella, hasta sentarla sobre sus muslos y reclamó sus labios.
Hinata gimió de placer bajo el asalto de su boca, mientras su lengua le hacía las cosas más escandalosas. La cabeza comenzó a girarle con la intensidad del beso y con el cálido aliento de Naruto mezclándose con el suyo.
Y pensar que nunca le había gustado besar…
¡Debía estar loca!
Los brazos de Naruto intensificaron su abrazo. Miles de llamas lamían su cuerpo, encendiéndola e incitándola, mientras se agrupaban en la zona que más le dolía: entre los muslos, donde quería tenerle.
Sus labios la abandonaron para trazar con la lengua un rastro hasta su garganta, dibujando húmedos círculos sobre el mentón, el lóbulo de la oreja y finalmente el cuello.
¡El tipo parecía conocer todas las zonas erógenas del cuerpo de una mujer!
Mejor aún, sabía cómo usar las manos y la lengua para masajearlas hasta obtener el máximo placer.
Exhaló el aire suavemente sobre su oreja y, de inmediato, un escalofrío la recorrió de arriba a abajo; cuando pasó la lengua por el lóbulo, todo su cuerpo comenzó a temblar.
Un hormigueo le recorrió los pechos, que al instante se endurecieron, sobresaliendo como duros montículos que clamaban por ser besados.
–Naruto –gimió, incapaz de reconocer su voz. Su mente le pedía que se detuviera, pero las palabras se quedaron atravesadas en la garganta.
Había mucho poder en sus caricias. Mucha magia. Le hacía ansiar, dolorosamente, mucho más.
Se dio la vuelta con ella en brazos y la aprisionó contra el colchón. Incluso a través del pijama, Hinata percibía su erección, su miembro duro y ardiente que presionaba sobre la cadera, mientras con las manos le aferraba las nalgas y respiraba entrecortadamente junto a su oreja.
–Tienes que parar –consiguió decirle al fin con voz débil.
–¿Parar el qué? –le preguntó–. ¿Esto? –y trazó con la lengua el laberinto de su oreja. Hinata siseó de placer. Los escalofríos se sucedían y, como si se tratase de ascuas al rojo vivo, abrasaban cada centímetro de su piel. Los pechos se hincharon aún más bajo el cuerpo de Naruto–. ¿O esto? –e introdujo una mano bajo la cinturilla elástica de sus braguitas para tocarla donde más lo deseaba.
Hinata se arqueó en respuesta a sus caricias y clavó los dedos en las sábanas ante la sensación de sus manos entre las piernas. ¡Dios, este hombre era increíble!
Naruto comenzó a acariciar en círculos la trémula carne, utilizando un solo dedo, haciendo que se consumiera antes de introducirle dos dedos hasta el fondo.
Mientras rodeaba, acariciaba y atormentaba su interior, comenzó a masajearle muy suavemente el clítoris con el pulgar.
–¡Ooooh! –gimió Hinata, echando la cabeza hacia atrás por la intensidad del placer.
Se aferró a Naruto, mientras él continuaba su implacable asalto utilizando sus manos y su lengua, dándole placer. Totalmente fuera de control, Hinata se frotaba de forma desinhibida contra él, ansiando su pasión, sus caricias.
Naruto cerró los ojos y saboreó el olor del cuerpo de Hinata bajo el suyo; la sensación de sus brazos envolviéndolo. Era suya. Podía sentirla temblar y latir alrededor de su mano, mientras su cuerpo se retorcía bajo sus caricias.
En cualquier momento llegaría al clímax.
Con ese pensamiento ocupando su mente por completo, le quitó la camisola e inclinó la cabeza hasta atrapar un duro pezón y succionar suavemente toda la areola, deleitándose en la sensación de la rugosa piel bajo su lengua.
No recordaba que una mujer supiese tan bien como aquélla.
Su sabor se le quedaría grabado a fuego en la mente, jamás podría olvidarlo.
Y estaba completamente preparada para recibirlo: ardiente, húmeda y muy estrecha; exactamente como a él le gustaba una mujer.
Rasgó de un tirón la pequeña prenda que se ceñía a las caderas de Hinata, y que le impedía un acceso total a aquel lugar que se moría por explorar completamente.
Y en toda su profundidad.
Ella escuchó cómo rompía las braguitas, pero no fue capaz de detenerlo. Su voluntad ya no le pertenecía; había sido engullida por unas sensaciones tan intensas, que lo único que quería era encontrar alivio.
¡Tenía que conseguirlo!
Alzando los brazos, enterró las manos en el pelo de Naruto, incapaz de permitir que se alejara, aunque sólo fuese por un segundo.
Naruto se quitó los pantalones a tirones y le separó los muslos.
Con el cuerpo envuelto en puro fuego, Hinata aguantó la respiración mientras él colocaba su largo y duro cuerpo entre sus piernas.
La punta de su miembro presionaba justo sobre el centro de su feminidad. Arqueó las caderas acercándose aún más, aferrándose a sus amplios hombros. Deseaba sentirlo dentro con una desesperación tal, que desafiaba a todo entendimiento.
Y de repente, sonó el teléfono.
Hinata dio un respingo al escucharlo, y su mente recobró repentinamente el control
–¿Qué es ese ruido? –gruñó Naruto.
Agradecida por la interrupción, Hinata salió como pudo de debajo de Naruto; le temblaban las piernas y le ardía todo el cuerpo.
–Es un teléfono –dijo, antes de inclinarse hacia la mesita de noche y coger el auricular.
La mano no dejaba de temblarle mientras se lo acercaba a la oreja.
Lanzando una maldición, Naruto se puso de lado.
–Sakura, gracias a Dios que eres tú –dijo Hinata, tan pronto como escuchó su voz. ¡En ese momento agradecía muchísimo la habilidad que tenía Sakura de saber el momento preciso en que llamar!
–¿Qué pasa? –preguntó su amiga.
–Deja de hacer eso –le espetó a Naruto que, en ese instante, se dedicaba a lamerle las nalgas en un movimiento descendente…
–Pero si no estoy haciendo nada –le dijo Sakura.
–Tú no, Sakura.
El silencio cayó sobre el otro extremo de la línea.
–Escucha –le dijo Hinata a Sakura con una dura advertencia en la voz–. Necesito que busques entre la ropa de Sasuke y traigas unas cuantas cosas. Ahora.
–¡Funcionó! –el agudo chillido estuvo a punto de perforarle el tímpano–. ¡Ay, Dios mío! ¡Funcionó!, ¡no puedo creerlo! ¡Voy para allá!
Hinata colgó el teléfono justo cuando la lengua de Naruto bajaba desde sus nalgas hacia…
–¡Para ya!
Él se echó hacia atrás y la miró con el ceño fruncido, estupefacto.
–¿No te gusta que te haga eso?
–Yo no he dicho eso –contestó antes de poder detenerse.
Naruto se acercó de nuevo a ella.
Hinata bajó de un salto de la cama.
–Tengo que irme a trabajar.
Naruto se apoyó en un brazo, tendido sobre un costado, y la observó mientras recogía los pantalones del pijama y se los arrojaba. Los agarró con una mano mientras sus ojos se movían, perezosamente, sobre el cuerpo de Hinata.
–¿Por qué no llamas para decir que estás enferma?
–¿Que estoy enferma? –repitió–. ¿Y tú cómo conoces ese truco?
Él se encogió de hombros.
–Ya te lo he dicho. Puedo escuchar mientras estoy encerrado en el libro. Por eso puedo aprender idiomas y entender los cambios en la sintaxis.
Con la misma elegancia de una pantera que se endereza tras estar agazapada, Naruto apartó el edredón y salió lentamente de la cama. No llevaba los pantalones. Y su miembro estaba totalmente erecto.
Hipnotizada, Hinata fue incapaz de moverse.
–No hemos acabado –dijo él con la voz ronca, mientras se acercaba a ella.
–¡Pues claro que sí! –le contestó Hinata, y huyó al cuarto de baño, encerrándose allí tras echar el pestillo a la puerta.
Con los dientes apretados, Naruto tuvo la repentina necesidad de golpearse la cabeza contra la pared de tan frustrado como se sentía. ¿Por qué tenía que ser tan testaruda?
Se miró el miembro rígido y soltó un juramento.
–¿Y tú no puedes comportarte durante cinco minutos al menos?
Hinata se dio una larga ducha fría. ¿Qué tenía Naruto que hacía que su sangre literalmente hirviera? Incluso ahora podía sentir el calor de su cuerpo sobre ella.
Sus labios sobre…
–¡Para, para, para!
No era una ninfómana sin control sobre sí misma. Era una licenciada en Filosofía, con un cerebro; y sin hormonas.
Pero aun así, sería extremadamente fácil olvidarse de todo y pasar todo el mes en la cama con Naruto.
–Muy bien –se dijo a sí misma–. Supongamos que te metes en la cama con él un mes. Y luego, ¿qué? –Se enjabonó el cuerpo mientras la irritación desvanecía los últimos rescoldos de su deseo–. Yo te diré qué pasará después. Él se irá y tú, colega, te quedarás sola otra vez.
» ¿Te acuerdas de lo que ocurrió cuando Kiba se marchó? ¿Te acuerdas de cómo te sentías cuando te paseabas por la habitación, con el estómago revuelto porque habías permitido que te utilizara? ¿Te acuerdas de la humillación que sentías?
Pero aún peor que esos recuerdos, era la imagen de Kiba mofándose de ella a carcajadas con sus amigos, mientras recogía el dinero de la apuesta. Cómo deseaba haber sido un hombre en ese momento, para poder abrir la puerta de su apartamento de una patada y golpearlo hasta hacerlo pedazos.
No, no dejaría que nadie más la utilizara.
Le había costado años superar la crueldad de Kiba, y no tenía ningún deseo de arruinar lo que había conseguido por un capricho. ¡Aunque fuese un fabuloso capricho!
No, no y no. La próxima vez que se entregara a un hombre, sería con uno que estuviese unido a ella. Alguien que la cuidara.
Alguien que no dejase a un lado su dolor y continuase usando su cuerpo buscando su propio placer, como si ella no importara nada –pensaba, mientras los recuerdos reprimidos regresaban a la superficie. Kiba se había comportado como si ella no hubiese estado presente. Como si no hubiese sido más que una muñeca sin emociones, diseñada sólo para proporcionarle placer.
Y no estaba dispuesta a dejar que la volviesen a tratar así, especialmente si se trataba de Naruto.
Jamás.
Naruto bajó las escaleras, maravillado por la brillante luz del sol que entraba por las ventanas. Le resultaba divertido el hecho de que la gente diese por sentado esos pequeños detalles. Recordaba la época en la que no se fijaba en algo tan simple como una mañana soleada.
Y ahora, cada una de ellas era un verdadero regalo de los dioses. Un regalo que tenía toda la intención de degustar durante el mes que tenía por delante, hasta que estuviese obligado a regresar a la oscuridad.
Con el corazón agobiado, se dirigió a la cocina, hacia el armario donde Hinata guardaba la comida. Al abrir la puerta le sorprendió la frialdad. Alargó la mano y dejó que el aire frío le acariciara la piel. Increíble.
Sacó varios recipientes, pero no pudo leer las etiquetas.
–No comas nada que no puedas identificar –se recordó a sí mismo, mientras pensaba en algunas de las asquerosidades que había visto a la gente comer a lo largo de los siglos.
Se inclinó hacia delante y rebuscó hasta encontrar un melón en uno de los cajones inferiores. Lo llevó a la encimera del centro de la cocina, cogió un cuchillo largo del soporte, donde Hinata tenía al menos una docena de ellos, y lo partió por la mitad.
Cortó un trozo y se lo introdujo en la boca.
Cuando el delicioso jugo inundó sus papilas gustativas, gruñó de satisfacción. La dulce pulpa hizo que su estómago rugiera con una feroz exigencia. La garganta le pedía, con una sensación cercana al dolor, que le proporcionara un poco más de aquel relajante dulzor.
Era tan estupendo volver a tener comida… Tener algo con lo que apagar la sed y el hambre.
Antes de poder detenerse, dejó el cuchillo a un lado y comenzó a partir el melón con las manos, llevándose los trozos a la boca tan rápido como podía.
¡Por los dioses!, estaba tan hambriento… Tenía tanta sed…
No fue consciente de lo que hacía hasta que se descubrió desgarrando la cáscara.
Se quedó paralizado al ver sus manos cubiertas con el jugo del melón, y los dedos curvados como las garras de cualquier animal.
«Date la vuelta, Naruto y mírame. Ahora sé un buen chico y haz lo que te ordeno. Tócame aquí. Mmm… sí, eso es. Buen chico, buen chico. Házmelo bien y te traeré de comer en un momento.»
Naruto se encogió de temor ante la repentina invasión de los recuerdos de su última invocación. No era de extrañar que se comportara como un animal; le habían tratado como tal durante tanto tiempo que apenas recordaba cómo ser un hombre.
Al menos, Hinata no le había encadenado a la cama.
Todavía.
Asqueado, echó un vistazo alrededor de la cocina, mientras daba gracias mentalmente por el hecho de que Hinata no hubiese presenciado su pérdida momentánea de control.
Con la respiración entrecortada, cogió la mitad del melón y lo echó al recipiente donde había visto a Hinata tirar la basura la noche anterior. Después, abrió el grifo del fregadero y se lavó para desprenderse de la pegajosa pulpa.
Tan pronto como el agua fresca le rozó la piel, suspiró de placer. Agua. Fría y pura. Era lo que más echaba de menos durante su confinamiento. Lo que más anhelaba, hora tras hora, mientras su reseca garganta ardía de dolor.
Dejó que el agua se deslizara por su piel antes de capturarla con las manos ahuecadas y beber directamente de ellas. Se chupó los dedos. Era maravillosamente relajante la sensación de sentir el frescor en la boca y después notar cómo bajaba por la garganta, calmando su sed. Lo único que deseaba en ese momento era meterse en el fregadero y dejar que el agua se deslizara por todo su cuerpo.
Dejar que…
Escuchó que alguien golpeaba suavemente la puerta y, al instante, un ruido de pasos que descendían por la escalera. Cerró el grifo y cogió el trapo seco que había junto al fregadero para secarse las manos y la cara.
Cuando volvió a la encimera para recoger los restos del melón, reconoció la voz de Sakura.
–¿Dónde está?
Naruto agitó la cabeza ante el entusiasmo de la amiga de Hinata. Eso era lo que había esperado de Hinata.
Las dos mujeres entraron a la cocina. Naruto alzó la mirada y se encontró con unos ojos jades tan grandes como dos escudos espartanos.
–¡Jesús, María y José! –balbució Sakura.
Hinata cruzó los brazos sobre el pecho, en sus ojos brillaba una mezcla de ira y diversión.
–Naruto, ésta es Sakura.
–¡Jesús, María y José! –repitió su amiga.
–¿Sakura? –preguntó Hinata, moviendo la mano ante los ojos de su boquiabierta amiga, que ni siquiera parpadeó.
–¡Jesús, Ma…!
–¿Vas a dejarlo ya? –la reprendió Hinata.
Sakura dejó que la ropa que llevaba en las manos cayera directa al suelo y dio una vuelta completa alrededor de Naruto para poder ver su cuerpo desde todos los ángulos. Sus ojos comenzaron por la cabeza y descendieron hasta los dedos de los pies.
Naruto apenas pudo suprimir la ira ante semejante escrutinio.
–¿Te gustaría mirarme los dientes tal vez, o prefieres que me baje los pantalones para que puedas inspeccionarme más a gusto? –le preguntó con más malicia de la que había pretendido en un principio. Después de todo, ella estaba, técnicamente, de su parte.
Si cerrase la boca y dejara de mirarlo de aquel modo… Nunca había soportado ser el centro de esas desmedidas muestras de atención.
Sakura alargó la mano, insegura, para tocarle el brazo.
–¡Uuuh! –se burló él, consiguiendo que Sakura diera un respingo.
Hinata soltó una carcajada.
Sakura frunció el ceño y les dedicó a ambos una furiosa mirada.
–Muy bien, ¿estáis intentando reíros de mí?
–Te lo mereces –le dijo Hinata mientras cogía un trozo de melón recién cortado por Naruto y se lo llevaba a la boca–. Por no mencionar que tú vas a ocuparte de él durante el día de hoy.
–¿Qué? –preguntaron Naruto y Sakura al unísono.
Hinata se tragó el bocado.
–Bueno, no puedo llevarlo conmigo a la consulta, ¿no?
Sakura sonrió con malicia.
–Apuesto a que Lisa y tus pacientes femeninas estarían encantadas.
–Exactamente igual que el chico que tiene cita a las ocho. No obstante, no creo que fuese muy productivo.
–¿No puedes cancelar las citas? –preguntó Sakura.
Naruto estuvo de acuerdo. No le apetecía en absoluto mostrarse en un sitio público. La única parte de la maldición que encontraba remotamente tolerable era el hecho de que la mayoría de sus invocadoras lo mantenían oculto en sus estancias privadas o en los jardines.
–Sabes perfectamente por qué –contestó Hinata–. No tengo un maridito abogado que me mantenga. Además, no creo que a Naruto le guste quedarse solo en casa todo el día, sin nada que hacer. Estoy segura de que le encantará salir y conocer la ciudad.
–Preferiría quedarme aquí contigo –dijo él.
Porque lo que realmente le apetecía era verla retorcerse otra vez bajo su cuerpo, y sentir cómo todo su miembro se empapaba con su flujo, mientras la hacía chillar de placer.
Hinata quedó atrapada en su mirada, y Naruto reconoció el deseo que brillaba en las profundidades grises de sus ojos. En ese instante, descubrió lo que se proponía. Se iba a trabajar para evitar quedarse a solas con él.
Bien, tarde o temprano tendría que regresar a casa.
Y, entonces, sería suya.
Y una vez se rindiera, iba a demostrarle la resistencia y la pasión que poseía un soldado macedonio entrenado en el ejército espartano.
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Mensaje por gabrielita-chan Lun Abr 11, 2011 7:05 pm

o mi goooood Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 13475 que genial no puedo esperar el siguiente capitulo ME MUERO SI NO LO LEEO PRONTO AAAAAAA NO TARDES PORFAVOR morire ensserio quiero saber que hace naruto cuando llegue hinata Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 682440 te felisito a ti y a la creadora esta estupendo


CONTIIIIIIIIII sayo^^
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Mensaje por kathleen1100 Mar Abr 12, 2011 8:21 am

O DIOS MIO casi me da un desmayo
naruto es tan hot te mereces un oscar
tu y la creadora me encanta conti Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 592355
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Mensaje por naome_uchiha Mar Abr 12, 2011 1:54 pm

OH MY GOOD.... naruto tan hot como siempre... pobre hinata.. casi me desmayo.. casi pierdo sangre... Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 992842

espero ver el contiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 13475
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Mensaje por Reika_chan Mar Abr 12, 2011 2:04 pm

Capítulo 5
La mañana pareció transcurrir muy lentamente con la habitual ronda de citas. Por mucho que intentase concentrarse en sus pacientes y sus problemas, no lo lograba.
Una y otra vez, su mente volvía a recordar una piel tostada por el sol y unos ardientes ojos azules.
Y una sonrisa…
Cómo desearía que Naruto no le hubiese sonreído jamás. Esa sonrisa podía muy bien ser su perdición.
–…y entonces le dije: «Kisame, mira, si quieres ponerte mi ropa, de acuerdo. Pero no toques mis vestidos de diseño, porque cuando te los pones, me doy cuenta de que te quedan mejor que a mí, y me dan ganas de dárselos todos al Ejército de Salvación.» ¿Hice bien, doctora?
Hinata alzó la vista del cuaderno donde garabateaba bocetos de hombres «contentos» con lanzas en ristre.
–¿Qué decías, Rachel? –le preguntó a la paciente, sentada en el sillón justo enfrente de ella.
La mujer era una fotógrafa elegantemente vestida.
–¿Estuvo bien lo de decirle a Kisame que no se pusiera mi ropa? A ver, joder, no sienta muy bien que a tu novio le quede tu ropa mejor que a ti, ¿no?
Hinata asintió.
–Por supuesto. Es tu ropa y no tendrías por qué cerrar tu vestidor con llave.
–¿Lo ve? ¡Lo sabía!, eso fue lo que le dije. ¿Pero acaso me escuchó? No. Él puede llamarse Kisama siempre que quiera, y decirme que es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre; pero cuando aterriza, me escucha como lo hacía mi ex-marido. Juraría…
Hinata miró inadvertidamente la hora… otra vez. Casi había acabado con Rachel.
–Ya sabes, Rachel –le dijo, cortándola antes de que pudiese comenzar su consabida arenga sobre los hombres y sus irritantes costumbres–, quizás deberíamos dejar el tema para el lunes, cuando tengamos la sesión conjunta con Kisame, ¿no crees?
Rachel asintió.
–Estupendo. Pero recuérdeme el lunes que le hable sobre Chico.
–¿Chico?
–El chihuahua que vive en el apartamento de al lado. Juraría que ese perro me ha echado el ojo.
Hinata frunció el ceño. No era posible que Rachel insinuase lo que ella estaba imaginado que en el fondo quería decir.
–¿El ojo?
–Ya sabe, el ojo. Puede que parezca un chucho, pero ese perro sólo piensa en el sexo. Cada vez que paso a su lado, me mira la falda. Y no se imagina lo que hace con mis zapatillas de deporte. Ese perro es un pervertido.
–Vale –contestó Hinata, interrumpiéndola de nuevo. Empezaba a sospechar que no podía hacer nada con Rachel, y su obsesión acerca de que todos los hombres del mundo se morían por poseerla–. Definitivamente, nos ocuparemos de desentrañar el enamoramiento que ese chihuahua siente por ti.
–Gracias doctora. Es usted es la mejor –Rachel recogió su bolso del suelo y se encaminó hacia la puerta.
Hinata se frotó la frente mientras las palabras de Rachel aún resonaban en su cabeza. ¿Un chihuahua? ¡Jesús!
Pobre Rachel. Tenía que haber algún modo de ayudar a esta pobre mujer.
Aunque, por otro lado, era preferible tener a un chihuahua lanzando miradas lujuriosas a tu falda, que a un esclavo griego.
–Ay, Sakura –resopló–, ¿cómo consigues meterme en estos líos?
Antes de poder hilar ese pensamiento, sonó el zumbido del intercomunicador.
–¿Sí, Lisa?
–Su cita de las once ha sido cancelada, y durante la hora de la señorita Thibideaux, su amiga Sakura Haruno ha llamado seis docenas de veces; y no estoy exagerando, ni bromeando. Ha dejado una cantidad impresionante de mensajes para que la llame al móvil tan pronto como sea posible.
–Gracias, Lisa.
Cogió el teléfono y marcó el número de Sakura.
–¡Uf, gracias a Dios! –exclamó su amiga antes de que Hinata pudiese pronunciar palabra–. Mueve el culo hasta aquí y llévate a tu novio a tu casa. ¡Ahora mismo!
–No es mi novio, es tu…
–¡Ah!, ¿quieres saber lo que es? –le preguntó Sakura con un tono histérico–. Es un jodido imán de estrógenos, eso es lo que es. Estoy rodeada de una multitud de mujeres en este mismo momento. Tente está encantada, porque está vendiendo más cerámica de la que ha vendido en su vida. He
intentado llevar a Naruto de vuelta a tu casa esta mañana, pero no he podido abrir un huequecito en semejante muchedumbre. Te juro que si lo ves, pensarías que hay un famoso. Es la primera vez que soy testigo de algo así. Y ahora, ¡mueve el culo y ven a ayudarme!
Y colgó.
Hinata maldijo su suerte y le pidió a Lisa, a través del intercomunicador, que cancelara todas las citas pendientes para el resto del día.
Tan pronto como llegó a la plaza, entendió lo que Sakura había querido decirle. Habría unas veinte mujeres rodeando a Naruto, y docenas más boquiabiertas al pasar cerca del tenderete.
Las que estaban más cerca de él, se empujaban a codazos tratando de llamar su atención.
Pero lo más increíble de todo era contemplar a las tres mujeres que le pasaban los brazos por la cintura, mientras otra les hacía una foto.
–Gracias –ronroneó una de ellas, cuya edad rondaría los treinta y cinco, dirigiéndose a Naruto mientras le arrebataba la cámara a la chica que acababa de hacer la instantánea. La sostuvo delante del pecho en un intento de atraer la atención de Naruto, pero él no pareció interesado en lo más mínimo–. Esto es simplemente maravilloso –continuó babeando–. No puedo esperar a llegar a casa y enseñársela a mi grupo de novela. Jamás me creerán cuando les cuente que me he encontrado con un modelo de portada de novela romántica en el Barrio Francés.
Había algo en la rigidez de Naruto que le decía que no le gustaba la atención que despertaba. Pero tenía que admitir que no se comportaba de forma abiertamente maleducada.
No obstante, la sonrisa no le llegaba a los ojos; y la que tenía en esos momentos no se parecía en nada a la que le había dedicado a ella la noche anterior.
–Un placer –les contestó.
Las risitas que siguieron al comentario fueron ensordecedoras. Hinata agitó la cabeza totalmente incrédula. ¡Chicas, un poco de dignidad…!
Y de nuevo, observando el rostro de Naruto, su cuerpo y su sonrisa, le sobrevino aquella sensación de vértigo, tan habitual desde que le viera por primera vez.
¿Cómo iba a culparlas por comportarse como adolescentes a la puerta de un concierto en un centro comercial?
De repente, Naruto miró más allá de la marea de admiradoras y la vio. Hinata arqueó una ceja, indicándole que encontraba la situación bastante divertida.
Al instante, la sonrisa se borró de su rostro y clavó los ojos en ella como un hambriento depredador que acaba de encontrar su próxima comida.
–Si me disculpan –dijo, abriéndose paso entre las mujeres y dirigiéndose directamente hacia Hinata.
Ella tragó saliva al percibir la instantánea hostilidad de las mujeres, que fruncieron el ceño en masa, observándola.
Pero fue mucho peor el repentino y crudo arrebato de deseo que la recorrió por completo, e hizo que su corazón comenzara a latir descontrolado. Con cada paso que Naruto daba hacia ella, la sensación se multiplicó por diez.
–Saludos, agapimeni9 –dijo Naruto, alzándole la mano para depositar un beso sobre los nudillos.
Una ardiente descarga eléctrica recorrió su espalda y, antes de que pudiese moverse, él la arrastró hacia sus brazos y le dio un tórrido beso que le desgarró el alma.
Cerró los ojos de forma instintiva y saboreó la calidez de su boca y de su aliento; la sensación de sus brazos rodeándola con fuerza contra su pecho, duro como una roca. La cabeza comenzó a darle vueltas.

9 Agapimeni: “Querida, mi amor” en griego clásico. (N. de la T.)


¡Uf, ciertamente este hombre sabía cómo dar un beso! Naruto tenía una forma de mover los labios que desafiaba cualquier posible explicación.
Y su cuerpo… Hinata nunca había sentido nada parecido a esos músculos esbeltos y duros flexionándose a su alrededor.
Una de las «admiradoras» susurró un apenas audible ¡Lagarta!, que rompió el hechizo.
–Naruto, por favor –murmuró–. La gente nos mira.
–¿Y a ti te importa?
–¡Pues claro!
Naruto separó sus labios de los de Hinata con un gruñido, y volvió a dejarla sobre el suelo. Sólo entonces, fue consciente de que la había estado sosteniendo, aparentemente sin mucho esfuerzo.
Con las mejillas al rojo, Hinata captó las miradas envidiosas de las mujeres mientras se dispersaban.
Naruto se apartó y dio un paso hacia atrás; su rostro mostraba a las claras lo poco dispuesto que estaba a mantenerse alejado.
–Por fin –dijo Sakura con un suspiro–. De nuevo puedo oír –dijo agitando la cabeza–. Si hubiese sabido que iba a funcionar, yo misma le habría besado.
Hinata le dedicó una sonrisilla satisfecha.
–Bueno, tú eres la culpable.
–¿Cómo dices? –le preguntó Sakura.
Hinata señaló la ropa de Naruto con un gesto de la mano.
–Mira cómo va vestido. No puedes mostrar en público a un dios griego con unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes dos tallas más pequeña de la que necesita. ¡Jesús, Sakura!, ¿en qué estabas pensando?
–En que estamos a 38º con una humedad del ciento diez por ciento. No quería que muriese por un golpe de calor.
–Señoras, por favor –dijo Naruto, interponiéndose entre ellas–. Hace demasiado calor como para estar discutiendo en plena calle sobre algo tan trivial como mi ropa –dijo, deslizando una hambrienta mirada sobre Hinata, y sonriendo de una forma que derretiría a cualquier mujer–. Y no soy un dios griego, sólo un semidiós menor.
Hinata no entendió lo que Julián decía, ya que el sonido de su voz la tenía cautivada. ¿Cómo lo conseguía?, ¿cómo hacía que su voz sonara con ese tono tan erótico?
¿Sería su timbre profundo?
No, era algo más. Pero no acaba de entender qué podía ser.
Honestamente, lo único que quería era encontrar una cama y dejar que hiciese con ella todo lo que se le antojase; y sentir su apetitosa piel bajo las manos.
Observó a Sakura y vio que ésta se lo comía con los ojos, mientras le miraba las piernas desnudas y el trasero.
–Tú también lo sientes, ¿verdad? –le preguntó.
Sakura alzó la mirada, parpadeando.
–¿El qué?
–A él. Es como si fuese el Flautista de Hamelin y nosotras fuésemos las ratas, seducidas por su música –Hinata se dio la vuelta y observó el modo en que las mujeres lo miraban; algunas incluso estiraban el cuello para verle mejor–. ¿Qué hay en él que nos hace olvidar nuestra voluntad? –preguntó.
Naruto arqueó una ceja con un gesto arrogante.
–¿Yo te atraigo en contra de tu voluntad?
–Sinceramente sí. No me gusta sentirme de este modo.
–¿Y cómo te sientes? –le preguntó él.
–Sexualmente atractiva –le contestó antes de poder contener la lengua.
–¿Cómo si fueras una diosa? –le volvió a preguntar él con voz ronca.
–Sí –respondió, mientras Naruto se acercaba a ella.
No la tocó, pero tampoco es que hiciese falta. Su mera presencia conseguía abrumarla y embriagarla tan sólo con que clavase su mirada en sus labios o en su cuello. Podía jurar que realmente sentía el calor de sus labios sobre la garganta.
Y Naruto ni siquiera se había movido.
–Yo puedo decirte qué es –ronroneó él.
–La maldición, ¿no es cierto?
Naruto negó con la cabeza mientras alzaba una mano para pasarle muy lentamente el dedo por el pómulo. Hinata cerró los ojos con fuerza al sentir una feroz oleada de deseo. Si no lo miraba, quizás fuese capaz de mantenerse firme y no capturar ese dedo con los dientes.
Naruto se inclinó un poco más y frotó la mejilla contra la de ella.
–Es el hecho de que puedo percibirte a un nivel que los hombres de tu misma edad no aprecian.
–Es el hecho de que tienes el traserus más firme que he visto en mi vida –dijo Tente, interrumpiéndolos–. Por no mencionar que cualquiera se muere al escuchar tu voz. Me gustaría que alguna de vosotras dos me dijera dónde puedo hacerme con uno de éstos.
Hinata rompió a reír a carcajadas ante el inesperado comentario de Tente.
–Míralo –dijo la chica, señalando a Naruto con el lápiz. Tenía la mano manchada de pintura gris, al igual que la mejilla derecha–. ¿Cuándo fue la última vez que viste a un hombre tan bien formado, con unos músculos tan tonificados que puedes ver cómo la sangre corre por sus venas? Tu novio es… a ver… está bueno. Está buenísimo –y después añadió con una expresión muy seria: – Está como un camión.
Tente giró un poco su cuaderno de bocetos para que Hinata pudiese ver su interpretación de Naruto.
–¿Te das cuenta del modo en que la luz resalta el tono dorado de su piel? Da la sensación de que el sol le besara.
Hinata frunció el ceño. Tente tenía razón.
Naruto se inclinó hacia ella, con los ojos azules repletos de pasión.
–Vuelve a casa conmigo, Hinata –le susurró al oído–. Ahora. Déjame que te abrace, que te desnude y que te enseñe cómo quieren los dioses que un hombre ame a una mujer. Te juro que lo recordarás durante el resto de tu vida.
Hinata cerró los ojos mareada con el aroma del sándalo. El aliento de Naruto le acariciaba el cuello y su rostro estaba tan cerca que podía sentir los incipientes pelos de su barba rozándole la mejilla.
Todo su cuerpo quería rendirse ante él. Sí, por favor, sí.
Miró los definidos y duros músculos de los hombros y el hueco de la garganta. ¡Ay, cómo desearía pasar la lengua por esa piel dorada, y comprobar que el resto de su cuerpo era tan sabroso como su boca!
Naruto sería espléndido en la cama. No había duda.
Pero ella no significaba nada para él. Nada en absoluto.
–No puedo –balbuceó, dando un paso atrás.
Con la decepción reflejada en los ojos, Naruto apartó la mirada y adoptó una actitud brusca y resuelta.
–Podrás –le aseguró.
Interiormente, sabía que Naruto tenía razón. ¿Cuánto tiempo sería capaz una mujer de resistirse a un hombre como él?
Alejando esos pensamientos de la mente, miró al otro lado de la calle, a Jackson Brewery10.

10 Jackson Brewery: Centro Comercial de Nueva Orleáns, situado en el
Barrio Francés, muy frecuentado por los turistas. (N. de la T.)


–Necesitamos comprarte algo que te siente bien.
–No he podido hacer otra cosa; le saca una cabeza a Sasuke, y es dos veces más ancho de hombros –dijo Sakura–. La estupenda idea de que lo trajera conmigo fue tuya.
Hinata la miró con los ojos entornados.
–De acuerdo. Estaremos en Brewery, por si nos necesitas.
–Muy bien, pero tened cuidado.
–¿Que tengamos cuidado? –preguntó Hinata.
Sakura señaló a Naruto con el dedo gordo.
–Si hay una estampida de mujeres, hazme caso y apártate de su camino. Desde que se fue el último grupo de «admiradoras» no siento el pie derecho.
Hinata cruzó la calle entre carcajadas. Sabía que Naruto iría tras ella; de hecho, sentía su presencia justo a su espalda. Era algo innegable: ese hombre tenía una forma horrorosa de invadir sus pensamientos y sus sentidos.
Ninguno de los dos dijo una palabra mientras atravesaban la atestada galería comercial, y entraban en la primera tienda que vieron.
Hinata echó un vistazo hasta encontrar la sección de ropa masculina. Cuando la localizó, se dirigió hacia allí.
–¿Qué estilo de ropa te gusta más? –le preguntó a Naruto, mientras se detenía junto al expositor de los vaqueros.
–Para lo que tengo en mente, el nudismo nos vendría bien.
Hinata puso los ojos en blanco.
–Estás intentando fastidiarme, ¿verdad?
–Tal vez. Debo admitir que me gustas mucho cuando te sonrojas.
Y se acercó a ella.
Hinata se apartó y dejó que el mostrador de los vaqueros se interpusiera entre ellos.
–Creo que necesitarás por lo menos tres pares de pantalones mientras estés aquí.
Él suspiró y miró atentamente los vaqueros.
–¿Para qué molestarte si me iré dentro de unas semanas?
Hinata lo miró furiosa...
–¡Jesús, Naruto! –le espetó, indignada–. Te comportas como si nadie se hubiese preocupado de vestirte en tus anteriores invocaciones.
–No lo hicieron.
Hinata se quedó paralizada ante el desapasionado tono de su voz.
–¿Me estás diciendo que durante los últimos dos mil años nadie se ha preocupado de que te pongas algo de ropa encima?
–Sólo en dos ocasiones –le contestó con la misma inflexión monótona–. Una vez, durante una ventisca en Inglaterra, en la época de la Regencia, una de mis invocadoras me cubrió con un camisón rosa de volantes, antes de sacarme al balcón para que su marido no me encontrara en la cama. La segunda vez fue demasiado bochornosa para contártela.
–No tiene gracia. Y no entiendo cómo una mujer puede tener a un hombre al lado durante un mes y no preocuparse de que se vista.
–Mírame, Hinata –le dijo, extendiendo los brazos para que contemplara su esbelto y delicioso cuerpo–. Soy un esclavo sexual. Nadie había pensado jamás en ponerme ropa para cumplir con mis obligaciones, antes de que tú llegaras.
La apasionada mirada de Naruto la mantenía en un estado de trance, pero el dolor que él intentaba ocultar en las profundidades azules de sus ojos la golpeó con fuerza. Y el golpe le llegó al alma.
–Te aseguro –prosiguió él en voz baja– que una vez me tenían dentro, hacían cualquier cosa por mantenerme allí; en la Edad Media, una de las invocadoras atrancó la puerta y dijo a todo el mundo que tenía la peste.
Hinata desvió la mirada mientras le escuchaba. Lo que contaba era increíble, pero podía decir –por la expresión de su rostro– que no estaba exagerando ni un ápice.
No era capaz de imaginarse las degradaciones que habría sufrido a lo largo de los siglos. ¡Santo Dios!, la gente trataba a los animales mejor de lo que le habían tratado a él.
–¿Te invocaban y ninguna de ellas conversaba contigo, ni te daba ropa?
–La fantasía de todo hombre, ¿no es cierto? Tener a un millón de mujeres dispuestas a arrojarse a tus brazos, sin compromisos ni promesas. Sin buscar otra cosa que tu cuerpo y las pocas semanas de placer que puedes proporcionarles –el tono ligero no consiguió ocultar la amargura que le invadía.
Puede que ésa fuese la fantasía de cualquier hombre, pero estaba claro que no era la de Naruto.
–Bueno –dijo Hinata, volviendo a los vaqueros–, yo no soy así, y vas a necesitar llevar algo encima cuando salgamos.
La mirada que él le dedicó fue tan iracunda que dio un involuntario paso hacia atrás.
–No me maldijeron para ser mostrado en público, Hinata. Estoy aquí para servirte a ti, y sólo a ti.
Qué bien sonaba eso. Pero ni aún así iba a darse por vencida. No podía utilizar a otro ser humano de la forma que Naruto describía. Estaba mal y no sería capaz de seguir viviendo consigo misma si le hacía eso.
–Me da igual –dijo, decidida–. Quiero que salgas conmigo y vas a necesitar ropa –y comenzó a mirar las tallas de los pantalones.
Naruto guardó silencio.
Hinata alzó los ojos y captó la tenebrosa y encolerizada mirada de él.
–¿Qué?
–¿Qué de qué? –espetó él.
–Nada. Vamos a ver cuál de éstos te queda mejor –cogió unos cuantos vaqueros de diferentes tallas y se los ofreció. Por el modo en que Naruto reaccionó, cualquiera habría pensado que le estaba dando una mierda de perro.
Sin hacer caso de su amenazante apariencia, Hinata le empujó hacia los probadores y cerró con fuerza la puerta de uno de los compartimentos tras él.
Naruto se quedó paralizado al entrar en el pequeño cubículo. Su imagen le asaltó súbitamente desde tres ángulos diferentes. Durante un minuto, fue incapaz de respirar mientras luchaba contra el irrefrenable deseo de huir del estrecho y reducido habitáculo. No podía hacer un solo movimiento sin darse un golpe con la puerta o con los espejos.
Pero aún peor que la claustrofobia, fue enfrentarse a la imagen de su rostro. Hacía siglos que no contemplaba su reflejo. El hombre que tenía delante se parecía tanto a su padre que le entraron deseos de hacer pedazos el cristal. Tenían los mismos rasgos angulosos y la misma mirada desdeñosa.
Lo único que no compartían era la profunda e irregular cicatriz que atravesaba la mejilla izquierda de su progenitor.
Por primera vez en incontables siglos, Naruto contempló la desagradable imagen de las tres trenzas que le identificaban como general, y que le caían sobre el hombro.
Alzó una temblorosa mano y las tocó mientras hacía algo que no había hecho en mucho tiempo: recordar el día que se ganó el derecho a llevarlas.
Durante la batalla de Tebas, el general que les comandaba cayó abatido y las tropas macedonias comenzaron a replegarse aterrorizadas. Él agarró la espada del general, reagrupó a sus hombres y les condujo a la victoria, aplastando a los romanos.
El día posterior a la lucha, la Reina de Macedonia en persona le trenzó el cabello y le regaló las tres cuentas de cristal que las sujetaban en los extremos.
Naruto encerró las pequeñas bolitas en un puño.
Esas trenzas habían pertenecido al que una vez fuera un orgulloso y heroico general macedonio, cuyo ejército fue tan poderoso que obligó a los romanos a dispersarse aterrorizados.
El recuerdo le atormentaba.
Bajó la mirada hacia el anillo que llevaba en la mano derecha. Un anillo que había estado allí tanto tiempo que ya no era consciente de que existía; hacía mucho que había olvidado su significado.
Pero las trenzas…
No había pensado en ellas desde hacía muchos, muchos siglos.
Tocándolas en ese momento, recordaba al hombre que una vez fue. Recordaba los rostros de sus familiares. A la gente que se apresuraba a servirle. A aquéllos que le temían y le respetaban.
Recordaba una época en la que él mismo gobernaba su destino, y el mundo conocido se extendía ante él para ser conquistado.
Y ahora no era más que…
Con un nudo en la garganta, cerró los ojos y se quitó las cuentas del extremo de las trenzas, antes de comenzar a deshacerlas.
Mientras sus dedos se esforzaban en deshacer la primera de ellas, miró los pantalones que había dejado caer al suelo.
¿Por qué estaba haciendo Hinata eso por él? ¿Por qué se empeñaba en tratarle como a un ser humano?
Estaba tan acostumbrado a ser tratado como a un objeto, que la amabilidad de esta mujer le resultaba insoportable. El trato impersonal y frío que había mantenido con el resto de sus invocadoras le había ayudado a tolerar la maldición, a no recordar quién y qué fue tiempo atrás.
A no recordar lo que había perdido.
Le permitía concentrarse tan solo en el aquí y el ahora, en los placeres efímeros que tenía por delante.
Pero los seres humanos no vivían de ese modo. Tenían familias, amigos, un futuro y muchos sueños.
Esperanzas.
Cosas que hacía siglos que él había dejado atrás. Cosas que jamás volvería a conocer.
–¡Maldito seas, Príapo! –resopló mientras tironeaba de la última trenza–. ¡Y maldito sea yo también!
Hinata lo miró asombrada, de la cabeza a los pies y de nuevo hacia arriba, cuando por fin Naruto salió del probador vestido con unos vaqueros que parecían haber sido diseñados específicamente para él.
La ceñida camiseta de tirantes que Selena le había prestado, le llegaba justo a la estrecha y musculosa cintura. Los pantalones le caían sobre las caderas, dejando a la vista una porción de su duro estómago, dividido en dos por la línea de vello oscuro que comenzaba bajo el ombligo y desaparecía bajo el vaquero.
Hinata tuvo el fuerte impulso de acercarse a él y deslizar la mano por aquel sugerente sendero para investigar hasta dónde llevaba. Recordaba demasiado bien la imagen de Naruto desnudo delante de ella.
Con los dientes apretados y tratando de normalizar la respiración, tuvo que admitir que los vaqueros le sentaban de maravilla. Estaba mucho mejor que con los pantalones cortos –si es que eso era posible.
Tente estaba en lo cierto: tenía el mejor culo que un vaquero hubiese tapado jamás, y en lo único que podía pensar era en pasar la mano por ese trasero y darle un buen apretón.
La vendedora, y la clienta a la que ésta atendía, dejaron de hablar y miraron a Naruto boquiabiertas.
–¿Me quedan bien? –le preguntó a Hinata.
–¡Uf!, sí corazón –le contestó Hinata sin aliento, antes de pensar en lo que iba a decir.
Naruto le sonrió, pero la sonrisa no le iluminó los ojos.
Hinata dio una vuelta completa a su alrededor y se fijó en la talla.
¡Ay, sí!, ¡un culo precioso!
Distraída por su bien formada espalda, pasó inadvertidamente los dedos sobre su piel mientras cogía la etiqueta. Sintió como Naruto se tensaba.
–Ya sabes –dijo él, mirándola por encima del hombro–, que disfrutaríamos muchísimo más si ambos estuviésemos desnudos. Y en tu cama.
Hinata escuchó cómo la vendedora y la otra mujer jadeaban sorprendidas.
Con el rostro abochornado, se enderezó y lo miró furiosa.
–Tenemos que hablar con urgencia sobre los comentarios adecuados en un lugar público.
–Si me llevaras a casa, no tendrías que preocuparte por eso.
El tipo era realmente implacable.
Moviendo la cabeza con incredulidad, Hinata cogió dos pares más de vaqueros, unas cuantas camisas, un cinturón, unas gafas de sol, calcetines, zapatos y varios boxers enormes y horrorosos. Ningún hombre estaría atractivo con aquellos calzoncillos, decidió. Y lo último que pretendía era que Naruto resultase aún más apetecible.
Salieron de la zona de los probadores con Naruto vestido de arriba abajo con la ropa nueva: un polo, unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.
–Ahora pareces casi humano –bromeó Hinata, mientras dejaban atrás el departamento de ropa masculina.
Naruto le dedicó una mirada fría y letal.
–Sólo por fuera –le contestó con voz tan baja que Hinata no estuvo segura de haber escuchado bien.
–¿Qué has dicho? –le preguntó.
–Que sólo soy humano exteriormente –dijo él hablando más alto.
Hinata captó la angustia en su mirada. Su corazón comenzó a latir con más fuerza.
–Naruto –dijo con claras intenciones de reprenderle–, eres humano.
Él apretó los labios y le contestó con una mirada sombría y precavida:
–¿En serio? ¿Un humano puede vivir dos mil años? ¿Se le permite a un humano caminar por el mundo unas cuantas semanas cada cientos de años?
Miró a su alrededor, fijándose en las mujeres que lo miraban a hurtadillas por entre la ropa. Mujeres que se detenían por completo, paralizadas, en cuanto lo veían por el rabillo del ojo.
Hizo un amplio gesto con la mano, señalando el espectáculo que se desarrollaba a su alrededor.
–¿Has visto que hagan eso con alguien más? –el rostro de Naruto adoptó una expresión dura y peligrosa, mientras la atravesaba con la mirada– No, Hinata, jamás he sido humano.
Con el urgente deseo de reconfortarlo, ella llevó la mano hasta su mejilla.
–Eres humano, Naruto.
La duda que vio en sus ojos le partió el corazón.
Sin saber muy bien qué hacer ni qué decir para que se sintiera mejor, dejó pasar el tema y se encaminó hacia la salida. Estaba casi saliendo cuando se dio cuenta de que Naruto no iba tras ella.
Se giró y lo localizó de inmediato. Se había distraído en el departamento de lencería femenina; estaba de pie junto a un expositor de minúsculas negligés negras. Comenzó a ruborizarse de nuevo; juraría que podía escuchar los lascivos pensamientos que pasaban en esos momentos por la mente masculina.
Sería mejor que fuese rápidamente a buscarlo, antes de que cualquiera de las mujeres se ofreciera como modelo. Se acercó apresuradamente y se aclaró la garganta.
–¿Nos vamos?
Él la miró muy despacio, de arriba abajo y Hinata supo por sus ojos que estaba conjurando su imagen con aquella prenda de gasa.
–Estarías deslumbrante con esto.
Ella lo miró con escepticismo. Aquella cosa era tan diáfana que se transparentaría por entero. Al contrario de lo que ocurría con él, el suyo no era un cuerpo que consiguiera hacer volver la cabeza de nadie –a menos que el susodicho estuviese muy desesperado. O hubiese estado encarcelado un par de décadas.
–No sé si deslumbraría a alguien, pero seguro que yo acababa congelada.
–No tardarías mucho en entrar en calor.
Hinata contuvo la respiración al escuchar sus palabras; las creyó a pies juntillas.
–Eres muy malo.
–No, en la cama no –dijo bajando la cabeza hacia la suya–. Realmente en la cama soy muy…
–¡Aquí estáis!
Hinata retrocedió de un salto al escuchar la voz de Sakura. Naruto le dijo algo en una lengua extraña que no logró entender.
–Vaya, vaya –dijo con tono acusador–. Hinata no entiende el griego clásico. Se dedicó a dormir durante todo el semestre –Sakura la miró y chasqueó la lengua–. ¿Lo ves? Te dije que algún día te serviría para algo.
–¡Sí, claro! –dijo a carcajadas–. Como si en aquella época yo me pudiera haber imaginado que ibas a convocar a un esclavo sexual gri… –la voz de Hinata se extinguió al caer en la cuenta de que Naruto estaba presente. Avergonzada, se mordió el labio.
–No pasa nada, Hinata –la tranquilizó en voz baja.
Pero ella sabía que ese comentario lo había molestado. Era lógico.
–Sé lo que soy Hinata; la verdad no me ofende. En realidad, estoy más ofendido por el hecho de que me llames griego. Fui entrenado en Esparta y luché con el ejército macedonio. Para mí era un hábito evitar todo contacto posible con los griegos antes de ser maldecido.
Hinata arqueó una ceja ante sus palabras, o mejor dicho ante lo que no había dicho. No hacía ninguna referencia a su infancia.
–¿Dónde naciste?
Comenzó a latirle un músculo en la mandíbula, y sus ojos se oscurecieron de forma siniestra. Cualquiera que hubiese sido el lugar de su nacimiento, no parecía agradarle demasiado.
–Muy bien, soy medio griego; pero no estoy orgulloso de esa parte de mi herencia.
Bien; un tema espinoso. De ahora en adelante, borraría la palabra «griego» de su vocabulario.
–Volviendo al asunto de la negligé negra –dijo Sakura–, debo decir que allí hay una roja que creo que le quedaría mucho mejor.
–¡Sakura! –le gritó Hinata.
Su amiga la ignoró y condujo a Naruto al estante donde estaba colgada la lencería de color rojo. Selena cogió un picardías de color rojo brillante abierto por la parte delantera, y sujeto por un pequeño cordoncillo que se anudaba justo bajo el pecho. Los tirantes eran minúsculos. Unas braguitas y un liguero de encaje del mismo tono completaban el conjunto.
–¿Qué estás pensando? –le preguntó Hinata mientras Sakura sostenía la prenda frente a Naruto.
Él la miró de forma especulativa.
Si continuaban con ese jueguecito, acabaría muerta de vergüenza.
–¿Queréis dejar ya eso? –les preguntó–. No pienso ponérmelo.
–De todas formas voy a comprarlo –dijo su amiga con voz resuelta–. Estoy prácticamente segura de que Naruto es capaz de convencerte para que te lo pongas.
Él la miró divertido.
–Preferiría convencerla para que se lo quitara.
Hinata se cubrió la cara con las manos y gimió.
–Acabará animándose –le contestó Sakura con un gesto conspirador.
–No lo haré –le dijo Hinata, aún oculta tras las manos.
–Sí lo harás –dijo Naruto dejando zanjado el tema, mientras Sakura pagaba la negligé roja.
Usó un tono tan arrogante y confiado, que Hinata imaginó que no estaba acostumbrado a que le desafiaran.
–¿Te has equivocado alguna vez? –le preguntó.
La diversión desapareció de su rostro, y de nuevo ocultó sus sentimientos tras una especie de velo. Esa mirada escondía algo, estaba segura. Algo muy doloroso, teniendo en cuenta la repentina tensión de su cuerpo.
No volvió a pronunciar una sola palabra hasta que Sakura regresó y le dio la bolsa.
–Vaya –comentó–, se me ocurre que podíais poner unas velas, una música tranquila y…
–Sakura –la interrumpió Grace–, te agradezco mucho lo que intentas hacer, pero en lugar de hablar de mí, ¿podemos ocuparnos de Naruto?
Sakura lo miró de reojo.
–Claro, ¿le pasa algo?
–¿Sabes cómo sacarlo del libro? De forma permanente, quiero decir.
–Ni idea –contestó y se dirigió a Naruto–. ¿Tú sabes algo al respecto?
–No he dejado de repetírselo: es imposible.
Sakura asintió con la cabeza.
–Es muy testaruda. Nunca presta atención a lo que se le dice, a menos que sea lo que ella quiere oír.
–Testaruda o no –añadió Hinata dirigiéndose a Naruto–, no puedo imaginar una sola razón por la cual querrías permanecer encerrado en un libro.
Naruto apartó la mirada.
–Hinata, no lo agobies.
–Eso es lo que intento, librarlo del agobio de su confinamiento.
–De acuerdo –dijo Sakura, cediendo finalmente–. Muy bien, Naruto, ¿qué horrible pecado cometiste para acabar metido en un libro?
–Hubris11.

11 Hubris: arrogancia, orgullo excesivo. (N. de la T.)

–¡Ooooh! –exclamó Sakura con tono fúnebre–, eso no es nada bueno. Hinata, puede que tenga razón. Solían hacer cosas como despedazar a la gente por eso. Deberías haber prestado atención durante las clases de cultura clásica. Los dioses griegos son realmente despiadados en lo referente a los castigos.
Hinata entrecerró los ojos para mirarlos.
–Me niego a creer que no exista ningún modo de liberarlo. ¿No podemos destruir el libro, o convocar a uno de tus espíritus, o hacer algo para ayudarlo?
–¡Vaya!, ¿ahora crees en mi magia vudú?
–No mucho, la verdad. Pero te las arreglaste para traerle hasta aquí. ¿Es que no puedes pensar en algo que sirva de ayuda?
Sakura se mordisqueó el pulgar en un gesto pensativo.
–Naruto, ¿qué dios estaba a tu favor?
Él inspiró hondo, como si estuviese realmente cansado de sus preguntas.
–En realidad, ninguno de ellos me apreciaba mucho. Como era un soldado, normalmente dedicaba sacrificios a Atenea, pero tenía más contacto con Eros.
Sakura le dedicó una sonrisa traviesa.
–El dios del amor y el deseo; lo comprendo perfectamente.
–No es por lo que crees –le contestó él agriamente.
Sakura le ignoró.
–¿Has intentado alguna vez recurrir a Eros?
–No nos hablamos.
Hinata puso los ojos en blanco ante el despreocupado sarcasmo de Naruto.
–¿Por qué no intentas convocarlo? –le sugirió Sakura.
Hinata le lanzó una furiosa mirada.
–Sakura, ¿podrías hacer el esfuerzo de ser un poco más seria? Sé que me he burlado de tus creencias durante todos estos años, pero ahora estamos hablando de la vida de Naruto.
–Estoy hablando totalmente en serio –le contestó con énfasis–. Lo mejor para Naruto sería invocar a Eros y pedirle ayuda.
¿Qué demonios? –pensó Hinata. La noche anterior, no creía que pudieran invocar a Naruto. Quizás
Sakura tuviese razón.
–¿Lo intentarás? –le preguntó Hinata.
Naruto suspiró resignado, pero daba la impresión de que estaba más que dispuesto a zarandearlas a las dos. Con aspecto ofendido, echó la cabeza hacia atrás y mirando al techo dijo:
–Cupido, bastardo inútil, invoco tu presencia.
Hinata alzó las manos.
–¡Joder!, no entiendo cómo no se aparece después de llamarlo de ese modo.
Sakura se rió.
–Muy bien –dijo Hinata–. De todas formas no me creo nada de este abracadabra. Vamos a dejar las bolsas en mi coche y a buscar un sitio donde comer; allí podremos pensar algo más productivo que invocar al tal «Cupido, bastardo inútil». ¿Estáis de acuerdo?
–Por mí bien –contestó Sakura.
Hinata le dio la bolsa con la ropa de su marido.
–Aquí están las cosas de Sasuke.
Sakura miró en el interior y frunció el ceño.
–¿Dónde está la camiseta de tirantes?
–Luego te la doy.
Sakura se rió de nuevo.
Naruto caminaba tras ellas, escuchando sus bromas mientras salían de la tienda.
Afortunadamente, Hinata había encontrado aparcamiento justo en el estacionamiento del centro comercial.
Naruto las observó dejar las bolsas en el coche. Si lo pensaba un poco, tenía que admitir que le gustaba el hecho de que Hinata estuviese tan interesada en ayudarlo.
Nadie lo había estado antes.
Había recorrido el camino de su existencia en solitario, apoyándose en su inteligencia y en su fuerza. Incluso antes de ser maldecido estaba cansado de todo. Cansado de la soledad, de no contar con nadie en este mundo y, lo más importante, de no tener a nadie que se preocupara por él.
Era una pena que no hubiese conocido a Hinata antes de la maldición. Ella habría sido un bálsamo para su inquietud. Pero de todos modos, las mujeres de su época no se parecían a las actuales; esas mujeres lo trataban como a una leyenda a la que temer o aplacar, pero Hinata lo miraba como a un igual.
¿Qué tenía Hinata que la hacía parecer única? ¿Qué había en ella que le permitía llegar a lo más hondo de su alma, cuando su propia familia le había dado la espalda?
No estaba muy seguro. Pero era una mujer muy especial. Un corazón puro en un mundo plagado de egoísmo. Nunca había creído posible encontrar a alguien como ella.
Incómodo ante el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, echó un vistazo a la multitud. Nadie parecía molesto con el opresivo calor reinante en aquella extraña ciudad.
Captó la discusión que una pareja mantenía justo enfrente de donde ellos se encontraban; la mujer estaba enfadada porque su marido se había olvidado algo. Con ellos había un niño, de unos tres o cuatro años, que caminaba entre ambos.
Naruto les sonrió. No podía recordar la última vez que había visto a una familia inmersa en sus quehaceres. La imagen despertó una parte de él que apenas si recordaba tener. Su corazón. Se preguntó si esas personas sabrían el regalo que suponía tenerse los unos a los otros.
Mientras la pareja continuaba con la discusión, el niño se detuvo. Algo al otro lado de la calle había captado su atención.
Naruto contuvo el aliento al darse cuenta de lo que el niño estaba a punto de hacer.
Hinata cerró en ese momento el maletero del coche.
Por el rabillo del ojo, vio una mancha azul que cruzaba la calle a toda carrera. Le llevó un segundo darse cuenta de que se trataba de Naruto, atravesando como una exhalación el aparcamiento. Frunció el ceño, extrañada, y entonces vio al pequeñín que se internaba en la calle atestada de coches.
–¡Oh, Dios mío! –jadeó cuando escuchó que los vehículos comenzaban a frenar en seco.
–¡Steven! –gritó una mujer.
Con un movimiento propio de una película, Naruto saltó el muro que separaba el aparcamiento de la calle, cogió al niño al vuelo y protegiéndolo sobre su pecho, se abalanzó sobre la luna del coche que acababa de frenar, dio un salto lateral y acabó en el otro lado.
Aterrizaron a salvo en el otro carril, un segundo antes de que otro coche colisionara con el primero y se abalanzara directamente sobre ellos.
Horrorizada, Hinata observó cómo Naruto se subía de un salto a la capota de un viejo Chevy, se deslizaba por el parabrisas y se dejaba caer al suelo, rodando unos cuantos metros hasta detenerse por fin y quedarse inmóvil, tendido de costado.
El caos invadió la calle, que se llenó de gritos y chillidos, mientras la multitud rodeaba el escenario del accidente.
Hinata no podía dejar de temblar. Aterrorizada, cruzó la muchedumbre, intentando llegar al lugar donde había caído Naruto.
–Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien –murmuraba una y otra vez, suplicando que hubiesen sobrevivido al golpe.
Cuando logró atravesar la marea humana y llegó al lugar donde había caído, vio que Naruto no había soltado al niño. Aún lo tenía firmemente sujeto, a salvo entre sus brazos.
Incapaz de creer lo que veía, se detuvo con el corazón desbocado.
¿Estaban vivos?
–No he visto nada igual en mi vida –comentó un hombre tras ella.
Todos los congregados eran de la misma opinión.
Cuando vio que Naruto comenzaba a moverse, se acercó muy despacio y muy asustada.
–¿Estás bien? –escuchó que le preguntaba al niño.
El pequeño contestó con un lastimero aullido.
Ignorando el ensordecedor grito, Naruto se puso en pie, lentamente, con el niño en brazos.
¿Cómo se las había arreglado para mantener cogido al pequeño?
Se tambaleó un poco y volvió a recuperar el equilibrio sin soltar al niño.
Hinata le ayudó a mantenerse en pie sujetándole por la espalda.
–No deberías haberte levantado –le dijo cuando vio la sangre que le empapaba el brazo izquierdo.
Él no pareció prestarle atención.
Tenía una extraña y lúgubre mirada.
–¡Shh! Ya te tengo –murmuró–. Ahora estás a salvo.
Esta actitud la dejó asombrada. Aparentemente, no era la primera vez que consolaba a un niño. Pero, ¿cuándo habría estado un soldado griego cerca de un niño?
A menos que hubiera sido padre.
La mente de Hinata giraba a velocidades de vértigo, sopesando las posibilidades, mientras Naruto dejaba a la llorosa criatura en brazos de su madre, que sollozaba aún más fuerte que el niño.
¡Señor!, ¿era posible que Naruto hubiese tenido hijos? Y si era cierto, ¿dónde estaban esos niños?
¿Qué les habría sucedido?
–Steven –gimoteó la mujer mientras abrazaba al niño–. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no te alejes de mi lado?
–¿Está bien? –preguntaron al unísono el padre del niño y el conductor, dirigiéndose a Naruto.
Haciendo una mueca, se pasó la mano por el brazo izquierdo para comprobar los daños sufridos.
–Sí, no es nada –contestó, pero Hinata percibió la rigidez de su pierna izquierda, donde le había golpeado el coche.
–Necesitas que te vea un médico –le dijo, mientras Sakura se acercaba.
–Estoy bien, de verdad –le contestó con una débil sonrisa, y entonces bajó la voz para que sólo ella pudiese escucharle–; pero he de confesar que los carros hacían menos daño que los coches cuando te chocabas con ellos.
A Hinata le horrorizó su inoportuno sentido del humor.
–¿Cómo puedes bromear con esto?, creía que habías muerto.
Él se encogió de hombros.
Mientras el hombre le daba profusamente las gracias por haber salvado a su hijo, Hinata echó un vistazo a su brazo; la sangre manaba justo por encima del codo, pero se evaporaba al instante, como si se tratara de un efecto especial propio de una película.
De pronto, Naruto apoyó todo su peso sobre la pierna herida, y la tensión que se reflejaba en su rostro desapareció.
Hinata intercambió una atónita mirada con Sakura, que también se había percatado de lo que acababa de suceder. ¿Qué demonios había hecho Naruto?
¿Era humano, o no?
–No puedo agradecérselo lo suficiente –insistía el hombre–, creía que los dos habían muerto.
–Me alegro de haberle visto a tiempo –susurró Naruto. Extendió la mano hacia el niño.
Estaba a punto de acariciar los castaños rizos del pequeño cuando se detuvo. Hinata observó las emociones que cruzaban por su rostro antes de que él recuperara su actitud estoica y retirara la mano.
Sin decir una palabra, volvió al aparcamiento.
–¿Naruto? –le llamó, apresurándose para darle alcance–. ¿De verdad estás bien?
–No te preocupes por mí, Hinata. Mis huesos no se rompen, y rara vez sangro –en esta ocasión, la amargura de su voz era indiscutible–. Es un regalo de la maldición. Las Parcas prohibieron mi muerte para que no pudiera escapar a mi castigo.
Hinata se encogió al ver la angustia que reflejaban sus ojos.
Pero no sólo estaba interesada en el hecho de que hubiese sobrevivido al accidente, también quería preguntarle sobre el niño, sobre su modo de mirarlo –como si hubiese estado reviviendo una horrible pesadilla. Pero las palabras se le atragantaron.
–Tío, te mereces una recompensa –le dijo Sakura al alcanzarles–. ¡Vamos a la Praline Factory!

12 Praline: dulce típico de Nueva Orleáns en forma de barrita o galleta.

–Sakura, no creo que…
–¿Qué es Praline12? –preguntó él.
–Es ambrosía cajun –explicó Sakura–. Algo que debería estar a tu altura.
En contra de las protestas de Hinata, Sakura les condujo hacia la escalera mecánica. Subió al primer escalón y se dio la vuelta para mirar a Naruto , que subía en medio de las dos.
–¿Cómo hiciste para saltar sobre el coche? ¡Fue increíble!
Naruto encogió los hombros.
–¡Vamos, hombre no seas modesto! Te parecías a Keanu Reeves en Matrix. Hinata, ¿te fijaste en el movimiento que hizo?
–Sí, lo vi –dijo en voz queda, percibiendo lo incómodo que se sentía Naruto ante los halagos de Sakura.
También percibió la forma en que las mujeres a su alrededor lo miraban boquiabiertas.
Naruto tenía razón. No era normal. Pero, ¿cuántas veces podía contemplarse un hombre como él en carne y hueso?, ¿un hombre que exudara ese brutal atractivo sexual?
Era un saco de feromonas andantes.
Y ahora un héroe.
Pero, sobre todo, era un misterio; al menos para ella. Se moría por conocer unas cuantas cosas sobre él. Y, de una u otra forma, conseguiría averiguarlas durante el mes que tenían por delante.
Cuando llegaron a la Praline Factory, en el último piso, Hinata compró dos Pralines de azúcar y nueces y una Coca Cola. Sin pensarlo dos veces, le ofreció un praline a Naruto. Pero en lugar de cogerlo, él se inclinó y le dio un bocado mientras ella lo sostenía.
Paladeó el sabor azucarado de una forma que hizo que a Hinata le subiera la temperatura; sus ojos azules no dejaron de mirarla mientras degustaba el dulce, como si deseara que fuese su cuerpo lo que saboreaba en aquel momento.
–Tenías razón –dijo con esa voz ronca que hacía que se le pusiese la piel de gallina–. Está delicioso.
–¡Guau! –dijo la vendedora desde el otro lado del mostrador–. Ese acento no es de por aquí cerca. Usted debe venir de lejos.
–Sí –contestó Naruto–. No soy de aquí.
–¿Y de dónde es?
–De Macedonia.
–Eso no está en California, ¿verdad? –preguntó la chica–. Parece uno de esos surferos que se ven por la playa.
Naruto frunció el ceño.
–¿California?
–Es de Grecia –informó Sakura a la chica.
–¡Ah! –exclamó ella.
Naruto arqueó una acusadora ceja.
–Macedonia no es…
–Colega –dijo Sakura, con los labios manchados de praline–, por estos contornos puedes sentirte afortunado si encuentras a alguien que conozca la diferencia.
Antes de que Hinata pudiera responder a las bruscas palabras de Sakura, Naruto le colocó las manos en la cintura y la alzó hasta apoyarla sobre su pecho.
Se inclinó y atrapó su labio inferior con los dientes para, acto seguido, acariciarlo con la lengua. A Hinata comenzó a darle vueltas todo tras el tierno abrazo. Naruto profundizó el beso un momento antes de soltarla y alejarse de ella.
–Tenías azúcar –le explicó con una traviesa sonrisa, que hizo que sus hoyuelos aparecieran en todo su esplendor.
Hinata parpadeó, sorprendida ante lo rápido que su beso había despertado su pasión, y lo refrescante que parecía al mismo tiempo.
–Podías habérmelo dicho.
–Cierto, pero de este modo fue mucho más divertido.
Hinata no pudo rebatir su argumento.
Con pasos rápidos, se alejó de él e intentó ignorar la sonrisa maliciosa de Sakura.
–¿Por qué me tienes tanto miedo? –le preguntó Naruto inesperadamente, mientras se ponía a su lado.
–No te tengo miedo.
–¿Ah, no? ¿Y entonces qué es lo que te asusta? Cada vez que me acerco a ti, te encoges de miedo.
–No me encojo –insistió Hinata. Joder, ¿es que había eco?
Naruto alargó el brazo y se lo pasó por la cintura. Ella se apartó con rapidez.
–Te has encogido –le dijo acusadoramente, mientras regresaban a la escalera mecánica.
Hinata bajaba un escalón por delante de Naruto, y él le pasó los brazos por los hombros y apoyó la barbilla sobre su cabeza. Su presencia la rodeaba por completo, la envolvía y hacía que se sintiera extrañamente mareada y protegida.
Miró fijamente la fuerza que desprendían esas manos morenas y grandes bajo las suyas. La forma en las venas se marcaban, resaltando su poder y su belleza. Al igual que el resto de su cuerpo, sus manos y sus brazos eran magníficos.
–Nunca has tenido un orgasmo, ¿verdad? –le susurró él al oído.
Hinata se atragantó con el Praline.
–Éste no es lugar para hablar de eso.
–He acertado, ¿verdad? –le preguntó–. Por eso…
–No es eso –le interrumpió ella–; de hecho sí que he tenido algunos.
Vale, era una mentira. Pero él no tenía por qué averiguarlo.
–¿Con un hombre?
–¡Naruto! –exclamó–. ¿Qué os pasa a Sakura y a ti con ese afán de discutir sobre mi vida privada en público?
Él inclinó aún más la cabeza, acercándola tanto a su cuello que Hinata podía sentir el roce de su aliento sobre la piel, y oler su cálido aroma a limpio.
–¿Sabes, Hinata? Puedo proporcionarte placeres tan intensos que no serías capaz de imaginarlos.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Le creía.
Sería tan fácil dejar que le demostrara sus palabras…
Pero no podía. Estaría mal y, sin tener en cuenta lo que él dijese, acabaría remordiéndole la conciencia. Y en el fondo, sospechaba que a él también.
Se echó hacia atrás, lo justo para mirarlo a los ojos.
–¿Se te ha ocurrido pensar que quizás no me interese tu propuesta?
Sus palabras le dejaron perplejo.
–¿Y eso cómo es posible?
–Ya te lo he dicho. La próxima vez que comparta mi intimidad con un hombre, quiero que estén involucradas muchas más partes además de las obvias. Quiero tener su corazón.
Naruto miró sus labios con ojos hambrientos.
–Te aseguro que no lo echarías de menos.
–Sí que lo haría.
Estremeciéndose como si lo hubiese abofeteado, Naruto se irguió.
Hinata sabía que acababa de tocar otro tema espinoso. Como quería descubrir más cosas sobre él, se dio la vuelta y lo miró a los ojos.
–¿Por qué es tan importante para ti que yo acceda? ¿Te ocurrirá algo si no cumplo con mi parte?
Él rió amargamente.
–Como si las cosas pudiesen empeorar más.
–Entonces, ¿por qué no te dedicas a disfrutar el tiempo que pases conmigo sin pensar en… –y bajó la voz– el sexo?
Los ojos de Naruto llamearon.
–¿Disfrutar con qué? ¿Conociendo a personas cuyos rostros me perseguirán durante toda la eternidad? ¿Crees que me divierte mirar a mi alrededor sabiendo que en unos días me arrojarán de nuevo al agujero vacío y oscuro donde puedo oír, pero no puedo ver, saborear, sentir ni oler, dónde mi estómago se retuerce constantemente de hambre y la garganta me arde por la sed que no puedo satisfacer? Tú eres lo único que me está permitido disfrutar. ¿Y me negarías ese placer?
Los ojos de Hinata se llenaron de lágrimas. No quería hacerle daño. No era su intención.
Pero Kiba había utilizado un truco similar para ganarse su simpatía y llevársela a la cama; y eso le había destrozado el corazón.
Tras la muerte de sus padres, Kiba le había asegurado que la cuidaría. Había estado junto a ella, consolándola y sosteniéndola. Y, cuando finalmente confío en él por completo y le entregó su cuerpo, él le hizo tanto daño y, de forma tan cruel, que aún sentía el alma desgarrada.
–Lo siento mucho, Naruto. De verdad. Pero no puedo hacerlo –bajó de la escalera mecánica y se encaminó de vuelta a la calle peatonal.
–¿Por qué? –le preguntó, mientras Sakura y él le daban alcance.
¿Cómo podía explicárselo? Paul le hizo mucho daño aquella noche. No había tenido compasión alguna por sus sentimientos. Ella le pidió que se detuviera pero no lo hizo.
«Mira, se supone que la primera vez duele –le dijo kiba– ¡Joder!, deja de llorar; acabaré en un minuto y podrás marcharte.»
Para cuando Kiba acabó, se sentía tan humillada y herida que se pasó días enteros llorando.
–¿Hinata? –la voz de Naruto se introdujo entre el torbellino de sus pensamientos– ¿Qué te sucede?
Le costó mucho trabajo contener las lágrimas. Pero no lloraría; no en público. No así. No permitiría que nadie sintiera lástima por ella.
–No es nada –le contestó.
En busca de una bocanada de aire fresco, aunque fuese más ardiente y espeso que el vapor, se dirigió a la puerta lateral del Brewery que llevaba al Moonwalk. Naruto y Sakura la siguieron.
–Hinata, ¿qué es lo que te hace llorar? –le preguntó Naruto.
–Kiba –susurró Selena.
Hinata la miró furiosa, mientras se esforzaba por recuperar la calma. Con un suspiro entrecortado, miró a Naruto.
–Me encantaría echarte los brazos al cuello y meterme en la cama contigo, pero no puedo. ¡No quiero que me utilicen de ese modo, y no quiero utilizarte! ¿Es que no lo entiendes?
Naruto apartó la mirada con la mandíbula tensa. Hinata miró hacia el lugar donde había fijado su atención y vio un grupo de seis rudos moteros que se acercaban hasta ellos. La vestimenta de cuero debía ser agobiante con aquella temperatura, pero ninguno de ellos parecía notarlo, puesto que no paraban de tomarse el pelo y reírse.
En ese momento, Hinata se fijó en la mujer que les acompañaba. Su forma de andar, lenta y seductora, era el equivalente femenino al elegante y ágil deambular tan típico de Naruto. La chica también poseía una extraña belleza, propia de cualquier actriz o modelo.
Alta y rubia, llevaba un escueto top de cuero y unos shorts cortísimos y ajustados que abrazaban una figura por la cual Hinata sería capaz de asesinar.
La chica aminoraba el paso, quedando rezagada tras los hombres, mientras se deslizaba las gafas por el puente de la nariz para mirar fijamente a Naruto.
Hinata se encogió mentalmente.
¡Oh Señor!, esto podía ponerse muy feo. Ninguno de los desaliñados y duros moteros parecían pertenecer al tipo de hombre que tolera que su novia mire a otro tío. Y lo último que ella deseaba era una pelea en el Moonwalk.
Hinata agarró a Naruto de la mano y tiró de él en dirección contraria.
Pero se negó a moverse.
–¡Venga, Naruto! –le dijo nerviosa–. Tenemos que volver al centro comercial.
Aún así no se movió.
Miraba fijamente a los moteros, de forma tan furiosa que parecía querer asesinarlos. Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, se soltó de la mano de Hinata y se acercó a ellos a zancadas, hasta que cogió a uno por la camisa.
Muda de asombro, Hinata observó cómo Naruto le daba al tipo un puñetazo en la mandíbula
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Mensaje por kathleen1100 Miér Abr 13, 2011 6:55 am

conti esta muy bueno Un amante de ensueños (ADAPTADO AL NARUHINA ) 758770
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Mensaje por Gabriela alejandra Miér Abr 13, 2011 7:15 am

contiii!!!!!!!!!!!!!!

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Mensaje por Reika_chan Miér Abr 13, 2011 11:56 am

Capítulo 6
–¡Ven aquí, pedazo de…! –Naruto dejó caer una retahíla de maldiciones que hubiesen avergonzado hasta a un marinero.
Hinata abrió unos ojos como platos. No estaba muy segura de qué le sorprendía más: si el ataque de Naruto al desconocido motero o el lenguaje que estaba usando.
Como él no dejaba de darle puñetazos, el tipo empezó a defenderse; pero sus habilidades en la lucha no se aproximaban, ni de lejos, a las de Naruto.
Olvidando por completo a Sakura, Hinata echó a correr hacia ellos con el corazón latiendo desbocado mientras intentaba pensar lo que hacer. No había manera de interponerse entre los dos hombres, teniendo en cuenta que intentaban matarse el uno al otro.
–¡Naruto, detente antes de que le hagas daño! –gritó la chica que les acompañaba.
Hinata se detuvo al escucharla, incapaz de moverse.
¿Cómo es que conocía a Naruto?
La mujer daba vueltas alrededor de ambos, en un intento de ayudar al motero y estorbar a Naruto.
–Cielo, ten cuidado, va a… ¡Ay, eso ha debido doler! –la mujer se encogió en un gesto de dolor, cuando Naruto golpeó al tipo en la nariz–. ¡Naruto, deja de maltratarle de ese modo! Vas a hacer que se le hinche la nariz. ¡Uf, corazón, agáchate!
El motero no se agachó y Naruto le asestó un tremendo puñetazo en la barbilla, que lo hizo tambalearse hacia atrás.
La mirada de Hinata pasaba de Naruto a la mujer con total incredulidad, anonadada.
¿Cómo era posible que se conociesen?
–¡Eros, corazón! ¡No! –gritó la chica de nuevo, agitando las manos frenéticamente delante de la cara.
Sakura se acercó hasta Hinata.
–¿Éste es el Eros que Naruto ha invocado? –le preguntó Hinata.
Sakura se encogió de hombros.
–Puede ser; pero jamás me habría imaginado a Cupido de motero.
–¿Dónde está Príapo? –preguntó Naruto a Eros, mientras le agarraba para empujarle sobre la barandilla de madera, bajo la cual discurría el río.
–No lo sé –le contestó, forcejeando para apartar las manos de Naruto de su camiseta.
–No te atrevas a mentirme –gruñó Naruto.
–¡No lo sé!
Naruto le sujetó con la fuerza que otorgan dos mil años de dolor y rabia. Las manos le temblaban mientras le tiraba de la camiseta. Pero aún peores que el deseo de matarle allí mismo, eran las implacables preguntas que resonaban en su cabeza.
¿Por qué nadie había acudido antes a sus llamadas?
¿Por qué lo había traicionado Eros?
¿Por qué lo habían dejado solo para que sufriera?
–¿Dónde está? –preguntó de nuevo Naruto.
–Comiendo, eructando; ¡demonios! No lo sé. Hace una eternidad que no lo veo.
Naruto lo apartó de la barandilla de un tirón y lo soltó. Tenía la cara desencajada por la ira.
–Tengo que encontrarlo –dijo entre dientes–. Ahora.
En la mandíbula de Eros comenzó a palpitar un músculo mientras intentaba alisarse las arrugas de la camiseta.
–Bueno, dándome una tunda no vas a llamar su atención.
–Entonces quizás deba matarte –le contestó Naruto, acercándose de nuevo a él.
Súbitamente, los otros moteros reaccionaron para detenerlo.
Al acercarse a ellos, Eros se agachó para esquivar el puñetazo de Naruto y se interpuso entre éste y sus amigos.
–Dejadle en paz, chicos –les dijo mientras agarraba al más cercano por el brazo y lo empujaba hacia atrás–. No querréis luchar con él. Hacedme caso. Podría sacaros el corazón y hacer que os lo comierais antes de que cayeseis muertos al suelo.
Naruto estudió a los hombres con una furiosa mirada que desafiaba a cualquiera de ellos a acercarse. Hinata sintió terror ante la ira reflejada en sus ojos. Una ira letal que parecía confirmar las palabras de Eros.
–¿Estás loco? –preguntó el más alto observando incrédulo a Naruto–. No creo que sea capaz de tanto.
Eros se limpió la sangre del labio y sonrió débilmente al mirarse el dedo.
–Sí, bueno. Confiad en mí. Sus puños son como almádenas, y tiene la condenada habilidad de moverse tan rápido que no podréis esquivarlo.
A pesar de sus polvorientos pantalones de cuero negro y la desgarrada camiseta, Eros era increíblemente guapo y no parecía estar agotado, como el resto de sus compañeros. Su apuesto rostro podría ser hermoso si no llevase una perilla castaña rodeada de una barba de tres días, y el corte de pelo al estilo militar.
–Además, no es más que una pequeña riña familiar –continuó Eros, con un extraño brillo en los ojos. Dio unas palmaditas a su amigo en el brazo y soltó una carcajada–. Mi hermano pequeño siempre ha tenido un carácter desagradable.
Hinata intercambió una atónita e incrédula mirada con Sakura, a la par que ambas se quedaban boquiabiertas por el asombro.
–¿He escuchado bien? –le preguntó a Sakura–. No es posible que sea hermano de Naruto. ¿O sí?
–¿Cómo quieres que lo sepa?
Naruto le dijo algo a Eros en griego que hizo que los ojos de Sakura se abrieron como platos y que la sonrisa desapareciera del rostro del dios.
–Si no fueses mi hermano, te mataría por eso.
Los ojos de Naruto lo fulminaron.
–Si no necesitase tu ayuda, ya estarías muerto.
En lugar de enfadarse, Eros se rió a carcajadas.
–No se te ocurra reírte –le advirtió con enfado la chica–. Es mejor que recuerdes que es de las pocas personas capaz de cumplir esa amenaza.
Eros asintió y se giró para hablar con sus compañeros.
–Marchaos –les dijo–. Nos reuniremos con vosotros más tarde.
–¿Estás seguro? –preguntó el más alto de los cuatro, mirando con nerviosismo a Naruto–- Podemos echarte una mano, si te hace falta.
–No, no pasa nada –dijo moviendo la mano despectivamente–. ¿No recordáis que os dije que tenía que ver a alguien? Mi hermano está un poco cabreado conmigo, pero se le pasará.
Hinata se apartó para dejar pasar a los moteros; todos se marcharon, con la excepción de la imponente mujer, que se quedó allí de pie, observando cautelosamente a los dos hombres con los brazos cruzados sobre el generoso pecho cubierto de cuero.
Totalmente ajeno a ella, a Sakura y a la mujer, Eros caminó lentamente alrededor de Naruto, dibujando un círculo para poder examinarle atentamente.
–¿Relacionándote con mortales? –le preguntó Naruto, deslizando una mirada igualmente fría y desdeñosa sobre Eros–. Vaya, Cupido… ¿es que se ha congelado el Tártaro13 desde que me marché?

13 Tártaro: En la mitología griega el Averno, el infierno. (N. de la T.)

Eros hizo caso omiso de sus airadas palabras.
–¡Joder, chico! –exclamó incrédulo–. No has cambiado un ápice. Creía que eras mortal.
–Se suponía que debía serlo pero… –y de nuevo comenzó a soltar improperios, uno tras otro.
Los ojos de Eros comenzaron a brillar, amenazadores.
–Con una boca como ésa, deberías codearte con Ares. ¡Joder, hermanito!, no sabía que pudieras conocer el significado de todo eso.
Naruto volvió a agarrar a su hermano por la camiseta, pero antes de poder hacer nada más, la mujer alzó el brazo e hizo un extraño movimiento con la mano.
Naruto se quedó inmóvil como una estatua. Por la expresión de su rostro, Hinata podía afirmar que no estaba muy contento.
–Déjame, Psique –gruñó.
Hinata abrió la boca por la sorpresa. ¿Psique? ¿Sería posible?
–Sólo si prometes no volver a golpearlo –contestó ella–. Sé que no tenéis la mejor de las relaciones, pero respeta el hecho de que me guste su cara tal y como está, y que no soporte que le des un solo puñetazo más.
–Li-bé-ra-me –volvió a decir Naruto, recalcando cada sílaba.
–Es mejor que lo hagas, Psique –le dijo Eros–. Está siendo amable contigo, pero puede librarse de ti mucho más fácilmente que yo, gracias a mamá. Y si lo hace, acabarás herida.
Psique bajó el brazo.
Naruto liberó a su hermano.
–No te encuentro para nada gracioso, Cupido. Nada de esto me resulta gracioso. Y ahora, dime dónde está Príapo.
–¡Maldita sea! No lo sé. Lo último que supe de él es que estaba viviendo en el sur de Francia.
A Hinata le zumbaban los oídos ante la información que estaba descubriendo. No podía dejar de mirar a Cupido y a Psique. ¿Sería posible? ¿Podrían ser verdaderamente Cupido y Psique?
¿Y serían familia de Naruto? ¿Sería posible tal cosa?
De nuevo supuso que sería tan lógico como la imagen de dos mujeres borrachas conjurando a un esclavo sexual griego, que estaba encerrado en un viejo libro.
Captó la mirada ávida y encantada de Sakura.
–¿Quién es Príapo? –le preguntó Hinata.
–Un dios fálico de la fertilidad que siempre se ha representado totalmente empalmado –le susurró.
–¿Y para qué lo necesita Naruto?
Su amiga se encogió de hombros.
–¿Porque quizás fue él quien le maldijo? Pero entonces aquí habría algo muy divertido: Príapo es hermano de Eros, por tanto, si Eros es hermano de Naruto, hay bastantes posibilidades de que éste y Príapo también lo sean.
¿Condenado a una eternidad como esclavo por su propio hermano?
El simple pensamiento la ponía enferma.
–Llámalo –le dijo Naruto con tono amenazador a Eros.
–Llámalo tú. Yo estoy fuera de juego para él.
–¿Fuera de juego?
Cupido le respondió en griego.
Con la mente totalmente embotada por todo lo que estaba sucediendo, Hinata decidió interrumpirlos y ver si conseguía algunas respuestas.
–Perdóname pero, ¿qué está pasando aquí? –le preguntó a Naruto–. ¿Por qué le has golpeado?
Él la miró con regocijo.
–Porque me apetecía mucho.
–Muy bonito –le dijo Cupido lentamente a Naruto, sin ni siquiera mirar a Hinata–. No me ves desde hace… ¿cuánto?, ¿dos mil años? Y en lugar de darme un abrazo fraternal y amistoso, acabo aporreado. –Cupido sonrió jocoso a Psique–. Y mamá se pregunta por qué no me relaciono más con mis hermanos…
–No estoy de humor para aguantar tus sarcasmos, Cupido –le advirtió Naruto entre dientes.
Cupido resopló.
–¿Es que no vas a dejar de llamarme por ese nauseabundo nombre? Jamás he podido soportarlo, y no puedo creer que te guste, dado lo mucho que odiabas a los romanos.
Naruto le dedicó una fría sonrisa.
–Lo utilizo porque sé lo mucho que lo odias, Cupido.
Cupido apretó los dientes y Hinata notó que se contuvo a duras penas para no abalanzarse sobre Naruto.
–Dime, ¿me llamaste tan sólo para zurrarme? ¿O hay algún otro motivo, más productivo, que explique mi presencia?
–Para serte sincero, no pensaba que te molestaras en venir, puesto que me has ignorado las últimas tres mil veces que te llamé.
–Porque sabía que ibas a pegarme –dijo Cupido señalándose la mejilla hinchada–; y lo has hecho.
–Y entonces, ¿por qué has acudido esta vez? –inquirió Naruto.
–Para serte sincero –contestó, repitiendo las palabras de Naruto–, asumía que estabas muerto y que me llamaba un simple mortal cuya voz era muy similar a la tuya.
Hinata observó cómo las emociones abandonaban a Naruto. Como si las hirientes palabras de Cupido hubiesen matado algo en su interior. A él también parecieron afectarlo, ya que se veía más calmado.
–Mira –le dijo a Naruto–, sé que me culpas de lo que pasó, pero no tuve nada que ver con lo que le sucedió a Penélope. No tenía forma de saber lo que Príapo iba a hacer al descubrirlo todo.
Naruto hizo un gesto de dolor, como si Cupido lo hubiese abofeteado. Una agonía arrolladora se reflejó en sus ojos y en su rostro. Hinata no tenía ni idea de quién era la tal Penélope, pero parecía bastante obvio que había significado mucho para Naruto.
–¿Ah, no? –le preguntó Naruto con la voz ronca.
–Te lo juro, hermanito –contestó Cupido en voz baja. Lanzó una rápida mirada a Psique y de nuevo se centró en Naruto–. Nunca tuve la intención de hacerle daño, y jamás quise traicionarte.
–Ya –dijo él con una sonrisa burlona–. ¿Y esperas que me lo crea? Te conozco demasiado bien, Cupido. Te encanta causar estragos en las vidas de los mortales.
–Pero no lo hizo contigo, Naruto –le dijo Psique con voz lastimera–. Si no le crees a él, confía en mí. Nadie quiso que Penélope muriera de esa manera. Tu madre aún llora sus muertes.
La furiosa mirada de Naruto se endureció aún más.
–¿Cómo soportas hablar de ella? Afrodita estaba tan celosa de ti que intentó casarte con un hombre horrible, y después casi te mató para evitar que te casaras con Cupido. Para ser la diosa del Amor, no tiene mucho para los demás, todo lo malgasta en ella misma.
Psique apartó la mirada.
–No hables así de ella –le espetó Cupido–. Es nuestra madre y se merece nuestro respeto.
La siniestra ira que reflejó el rostro de Naruto habría aterrorizado al mismísimo diablo, y Cupido se encogió al verla.
–No te atrevas jamás a defenderla delante de mí.
Fue entonces cuando Cupido notó la presencia de Hinata y de Sakura. Las miró dos veces, sorprendido, como si acabasen de aparecer de repente en mitad del grupo.
–¿Quiénes son?
–Amigas –contestó Naruto, para sorpresa de Hinata.
El rostro de Cupido adoptó una expresión dura y fría.
–Tú no tienes amigas.
Naruto no respondió, pero la tirante mueca que torció sus labios afectó profundamente a Hinata.
Aparentemente inconsciente de la dureza de sus palabras, Cupido se acercó indolentemente hasta Psique.
–Aún no me has dicho por qué es tan importante para ti echarle el guante a Príapo.
La mandíbula de Naruto se tensó.
–Porque me maldijo a pasar la eternidad como un esclavo, y no puedo escapar. Quiero tenerlo delante el tiempo suficiente para empezar a arrancarle partes del cuerpo que no puedan volver a crecerle.
Cupido perdió el color del rostro.
–Tío, ya le echó pelotas si hizo eso. Mamá le hubiese matado de haberse enterado.
–¿En serio crees que voy a creerme que Príapo me hizo esto sin que ella se enterase? No soy tan estúpido, Eros. A esa mujer no le interesa nada lo que pueda ocurrirme.
Cupido negó con la cabeza.
–No empieces con eso. Cuando te ofrecí sus regalos me dijiste que me los metiera por mi orificio trasero. ¿Te acuerdas?
–¿Por qué lo haría? –preguntó Naruto con sarcasmo–. Zeus me expulsó del Olimpo horas después de mi nacimiento, y Afrodita jamás se molestó en discutir la decisión. Sólo os acercabais a mí para torturarme de algún modo. –Julián miró a Cupido con furia asesina–. Cuando a un perro se le golpea con frecuencia, acaba volviéndose agresivo.
–Vale, lo admito. Algunos de nosotros podríamos haber sido un poco más condescendientes contigo, pero…
–Nada de peros, Cupido. No hicisteis nada por mí, ni una puñetera vez. Especialmente ella.
–Eso no es cierto. Mamá jamás superó que le dieses la espalda. Eras su favorito.
Naruto resopló.
–¿Y por eso he estado atrapado en un libro los últimos dos mil años?
Hinata sufría por él. ¿Cómo podía Cupido escucharlo tan tranquilo, sin ni siquiera pensar en usar sus poderes para liberar a su hermano de un destino peor que la muerte? No era de extrañar que Naruto les maldijera. Súbitamente, Naruto cogió una daga del cinturón de Cupido y se hizo un profundo corte en la muñeca.
Ella jadeó horrorizada, pero antes de poder abrir la boca, la herida se cerró sin haber derramado una sola gota de sangre.
Cupido abrió los ojos de par en par.
–¡Qué cabrón! –jadeó–. Ésa es una de las dagas de Hefesto.
–Ya lo sé –le respondió Naruto mientras le devolvía el arma–. Hasta tú puedes morir si te hieren con una de éstas, pero yo no. Hasta ahí llega la maldición de Príapo.
Hinata contempló el horror en los ojos de Cupido al ser consciente de la magnitud de lo ocurrido.
–Sabía que te odiaba, pero jamás pensé que caería tan bajo. Tío, ¿en qué estaba pensando?
–No me importa lo que pensara, sólo quiero librarme de esto.
Cupido asintió. Por primera vez, Hinata vio simpatía y preocupación en su mirada.
–Muy bien, hermanito. Paso por paso. No te vayas muy lejos mientras voy a buscar a mamá y veo lo que tiene que decir al respecto.
–Si me quiere tanto como dices, ¿por qué no la llamas para que venga aquí y hablo directamente con ella?
Cupido le miró pensativamente.
–Porque la última vez que mencioné tu nombre, estuvo llorando durante un siglo. Le hiciste mucho daño.
Aunque la apariencia de Naruto seguía siendo rígida y distante, Hinata sospechaba que, en el fondo, debía haber sufrido tanto como su madre.
Si no más.
–Lo consultaré con ella y volveré en un momento –le dijo mientras pasaba un brazo alrededor de los hombros de Psique–. ¿De acuerdo?
Naruto alargó el brazo, cogió el colgante que Cupido llevaba al cuello y tiró de él con fuerza.
–De este modo me aseguro de que regreses.
Cupido se frotó el cuello; parecía bastante malhumorado.
–Ten mucho cuidado. Ese arco puede ser muy peligroso si cae en las manos equivocadas.
–No temas. Recuerdo muy bien cómo duele.
Ambos intercambiaron una mirada cargada de significado.
–Hasta ahora –se despidió Cupido dando una palmada, y junto con Psique, se desvaneció entre los vapores de una neblina dorada.
Hinata retrocedió un paso, con la mente en ebullición. No podía acabar de creerse lo que había presenciado.
–Debo estar soñando –murmuró–. O eso, o he visto demasiados episodios de Xena.
Permaneció muy quieta mientras se esforzaba por digerir todo lo que había visto y oído.
–No puede haber sido real. Debe ser algún tipo de alucinación.
Naruto suspiró con cansancio.
–Me gustaría poder creerlo.
–¡Dios Santo!, ¡ése era Cupido! –exclamó Sakura extasiada–. Cupido. El real. Ese querubín tan mono que tiene poder sobre los corazones.
Naruto resopló.
–Cupido es cualquier cosa menos «mono». Y con respecto a los corazones, se encarga de destrozarlos.
–Pero hace que la gente se enamore.
–No –le contestó, apretando con más fuerza el colgante entre sus dedos–. Lo que él ofrece es una ilusión. Ningún poder celestial puede conseguir que un humano ame a otro. El amor proviene del corazón –confesó con una nota apesadumbrada en la voz.
Hinata buscó su mirada.
–Hablas como si lo supieras de primera mano.
–Lo sé.
Hinata sentía su dolor como si fuese el de ella. Alargó el brazo para tocarle suavemente el brazo.
–¿Eso fue lo que le ocurrió a Penélope? –le preguntó en voz baja.
Naruto apartó la mirada de Hinata, pero ella captó el sufrimiento que se reflejó en sus ojos.
–¿Hay algún lugar donde pueda cortarme el pelo? –preguntó inesperadamente.
–¿Qué? –respondió Hinata, consciente de que había cambiado el tema para, de ese modo, no tener que contestar a su pregunta–. ¿Por qué?
–No quiero tener nada que me recuerde a ellos –el dolor y el odio que se veían en su rostro eran tangibles.
De mala gana, Hinata asintió.
–Hay un lugar en el Brewery.
–Por favor, llévame.
Y Hinata lo hizo. Abrió la marcha de vuelta al centro comercial, hasta llegar al salón de belleza.
Nadie dijo una palabra hasta que estuvo sentado en la silla con la estilista detrás.
–¿Está seguro de que quiere cortárselo? –preguntó la chica, pasando las manos con una caricia reverente entre los largos y dorados mechones–. Le aseguro que es magnífico. La mayoría de los hombres están espantosos con el pelo largo, pero a usted le sienta de maravilla, ¡lo tiene tan saludable y suave! Me encantaría saber qué usa para acondicionarlo.
El rostro de Naruto permaneció impasible.
–Córtelo.
La chica, una diminuta morena, miró por encima de su hombro buscando a Hinata.
–¿Sabe? Si tuviese esto en mi cama todas las noches y pudiese acariciarlo, no me gustaría nada que quisiese estropearlo.
Hinata sonrió. Si la chica supiera…
–Es su pelo.
–Está bien –contestó con un suspiro resignado. Lo cortó justo por encima de los hombros.
–Más corto –dijo Julián mientras la chica se alejaba.
La estilista pareció sorprendida.
–¿Está seguro?
Naruto asintió con la cabeza.
Hinata observó en silencio cómo la chica le cortaba el pelo dejándoselo con un estilo que recordaba al David de Miguel Ángel, con los rizos alborotados enmarcándole el rostro.
Estaba más deslumbrante que antes, si es que eso era posible.
–¿Qué tal? –le preguntó la chica finalmente.
–Está bien –le respondió él–. Gracias.
Hinata pagó el corte y le dio una propina a la chica. Miró a Naruto y sonrió.
–Ahora pareces de esta época.
Él volvió la cabeza con un gesto rápido, como si ella le hubiese dado un bofetón.
–¿Te he ofendido? –le preguntó Hinata, preocupada por la posibilidad de haberle hecho daño inadvertidamente. Eso era lo último que Naruto necesitaba.
–No.
Pero Hinata lo intuía. Algo relacionado con su comentario le había herido. Profundamente.
–Entonces –dijo Sakura pensativamente, mientras se unían a la multitud que atestaba el Brewery–, ¿eres hijo de Afrodita?
Él la miró de reojo, furioso.
–No soy hijo de nadie. Mi madre me abandonó, mi padre me repudió y crecí en un campo de batalla espartano, bajo el puño de cualquiera que anduviese cerca.
Sus palabras desgarraron el corazón de Hinata. No era de extrañar que fuese tan duro. Tan fuerte.
La asaltó una inquietud: ¿lo habría abrazado alguien con cariño alguna vez? Sólo una vez, sin que él tuviese que complacer a ese alguien primero.
Naruto encabezaba la marcha y Hinata observaba su andar sinuoso. Parecía un depredador esbelto y letal. Llevaba los pulgares metidos en los bolsillos delanteros de los vaqueros, y caminaba totalmente ajeno a las mujeres que suspiraban y babeaban a su paso.
Intentó imaginarse a Naruto con la apariencia que habría tenido llevando su armadura de batalla. Dada su arrogancia y su modo de moverse, debía haber sido un fiero luchador.
–Sakura –llamó a su amiga en voz baja–. ¿No leí en la facultad que los espartanos golpeaban a sus hijos todos los días, para comprobar el grado de dolor que podían soportar?
Naruto le contestó en su lugar.
–Sí. Y una vez al año, hacían una competición en busca del chico que aguantase la paliza más dura sin llorar.
–Un gran número de ellos moría por la brutalidad de las competiciones –añadió Sakura–. Bien durante la paliza o por las posteriores heridas.
Hinata lo recordó todo de repente. Sus palabras acerca de ser entrenado en Esparta y su odio por los griegos.
Sakura miró con tristeza a Hinata antes de dirigirse a Naruto.
–Siendo el hijo de una diosa, supongo que aguantarías más de una paliza.
–Sí, las soportaba –dijo llanamente, con la voz carente de emociones.
Hinata nunca tuvo más deseos de abrazar a otro ser humano como en ese momento. Quería sostener a Naruto entre sus brazos. Pero sabía que a él no le agradaría.
–Bueno –comentó Sakura, y por su mirada, Hinata supo que intentaba alegrar el ambiente–, tengo un poco de hambre. ¿Por qué no pillamos unas hamburguesas en el Hard Rock?
Naruto frunció el ceño hasta formar una profunda V.
–¿Por qué tengo constantemente la impresión de que habláis en otro idioma? ¿Qué es «pillar una hamburguesa en el Hard Rock»?
Hinata soltó una carcajada.
–El Hard Rock es un restaurante.
Naruto pareció horrorizado.
–¿Coméis en un sitio cuyo nombre anuncia que la comida es más dura que una roca14?

14 Hard Rock significa roca dura. (N. de la T)

Hinata se rió aún más. ¿Por qué nunca se había percatado de eso?
–Es muy bueno, en serio, ya verás.
Salieron del Brewery y atravesaron el estacionamiento en dirección al Hard Rock Café.
Afortunadamente, no tuvieron que esperar demasiado antes de que la camarera les buscase una mesa.
–¡Oye! –dijo un chico cuando se acercaban a la mujer–. Nosotros llegamos antes.
La camarera le lanzó una mirada glacial.
–Su mesa aún no está preparada –y se volvió hacia Naruto con ojitos tiernos–. Si es tan amable de seguirme…
La chica abrió la marcha contoneando las caderas, como si no tuviese otra cosa que hacer.
Hinata miró a Sakura aguantando la risa, y le indicó con un gesto que mirara a la chica.
–No se lo tengas en cuenta –le contestó su amiga–. Nos ha colado por delante de diez personas.
La camarera les llevó hasta una mesa en la parte trasera.
–Aquí se puede sentar –dijo mientras rozaba ligeramente el brazo de Naruto–, y yo me encargo de que su comida no tarde mucho.
–¿Y nosotras somos invisibles? –preguntó Hinata cuando la chica se alejó.
–Empiezo a creer que sí –respondió Sakura, sentándose en el banco situado cara a la pared.
Hinata se sentó enfrente, con el muro a su espalda. Como era de esperar, Naruto ocupó un sitio a su lado.
Ella le ofreció el menú.
–No puedo leer esto –le dijo antes de devolvérselo.
–¡Ah! –exclamó Hinata, avergonzada por no haberlo pensando antes–. Supongo que no enseñaban a leer a los soldados de la antigüedad.
Naruto se pasó una mano por la barbilla y pareció adoptar una actitud malhumorada ante el comentario.
–En realidad sí lo hacían. El problema es que me enseñaron a leer griego clásico, latín, sánscrito, jeroglíficos egipcios y otras lenguas que hace mucho que desaparecieron. Usando tus propias palabras, este menú está en griego para mí.
Hinata se encogió.
–No vas a dejar de recordarme que escuchaste todo lo que dije antes de que aparecieras, ¿verdad?
–Me temo que no.
Apoyó el brazo en la mesa y, en ese momento, Sakura apartó la vista del menú y le miró la mano. Entonces jadeó.
–¿Eso es lo que yo creo? –preguntó mientras le alzaba la mano.
Para sorpresa de Hinata, él permitió que le agarrara la mano y que mirara el anillo.
–Hinata, ¿has visto esto?
Ella se incorporó en el asiento para poder verlo más de cerca.
–No, la verdad. He estado un tanto distraída.
Un tanto distraída, sí, claro. Eso es como decir que el Everest es un adoquín.
Aún bajo la tenue luz del local, el oro emitía luminosos destellos. La parte superior era plana y tenía grabada una espada rodeada de hojas de laurel, e incrustadas entre las hojas, había unas piedras preciosas que parecían ser diamantes y esmeraldas.
–Es hermoso –dijo Hinata.
–Es un jodido anillo de general, ¿cierto? –preguntó Sakura–. No eras un simple soldado de a pie. ¡Eras un puto general!
Naruto asintió sobriamente.
–El término es equivalente.
Sakura soltó el aire totalmente anonadada.
–Hinata, ¡no tienes ni idea! Naruto tuvo que ser alguien realmente relevante en su tiempo para tener este anillo. No se lo daban a cualquiera –y movió la cabeza–. Estoy muy impresionada.
–No lo estés –le contestó Naruto.
Por primera vez en años, Hinata envidió la licenciatura en Historia Antigua de su amiga. Haruno sabía mucho más acerca de Naruto y de su mundo de lo que ella jamás podría averiguar.
Pero no parecía necesitar ese grado de conocimiento para entender lo doloroso que debía haber sido para él pasar de ser un general que ordenaba a un ejército, a un esclavo gobernado por las mujeres.
–Apuesto a que eras un magnífico general –dijo Hinata.
Naruto la miró, captando la sinceridad con la que había pronunciado sus palabras. Por alguna inescrutable razón, su cumplido le reconfortó.
–Hice lo que pude.
–Apuesto a que les diste una patada en el culo a unos cuantos ejércitos –continuó ella.
Él sonrió. No había pensado en sus victorias desde hacía siglos.
–Pateé a unos cuantos romanos, sí.
Hinata se rió ante el uso del vocabulario.
–Aprendes rápido.
–¡Oye! –exclamó Sakura, interrumpiéndolos–. ¿Puedo echarle un vistazo al arco de Cupido?
–¡Sí! –exclamó Hinata–. ¿Podemos?
Naruto lo sacó de su bolsillo y lo dejó sobre la mesa.
–Con cuidado –advirtió a Sakura mientras alargaba el brazo–. La flecha dorada está cargada. Un pinchacito y te enamorarás de la primera persona que veas.
Ella retiró la mano.
Hinata cogió el tenedor y con él arrastró el arco hasta tenerlo cerca.
–¿Se supone que debe ser tan pequeño?
Naruto sonrió.
–¿Es que nunca has oído esa frase que dice: «El tamaño no importa»?
Hinata puso los ojos en blanco.
–No quiero ni escucharla de un hombre que la tiene tan grande como tú.
–¡Hinata! –jadeó Sakura–. Jamás te había oído hablar así.
–He sido extremadamente comedida, considerando todo lo que vosotros me habéis dicho estos últimos días.
Naruto acarició el pelo que le caía sobre los hombros. Esta vez, Hinata no se retiró. Estaba haciendo progresos.
–Entonces, dime cómo usa Cupido esto –le dijo ella. Naruto dejó que sus dedos acariciaran los sedosos mechones de su pelo. Brillaban aun con la escasa luz del restaurante. Deseaba tanto sentir ese pelo extendiéndose sobre su pecho desnudo… Enterrar su rostro en él y dejar que le acariciara las mejillas.
Con la mirada ensombrecida, imaginó cómo se sentiría al tener el cuerpo de Hinata rodeándolo. Y el sonido de su respiración junto al oído.
–¿Naruto? –preguntó ella, sacándolo de su ensoñación–. ¿Cómo lo utiliza Cupido?
–Puede adoptar un tamaño semejante al del arco, o puede hacer que el arma se haga más grande. Depende del momento.
–¿En serio? –preguntó Sakura–. No lo sabía.
La camarera llegó corriendo y colocó la bandeja sobre la mesa, mientras devoraba con los ojos a Naruto como si fuese el especial del día.
Muy discretamente, Naruto recogió el arco de encima de la mesa y lo devolvió a su bolsillo.
–Siento mucho haberle hecho esperar. Si hubiese sabido que no iban a atenderle de inmediato, yo misma le habría tomado nota nada más sentarse.
Hinata le dirigió a la chica una mirada ceñuda. ¡Joder!, ¿es que Naruto no podía tener cinco minutos de tranquilidad, sin que una mujer se le ofreciera abiertamente?
¿Y eso no te incluye a ti?
Se quedó helada ante el giro de sus pensamientos. Ella se comportaba exactamente igual que las demás, mirándole el culo y babeando ante su cuerpo. Era un milagro que él soportara su presencia.
Hundiéndose en el asiento, se prometió a sí misma que no lo trataría de aquel modo. Naruto no era un trozo de carne. Era una persona, y merecía ser tratado con respeto y dignidad.
Pidió el menú para los tres, y cuando la camarera regresó con las bebidas, trajo una bandeja de alitas de pollo al estilo Búfalo.
–Nosotros no hemos pedido esto –apuntó Sakura.
–¡Oh, ya lo sé! –respondió la chica, sonriendo a Naruto–. Hay mucho trabajo en la cocina y tardaremos un poco más en poder servirle la comida. Pensé que debería estar hambriento y por eso le traje las alitas. Pero si no le gustan, puedo traer cualquier otra cosa; la casa invita, no se preocupe. ¿Preferiría otra cosa?
¡Puaj! El doble sentido era tan obvio que a Hinata le entraron ganas de arrancarle de raíz el pelo rojizo.
–Está bien así, gracias –le dijo Naruto.
–¡Ay, Dios mío!, ¿puede hablar un poco más? –le pidió la chica, a punto de desmayarse–. ¡Oh, por favor, diga mi nombre! Me llamo Karin.
–Gracias, Karin.
–¡Ooooh! –exclamó la camarera–. Se me ha puesto la piel de gallina –y con una última mirada a Naruto, cargada de deseo, se alejó de ellos.
–No puedo creerlo –comentó Hinata–. ¿Las mujeres siempre se comportan así contigo?
–Sí –contestó él con la ira reflejada en la voz–. Por eso odio mostrarme en lugares públicos.
–No dejes que te moleste –le dijo Sakura, mientras cogía una alita de pollo–. Definitivamente, tu presencia resulta muy útil. De hecho, propongo que lo saquemos más a menudo.
Hinata dejó escapar un bufido.
–Sí, bueno; si esa criatura anota su nombre y su número de teléfono en la cuenta antes de dárnosla, tendré que darle un bofetón.
Sakura estalló en carcajadas.
Antes de que Hinata pudiese preguntar cualquier otra cosa, Cupido entró sin prisas en el restaurante, y se acercó hasta ellos.
Tenía un ligero moratón en el lado izquierdo de la cara, donde Naruto lo había golpeado. Intentó mostrarse indiferente, pero aun así, Hinata percibió la tensión en su interior, como si estuviese preparado para huir en un momento dado. Arqueó una ceja ante el pelo corto de Naruto, pero no dijo ni una palabra mientras tomaba asiento junto a Sakura.
–¿Y bien? –preguntó Naruto.
Cupido suspiró profundamente.
–¿Quieres que primero te dé las malas noticias o prefieres las pésimas?
–Veamos… ¿qué tal si hacemos que mi día sea más memorable? Comienza con las pésimas y sigue con las malas para intentar mejorar el ambiente.
Cupido asintió.
–De acuerdo. En el peor de los casos, la maldición jamás se podrá romper.
Naruto se tomó la noticia mejor que Hinata; apenas si hizo un gesto de aprobación.
Hinata miró a Cupido con los ojos entornados.
–¿Cómo puedes hacerle esto? ¡Dios Santo!, mis padres habrían removido cielo y tierra para ayudarme, y tú te limitas a sentarte sin ni siquiera decirle lo siento. ¿Qué clase de hermano eres?
–Hinata –la amonestó Julián–. No le retes. No sabemos qué consecuencias puede traer.
–Eso es cierto mort…
–Tócala –le interrumpió Naruto– y utilizaré la daga que llevas en el cinturón para sacarte el corazón.
Cupido se movió para alejarse de él.
–Por cierto, te olvidaste algunos detalles jugosos cuando me contaste tu historia.
Naruto le miró furioso, con los ojos entrecerrados.
–¿Como qué?
–Como el hecho de que te acostaras con una de las sacerdotisas vírgenes de Príapo. Tío, ¿en qué estabas pensando? Ni siquiera te preocupaste de quitarle la túnica mientras la tomabas. No eras tan estúpido como para hacer eso, ¿se puede saber qué te ocurrió?
–Por si se te ha olvidado, estaba muy enfadado con él en aquel momento –dijo con amargura.
–Entonces deberías haber buscado a una de las seguidoras de mamá. Para eso están.
–Ella no fue la que mató a mi esposa. Fue Príapo.
Hinata estuvo a punto de sufrir un infarto al escucharle. ¿Estaba hablando en serio?
Cupido ignoró la abierta hostilidad de Naruto.
–Bueno, Príapo aún está un poco sensible con respecto al tema. Parece que lo ve como el último de tus insultos.
–¡Ah, ya entiendo! –gruñó Naruto–. El hermano mayor está enfadado conmigo por haberme atrevido a tomar a una de sus vírgenes consagradas, ¿es que esperaba que me sentara tan tranquilo y dejara que él matara a mi familia a su antojo? –La ira que destilaba su voz hizo que a Hinata se le erizara el vello de la nuca–. ¿Te molestaste en preguntarle a Príapo por qué fue tras ellos?
Cupido se pasó una mano por los ojos y dejó escapar un suspiro entrecortado.
–Claro, ¿recuerdas que perseguiste a Livio y lo derrotaste en Conjara? Pues él pidió que se vengara su muerte, justo antes de que le cortaras la cabeza.
–Estábamos en guerra.
–Ya sabes lo mucho que siempre te ha odiado Príapo. Estaba buscando una excusa para poder lanzarse sobre ti sin temor a sufrir represalias; y se la diste tú mismo.
Hinata observó a Naruto, cuyo rostro era una máscara inexpresiva.
–¿Le has dicho a Príapo que quiero verlo? –le preguntó.
–¿Estás loco? ¡Maldición! Claro que no. Mencioné tu nombre y estuvo a punto de estallar de furia. Dijo que podías pudrirte en el Tártaro durante toda la eternidad. Créeme, no te gustaría estar cerca de él.
–¡Ja! ¡Me encantaría!
Cupido asintió.
–Vale, pero si lo matas, tendrás que vértelas con Zeus, Tesífone y Némesis.
–¿Y crees que me asustan?
–Ya sé que no, pero no quiero verte morir de ese modo. Y si no fueses tan terco como una mula, al menos durante tres segundos, tú mismo te darías cuenta. ¡Venga ya! ¿De verdad quieres desencadenar la ira del gran jefe?
Por la expresión de Naruton, Hinata hubiera dicho que le daba exactamente igual.
–Pero –continuó Cupido–, mamá señaló que existe un modo de acabar con la maldición.
Hinata contuvo la respiración mientras la esperanza revoloteaba en los ojos de Naruto. Ambos esperaron a que Cupido se explicara.
En lugar de seguir, él se dedicó a observar el interior del sombrío local.
–¿Crees que esta gente se come esta mier…?
Naruto chasqueó los dedos delante de los ojos de su hermano.
–¿Qué hago para romper la maldición?
Cupido se arrellanó en el asiento.
–Ya sabes que todo en el universo es cíclico. Todo lo que comienza tiene un final. Puesto que fue Alexandria la que originó la maldición, debes ser convocado por otra mujer dedicada a Alejandro. Una que también necesite algo de ti. Debes hacer un sacrificio por ella y… –entonces, estalló en carcajadas.
Hasta que Naruto se estiró por encima de la mesa y le agarró por la camiseta.
–¿Y…?
Él le dio un empellón para que le soltara y adoptó una actitud seria.
–Bueno… –continuó mirando a Hinata y a Sakura–. ¿Nos disculpáis un momento?
–Soy una sexóloga –le dijo Hinata–. Nada de lo que digas podrá sorprenderme.
–Y yo no pienso levantarme de esta mesa hasta que escuche los jugosos cotilleos –confesó Sakura.
–De acuerdo entonces –convino Cupido, mientras miraba de nuevo a Naruto–. Cuando la mujer consagrada a Alejandro te invoque, no podrás meter tu cucharita en su jarrita de mermelada hasta el último día. Será entonces cuando debáis uniros carnalmente antes de la medianoche, y te encargarás de no separar vuestros cuerpos hasta el amanecer. Si sales de ella en cualquier momento, por cualquier motivo, regresarás de inmediato al libro y la maldición seguirá vigente.
Naruto maldijo y miró hacia otro lado.
–Exactamente –le contestó su hermano–. Sabes lo fuerte que es la maldición de Príapo. No hay una puñetera forma de que aguantes treinta días sin tirarte a tu invocadora.
–Ése no es el problema –dijo Naruto entre dientes–. El problema radica en encontrar a una mujer consagrada a Alejandro que me invoque.
Con el corazón latiendo desenfrenado a causa de los nervios, Hinata se incorporó en el asiento.
–¿Qué significa lo de «una mujer consagrada a Alejandro»?
Cupido encogió los hombros.
–Que tiene que llevar el nombre de Alejandro.
–¿Como apellido? –preguntó ella.
–Sí.
Hinata alzó los ojos y buscó la mirada apesadumbrada de Naruto.
–Naruto, mi nombre completo es Hinata Alexander.


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Mensaje por naome_uchiha Miér Abr 13, 2011 12:46 pm

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Mensaje por kathleen1100 Jue Abr 14, 2011 6:31 am

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